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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

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SEGUNDA PARTE

  1. La fiebre amarilla

  2. El avance de la enfermedad y la organización de la defensa

    1. Marzo de 1871: Se enferma Buenos Aires

    2. ​La Comisión Popular de Salubridad

    3. Abril de 1871: El terror y la desolación

  3. La declinación de la epidemia                                                                                                       

Inicio

Segunda Parte

 

3. La declinación de la epidemia 

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3.1 Mayo de 1871: Disminución del número de víctimas

 

“En vistas de la mortalidad de estos días creemos que nos es dado ya abrir nuestro corazón a la esperanza.” [1]

 

            A partir de la segunda quincena de abril la epidemia comenzó a declinar paulatinamente; las cifras de muertos a partir de esa fecha lo demuestran claramente.

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            Mardoqueo Navarro en su diario anota el número de víctimas día por día. En el registro que lleva, las cifras disminuyen desde el 13 de abril con 293 muertos, el 14 con 276 y el 15 con 263, manteniéndose en los días sucesivos la disminución. El 19 de abril la cifra de fallecidos es 171, dos días después 105, y el 23 de abril 89.[2] Parecía que la enfermedad se esfumaba y en consecuencia comenzó el regreso de los que se fueron de la ciudad en busca de seguridad. El regreso resultó imprudente, ya que la epidemia recrudeció hacia fines del mes de abril. El 26 mueren 130 personas, el 27, 153 y el 28, 161.[3]

 

“Abril 26: (...) Las familias regresan. La fiebre aumenta.” [4]

 

            A pesar de este aumento del número de víctimas, comenzado el mes de mayo la fiebre amarilla entró en una pendiente hasta llegar al 14 de junio en que ya no se registraron muertos a consecuencia de la enfermedad.

 

“Junio 14: (...) Ningún caso de fiebre. La Revista Médica da la noticia de que ¡¡¡la fiebre tiende a desaparecer!!!” [5]

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3.2 Fin de la Comisión Popular

 

“Había llegado realmente el momento en que la Comisión Popular, organizada con un objeto especial y transitorio, debía cesar en sus funciones, rindiendo cuenta al pueblo de quien ha sido favorecido con su confianza, y con el importante óbolo de la caridad, del gran tesoro administrado con tan noble objeto.” [6]

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            Simultáneamente con la declinación de la epidemia, se puso de manifiesto una serie de graves disidencias entre los miembros de la Comisión Popular.

​

            Todo comenzó cuando falleció, a fines de marzo, el presidente del organismo, el Dr. Roque Pérez. Lo sucedió en el cargo Héctor Varela, director del diario La Tribuna y conocido popularmente como Orión. Así como se destacaba por su profesionalismo periodístico y su oratoria, también llamaba la atención por su personalidad; era intolerante y agresivo, e impuso una verdadera dictadura en la Comisión, con lo cual generó un profundo malestar en varios de sus miembros.[7] Bajo su conducción, la Comisión Popular entró en conflicto con otras instituciones oficiales que luchaban contra la epidemia.

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            Pero los conflictos también se presentaron hacia el interior de la Comisión: el 10 de abril fueron expulsados del cuerpo los miembros Manuel Quintana y Gustavo Nessler por faltar a más de tres reuniones. Lo mismo sucedió días después con Basilio Cittadini. Indudablemente Varela aplicaba estrictamente el reglamento que la misma Comisión se había dado a sí misma, pero detrás de estas medidas había intereses políticos.

 

“ (...) Censuramos a  aquellos que disfrazados con la túnica de San Vicente de Paula no son otra cosa que ambiciosos políticos que buscan por ese medio hacerse de prosélitos.

Sabemos de antemano que la obra de los hombres es imperfecta, pero cuando en momentos tan solemnes como estos, hay tiempo para distraerse en combinaciones de otro orden, los que así proceden no son, pues los obreros abnegados de la caridad simplemente, son sólo hombres resueltos y audaces que van a su fin hasta por encima de las desgracias públicas.

(...) Las exoneraciones hechas hasta hoy no respondían tal vez a un pensamiento de justicia.

(...) Es por esto que la exoneración de algunos ha servido de tema para comentarios políticos; lo ocurrido en la sesión del sábado viene por desgracia a justificar los referidos comentarios y las sospechas que se abrigaron al principio.” [8]

 

            Héctor Varela era adversario político del gobernador Emilio Castro y proponía a Manuel Quintana para sucederlo, reservándose para él el cargo de presidente de la municipalidad porteña. Este proyecto no avanzó dado que Quintana no se prestó a los planes de Varela. Cuando el coronel Lucio Mansilla llevó al seno de la Comisión Popular al doctor Quintana, el director de La Tribuna se propuso expulsarlo en la primera oportunidad  que se le presentase. Así lo hizo y el enfrentamiento con Mansilla no se hizo esperar. Discusiones acaloradas por motivos políticos y personales resquebrajaron definitivamente la Comisión. Algunos miembros, Billinghurst y Bilbao entre ellos, presentaron su renuncia indeclinable.[9]

 

“Contrasta, sin embargo, con el buen espíritu conservado durante la época de prueba, el número de renuncias que han tenido lugar en estos días en los miembros más asiduos de la referida comisión.

Ante tal suceso, el pueblo observador se pregunta con interés: ¿Es que los hombres serios son incapaces de terminar unidos la obra que tienen en sus manos?

No es posible dar una respuesta afirmativa a semejante objeción, y sin embargo el hecho existe: la duda es justa.

Varios de los miembros como el señor Mariño, el Dr. Bilbao y el Dr. Del Valle dan por razón de sus renuncias, resoluciones de la comisión con las cuales no están de acuerdo, satisfacciones personales, debilidades, etc.

Otros como el Dr. Quintana, Mitre y Vedia, Onrubia y Behety protestan ocupaciones particulares y razones que francamente no son tales en momentos en que la comisión va a concluir con sus trabajos, como ya tiene fijado día.

(...) Estas renuncias últimas, fundadas unas en motivos oscuramente expresados y otras en razones inconsistentes para el público, dan a nuestro juicio, la mejor idea de que en el seno de una comisión tan respetable existe un algo que no se identifica con el noble y santo propósito que dio vida a esa misma comisión.” [10]

 

            A la vez, se habían generado varios choques por el tema de las colectas recibidas, y por un malentendido con médicos brasileros que el embajador Paunero quiso enviar desde el país hermano; estos profesionales habían sido contratados por sumas de dinero extremadamente superiores a las de los médicos de la Comisión Popular, por lo cual se produjo una gran protesta que terminó con los brasileros anclados en el puerto de Buenos Aires y luego regresados a su país.[[11]

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            El 11 de mayo la Comisión Popular convocó a una asamblea general para promover su propia disolución. El 20 se reunieron por última vez en la Universidad bajo la presidencia de Héctor Varela y con la ausencia del Dr. Manuel Argerich enfermo de fiebre amarilla.[12]

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            Los periódicos de esos días dedicaron grandes espacios a los acontecimientos referidos a la disolución de la Comisión Popular, una muestra más de que el cuerpo contaba con el apoyo de la prensa porteña en desmedro de los otros organismos que trabajaron también de manera incansable durante la epidemia como fueron la Comisión Médica, el Consejo de Higiene Pública, las comisiones parroquiales, etc. En este sentido, la Iglesia también se vio perjudicada, dado que es muy difícil encontrar notas donde se resalte o tan sólo se mencione su labor.

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            El 20 de mayo se publicó en la mayoría de los diarios, en primera página, el manifiesto final de la Comisión Popular y su balance económico, que dejan ver cuáles eran sus ideales y cuál era su actividad concreta en la lucha contra la fiebre amarilla:

 

“He aquí la ardiente palabra con que la Comisión Popular de Salubridad se dirige al pueblo despidiéndose modestamente del mandato que le había conferido:

La Comisión Popular al pueblo:

La Comisión Popular, que inició su cruzada humanitaria bajo el imperio sombrío del dolor que abatía a Buenos Aires, la termina hoy bajo los auspicios risueños de la esperanza que desciende del trono de Dios, como un consuelo para los corazones enlutados en las horas de amargura que han cruzado sobre su frente! (...)

No había poder judicial ni legislativo y el gobierno nacional estaba mudo y quebrantado.

El único poder que estaba firme era el Poder Ejecutivo de la provincia, los empleados de la Municipalidad y de policía. Pero el esfuerzo de estos tres poderes no era uniforme ni suficiente. Unos y otros querían apagar con su gota de agua un incendio voraz y terrible.(...)

Hermanos todos!

Nuestra misión está concluida!

Al replegar nuestra bandera vestida con el crespón del dolor, por las pérdidas que lloramos, por la ausencia de los compañeros que han quedado a lo largo del camino, y salpicada con las lágrimas de los millares de huérfanos y de viudas que han buscado su sombra, sólo nos resta pedir al pueblo, y a los que han podido seguir nuestra marcha, no un aplauso vano al que jamás aspiraremos, pero sí la justicia a que, si no tiene derecho la magnitud de una obra que no deslumbra por sus pompas, pero que conmueve por sus efectos, la tiene por la sinceridad de las intenciones con que nos hemos conducido en esta dolorosa campaña. Mayo 19, 1871. (Firman todos).

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Entradas:

Buenos Aires                                   $     917.428

Campaña idem                                    1.096.806

Gobierno de la Provincia                      300.000

Idem de la Nación                                  100.000

Municipalidad de Buenos Aires          100.000

Provincias Argentinas                           379.763

Montevideo                                             802.525

Paraguay                                                    36.250

                                                           $  3.732.772

 

Salidas:

Por socorrer a los pobres y enfermos       1.282.845

Por galleta                                                           13.990

Por catres                                                          186.382

Por colchones                                                    76.600

Por sábanas                                                        25.692

Por camisas y frazadas                                    191.710

Por enfermeros y empleados                         833.045

Por empleados                                                    46.506

Por médicos y boticas                                     608.863

Por comisiones parroquiales y auxilios         57.000

Por raciones                                                        70.061

Por cajones y coches fúnebres                      102.570

Por gastos generales                                        40.823

Por carruajes y caballos                                  85.217

Por vinos para los enfermos                            8.050

                                                           $  3.629.354

 

 

Resumen

 

Entrada general                                 3.732.772

Salida general                                     3.629.354

                                   Saldo en caja     $ 103.418 [13]

 

           

Durante algunos meses más, se siguieron recibiendo donaciones para la ex Comisión, que Héctor Varela, junto a Tomás Amstrong y el tesorero León Walls, depositaban en manos de las señoras de la Sociedad de Beneficencia para que ellas distribuyeran entre las diversas instituciones de caridad que había en Buenos Aires, ya sean nacionales o extranjeras. Desde el 20 de mayo hasta el 26 de junio de 1871 la Comisión ya disuelta entregó medio millón de pesos papel para los más necesitados.[14]

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            Varela informaba diariamente en su diario sobre las donaciones recibidas, la mayoría de ellas de países limítrofes, y sobre el destino que se le daba al dinero.

​

            Indudablemente la labor de la Comisión Popular fue muy positiva, a pesar de las rencillas internas y de los intereses mezquinos de algunos de sus miembros. Supo contener a la población en un momento de terrible pánico; permitió que algunos ciudadanos canalizaran sus deseos de colaborar y ser solidarios; trabajó con la misma intensidad que los organismos oficiales, aunque no coordinadamente; y mostró una clase dirigente comprometida y a la altura de las circunstancias. La influencia de la masonería y el periodismo resaltaron a tal extremo la actividad de dicha comisión que se desdibujó todo lo realizado contra la epidemia por parte de otros organismos y sectores de la sociedad porteña de 1871.

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3.3 Junio de 1871: Buenos Aires se normaliza

           

           El 6 de junio la disuelta Comisión Popular convocó a una asamblea pública para expresar su homenaje a las repúblicas de Uruguay, Chile y Paraguay y al imperio del Brasil por la ayuda prestada a Buenos Aires durante la epidemia. También habían hecho llegar sus auxilios los Estados Unidos e Inglaterra.

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            El 28 de junio el Consejo de Higiene Pública, a través de los doctores Luis María Drago y Leopoldo Montes de Oca, comunicó oficialmente al Ministro de Gobierno doctor Antonio Malaver que la epidemia de fiebre amarilla había desaparecido en la ciudad de Buenos Aires y que sólo se presentaban casos aislados.[15]

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            El 1 de julio, por decreto del gobernador Castro, se dieron por terminados los servicios médicos parroquiales, se suspendió la entrega gratuita de medicamentos a los pobres afectados de la fiebre y se dejaron sin efecto los decretos del gobierno del 13 y 20 de marzo de ese año.[16]

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            Por iniciativa de algunos ex miembros de la Comisión Popular se realizó un solemne Tedeum en acción de gracias por la finalización de la epidemia, el cual se realizó el 11 de junio de 1871 en la Plaza de la Victoria. Fue oficiado por el Arzobispo Monseñor Federico Aneiros.[17]

​

            Durante esos días eran muchos los funerales que se realizaban por las víctimas de la epidemia. Ante el riesgo de que la aglomeración de gente en los templos provocara un nuevo brote de la fiebre, la Municipalidad convocó a un funeral colectivo para el día 18.

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Las críticas no se hicieron esperar; los opositores del gobernador Castro y de la Municipalidad criticaron con dureza la convocatoria a un funeral por parte de los supuestos responsables de tan grande desgracia. El diario La Tribuna encabezó los ataques a las autoridades provinciales y municipales a través de distintos artículos. Indudablemente estas críticas estaban teñidas de fuertes intereses partidistas y parcializaban la verdad, ya que los documentos oficiales de la época reflejaban la intensa actividad que desarrollaron la gobernación y el municipio en bien de la lucha contra la epidemia.

Por ley del 18 de marzo de 1871, se asignaron diez millones de pesos para gastos originados por la fiebre amarilla. El decreto que autorizaba al gobernador Castro utilizar esta suma había sido avalado por la legislatura bonaerense con la firma de su vicepresidente segundo, Juan M. Cantilo el 17 de marzo.[18]

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En un acuerdo del 1º de junio de aquel año, el gobierno informaba que llevaba gastados $ 8.430.597 a través de un prolijo balance, pero también advertía:

 

“A esta cantidad se tendrá que agregar el costo del ferrocarril a la Chacarita, el haber de los médicos en los meses de Abril y Mayo, los gastos del Asilo de Huérfanos, los pasajes a empleados en los ferrocarriles, y por consiguiente excederá la suma de 10 millones de pesos que asigna la citada ley para estas atenciones.           Benjamín Villegas.” [19]

 

Otras muestras de la preocupación del gobierno de Emilio Castro por atender las distintas necesidades que generaba la peste, fueron las respuestas favorables que dió a las distintas municipalidades y pueblos de la campaña que solicitaban ayuda económica frente al flagelo. Las municipalidades de Buenos Aires, de San Martín, de Morón, de San Isidro, de Exaltación de la Cruz, etc. fueron algunas de las tantas beneficiadas con los subsidios provinciales.[20] Incluso, algunas de ellas volvían a pedir dinero y lo recibían, tal cual quedó expresado en los documentos oficiales de aquellos meses de 1871.

 

          “Al Sr. Ministro de Gobierno:                                    Mayo 4 de 1871.

           Por encargo de la Comisión que presido, tengo el honor de dirigirme a V. S.   Poniendo en su conocimiento, que los fondos últimamente para atender a las necesidades creadas por la epidemia, se encuentran completamente agotados.

En esta virtud, sírvase V. S. Recabar la autorización necesaria, afin de que sea puesta a la orden de esta Comisión, la suma de 1 millón de pesos al objeto indicado.

Dios guarde a V. S.

N. Martínez de Hoz-V. Fernández.

 

            Mayo 5 de 1871.

            Pase al Ministerio de Hacienda para la entrega a la Comisión Municipal de la ciudad, de un millón de pesos m/c, debiendo imputarse a esa cuenta, avísese en respuesta y publíquese.

E. Castro-Antonio E. Malaver.” [21]

 

 

También se ocuparon de ayudar al nuevo Asilo de Huérfanos y a las damas de la Sociedad de Beneficencia.[22]

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Toda esta documentación oficial es un signo del trabajo y dedicación que puso el gobierno provincial y la municipalidad durante la epidemia a pesar que siempre se reconoció sólo el accionar de la Comisión Popular. El final de la epidemia había permitido volver a los enfrentamientos políticos que falseaban la realidad según su conveniencia.

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Hacia fines del mes de mayo el gobernador pide opinión al Presidente del Consejo de Higiene respecto a si era conveniente el reinicio de clases procediendo a la apertura de colegios y casas de educación. Luis M. Drago respondió afirmativamente, pero dejando en claro que el peligro existía aún y que no era imposible que la acumulación de personas sirviera de poderosa causa para el recrudecimiento de la epidemia. El 3 de junio Castro, considerando este informe, decretó recomenzar las clases el 15 de junio.[23]

​

Se decidió crear una orden de caballería con los que fueron componentes de la desaparecida Comisión Popular y entregarles una Cruz de Hierro y un diploma donde constase el título honorífico de “Caballeros de la Orden”. Así fue que el 29 de julio una comisión de vecinos recorrió uno a uno los domicilios de los ex integrantes de la Comisión Popular y los condecoraron. Sin lugar a dudas también debían hacerse merecedores a tan gran homenaje otros hombres y mujeres que lucharon denodadamente contra la fiebre, pero no se los incluyó en la nómina.[24]

​

También la Municipalidad de Buenos Aires acordó entregar medallas a los ciudadanos que hubieran prestado servicios destacados durante la epidemia: los miembros del Consejo de Higiene Pública, de la Comisión Popular, los médicos, los enfermeros, el Jefe de Policía Enrique O’ Gorman, etc. Las medallas eran de oro, plata y bronce y tenían 27 mm de diámetro.   En el anverso presentaban el escudo de la ciudad bordeado por la leyenda La Municipalidad de Buenos Aires, y en el reverso, entrelazado con una corona de laureles, A los servidores de la Humanidad.[25]

​

Por ley también se dispuso que los familiares de los caídos en el cumplimiento del deber durante la epidemia recibieran pensiones mensuales desde $ 1.500 hasta algunas de más de $ 5.000.

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Además de los homenajes, de los funerales, del luto general, de la disgregación de las familias, de las internas políticas y de la desorganización general, el período pos endémico se caracterizó por un violento estallido de pleitos y litigios de todo orden. El principal motivo se debió a la aparición de testamentos sospechosos, que generaban profundas discordias entre los posibles herederos de los muertos por la fiebre. Esto se debió a que durante los peores meses de la epidemia muchos escribanos y abogados de dudoso profesionalismo se ofrecían para hacer testamentos en forma fraudulenta y buscando su beneficio económico a costa de la enfermedad terminal de sus clientes temporarios.[26]

 

“Junio 22: La epidemia: olvidada. El campo de los muertos de ayer, es el escenario de los cuervos hoy: Testamentos y concursos, edictos y remates son el asunto. ¡¡¡Ay de ti Jeruzalem!!!” [27]

 

            En este proceso de recuperación del ritmo habitual de la ciudad, todavía Buenos Aires debía estar dispuesta al asombro: el 21 de julio el diario La Tribuna informó que dos días antes, a altas horas de la noche, un grupo de individuos había ingresado en el cementerio de la Chacarita, y después de realizar una profunda excavación, extrajo el féretro del Dr. Adolfo Señorans. Algunas personas residentes en las cercanías del cementerio atestiguaron que, al atardecer de ese día, varios sujetos emponchados merodeaban por esa zona y, que en un carruaje conducido por cuatro caballos y escoltado por varios jinetes, se llevaron el ataúd hasta el cementerio de la Recoleta, donde subrepticiamente fue depositado en la bóveda del  suegro de Señorans, José Migoni.[28] Actualmente, sus restos descansan en el cementerio de San Isidro, en la bóveda de Andrés Rolón.[29]

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Según consignaban los diarios de la época, el caso del Dr. Señorans no había sido el primer caso de profanación. Varios se habían cometido anteriormente debido a que las familias querían tener los cuerpos de sus seres queridos en un cementerio más cercano como era el del Norte o Recoleta, y no en un camposanto recién inaugurado que se presentaba como una zona desolada, con bañados y dificultades para llegar desde la ciudad.

 

“Se ha querido dar a esto hechos el carácter de leyenda. Nada de eso. Se explican muy sencillamente. El afecto de los deudos y su veneración por aquellos cuerpos lo han arrastrado a cometer estas sustracciones, altamente punibles ante la salud pública, pero hasta cierto punto disculpables ante el corazón.” [30]

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3.4 Julio de 1871: Consecuencias del flagelo

 

            Comenzado el mes de julio todas las instituciones del Estado se pusieron en marcha. Parecía que Buenos Aires resurgía desde el dolor y la tristeza que embargaba a  las familias porteñas. Los comercios reabrían definitivamente sus puertas; incluso algunos bares y restaurantes publicitaban sus servicios en los diarios recordando que durante la epidemia no habían cerrado sus puertas y que tampoco se habían registrado víctimas en su interior.

​

            El presidente Sarmiento abrió las sesiones del Congreso Nacional en los primeros días de julio con estas palabras:

 

“Honorables Senadores y Diputados:

La postergación inevitable que vuestra reunión ha experimentado, tiene por origen una calamidad pública cuyas víctimas han sido Buenos Aires y Corrientes.

La epidemia que acaba de desolar estos centros de población ha adquirido, por la intensidad de sus estragos y acaso por las consecuencias que traería su posible reaparición, la importancia de un hecho histórico. Hay ciertas obras públicas que hoy constituyen, por decirlo así, el organismo de las ciudades, y cuya falta puede exponerlas a las más serias catástrofes. Las nuestras han venido, entre tanto, acumulando su población, merced al impulso vivificador del comercio, sin que se pensara en la ejecución de aquéllas y se advirtiera el peligro. La lección ha sido severa y debemos aprovecharla.” [31]

 

            El 10 de julio de 1871 el gobernador Castro convocó a la Asamblea General Legislativa provincial. Comenzó su discurso diciendo:

 

“La afligente situación por que acaba de pasar esta ciudad con motivo de la aparición y desarrollo de la fiebre amarilla, impidió que os reunieseis en la época marcada por la Constitución de la Provincia para dar principio a vuestras tareas y ha demorado por consiguiente, el cumplimiento del deber que la misma Constitución, impone al Poder Ejecutivo de informaros del estado político y administrativo de aquella.” [32]

 

            Durante mucho tiempo se siguieron leyendo en los diarios avisos de casas de ropa que ofrecían prendas y artículos de luto, teniendo en cuenta que casi todas las familias porteñas habían perdido algún ser querido durante la epidemia:

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“Baratillo permanente de Daniel Lauro y Hermano. Belgrano 338 y 340.

Gran especialidad en paños merinos y artículos de luto, 25 % de rebaja. Ricos paños negros franceses, a 50, 45, 40 y 30 $. Ricas muselinas negras, trama azul y negra a 15, 14, 13, 12 y 8 $, y una infinidad de artículos de luto a precios como se ve muy buenos.” [33]

 

Otro signo que reflejaba las consecuencias del flagelo, era la cantidad de avisos fúnebres que invitaban a los funerales de víctimas de la fiebre en los diarios de la ciudad, aún varios meses después de su finalización.

 

“Da. Gregoria Paso de Saez. Falleció el 9 de abril de 1871. Don Eduardo Saez. Q. E. P. D. La familia de Saez y demás deudos, invitan a sus relaciones al funeral que por el descanso de dichos finados se celebrará en el templo de San Ignacio, el viernes 18 del corriente a las 10 y media de la mañana, favor a que quedarán eternamente agradecidos.

Los Sres. Sacerdotes que quieran aplicar la misa, recibirán el estipendio de costumbre.” [34]

 

            Por miedo a un nuevo brote de la enfermedad, el gobernador Emilio Castro conformó una “Comisión oficial gratuita” con el objetivo de obtener en Europa las mejores obras escritas sobre la fiebre amarilla, las medidas sanitarias a emplear, etc. Esta comisión la encabezó Juan Scrivener.[35]

​

            Desde fines de abril  se habían comenzado a conocer cifras de la epidemia. El primer cálculo lo publicó el desaparecido diario inglés The Standard, que dio las siguientes cifras, evidentemente exageradas: 26. 600 muertos de enero a abril de 1871.

 

 “Abril 30: (...) El Standart mata de un soplo 26.600 personas.” [36]

 

            En mayo se leía en El Nacional:

 

“Un estudiante de medicina que se ha dedicado a observar la marcha de la epidemia desde su principio, nos ha suministrado los siguientes datos: La fiebre amarilla ha producido entre nosotros ¼ de mortalidad; este cálculo se acerca mucho a la exactitud y más tarde lo veremos comprobado con las estadísticas. Ha habido 16.000 muertos.” [37]

 

“Relación de las defunciones de fiebre amarilla ocurridas desde el 27 de enero en que apareció hasta la fecha.: Total: 13.428 personas.” [38]

 

            La Revista Médico Quirúrgica, vocero de la Asociación Médica Bonaerense, daba para el lapso comprendido entre el 27 de enero y el 31 de mayo la cifra de 13.763 muertos.[39]

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            Mardoqueo Navarro, en su Diario sobre la epidemia, calcula que hubo 13.614 víctimas, distribuidas de la siguiente manera: Enero, 6; Febrero, 298; Marzo, 4.895; Abril, 7.535; Mayo, 842; Junio, 38.[40]

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            El doctor José Penna hacia finales del siglo XIX, recurrió a los libros de inhumaciones de los cementerios del Sud y de la Chacarita para obtener datos de los muertos a consecuencia de la fiebre amarilla. Los datos difieren un poco con los de Navarro: en el cementerio del Sud, 11.044 muertos de fiebre amarilla; en el cementerio de la Chacarita, 3.423. La cifra total es de 14.467. En su informe, Penna dice:

 

“Es posible que mi estimación contenga también errores, explicables quizá porque muchos fallecidos por enfermedades comunes fueron anotados a continuación de los febricientes sin establecer el verdadero diagnóstico; pero aún así se ve que la mortalidad absoluta producida por la epidemia osciló alrededor de los 14.000.” [41]

 

            En cuanto a las cifras de mortalidad, la mayoría de los autores ha utilizado la pirámide de datos de la obra de Mardoqueo Navarro. Estas cifras son difíciles de corroborar con documentación oficial, ya que el desorden generalizado de la ciudad en esos meses hizo imposible que se hicieran registros exactos sobre los contagiados y los muertos. La propia Municipalidad de Buenos Aires se preocupó por determinar en su tiempo la cantidad de fallecimientos ocurridos, labor que luego no se realizó por las dificultades que traía aparejada la tarea.[42]

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            Lo que sí se realizó en 1889 fue un monumento a la memoria de los caídos durante la epidemia de 1871. Su autor fue el escultor uruguayo Juan Ferrari. La obra está construida en mármol blanco de Carrara, en el centro del Parque Ameghino en la Avenida Caseros, frente al hospital Muñiz.[43] En el mismo lugar estuvo antaño el edificio de la administración del cementerio del Sud. Distintas figuras esculpidas y placas alrededor del monumento hacen presente el homenaje a quienes se entregaron en bien de los enfermos durante el flagelo. En las distintas caras que componen el citado monumento, bajo la figura que lo corona y bastante borradas, se leen con dificultad los nombres de miembros de la Comisión Popular, doctores en medicina, practicantes, Hermanas de Caridad, sacerdotes y religiosos, clero regular, farmacéuticos, empleados de la Comisión de Higiene y miembros de la Comisión de Higiene víctimas de la fiebre amarilla. Todo esto está coronado por una inscripción que dice: El sacrificio del hombre por la humanidad es un deber y una virtud que los pueblos cultos estiman y agradecen. [44]

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[1] Ibid, 10 de mayo de 1871.

[2] Cfr. DMN.

[3] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Diario de la Gran Epidemia, en Todo es historia, 8, 1967,  p. 24

[4] DMN.

[5] Ibid.

[6] LP, 20 de mayo de 1871.

[7] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Cuando murió Buenos Aires. 1871, pp. 393 y ss

[8] LP, 17 de abril de 1871.

[9] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 320 y ss

[10] LP, 20 de mayo de 1871.

[11] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 408

[12] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso, Op. Cit., p. 39

[13] LT, 20 de mayo de 1871.

Las cifras difieren sensiblemente de las brindadas por Mardoqueo Navarro en su diario. Ut Supra p. 84

[14] Cfr. LT, 27 de junio de 1871.

[15] Cfr. Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1871, p. 380

[16] Cfr. Ibid, p. 384

[17] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Op. Cit., p. 151. Ut infra pp. 208 y ss

[18] Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1871, p. 175

[19] Ibid., p.360

[20] Ibid., pp. 173 y ss

[21] Ibid., pp. 323

[22] Ibid., pp. 165-166 y pp. 202 y ss

[23] Ibid., pp. 365-366

[24] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Op. Cit., pp155-156

[25] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, p. 307

[26] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 25 y 26

[27] DMN.

[28] Cfr. BERRUTI, Rafael, La epidemia de fiebre amarilla de 1871, p. 570

[29] Cfr. Archivo del cementerio de San Isidro, libro de inhumaciones 1925

[30] LP, 23 de julio de 1871.

[31] SARMIENTO, Domingo F., Mensaje al Congreso en el Período Legislativo de 1871,  Imprenta La Tribuna, Buenos Aires, 1871, p. 3

[32] Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1871, p. 394

[33] EN, todos los días desde el 15 de mayo de 1871.

[34] Ibid, 17 de agosto de 1871.

[35] Cfr. SCRIVENER, Juan, Op. Cit., pp 2 y ss

[36] DMN.

[37] EN, 11 de mayo de 1871.

[38] Ibid, 12 de mayo de 1871.

[39] Cfr. Revista Médico Quirúrgica, año 8, 3, 8 de junio de 1871, p. 4

[40] Cfr. DMN

[41] PENNA, José, Estudio sobre las epidemias de fiebre amarilla en el Río de la Plata, en Anales del Departamento General de Higiene, volumen semestral especial, Buenos Aires, 1895, pp. 63 y ss

[42] Cfr. BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, Julio, Notas sobre la epidemia de fiebre amarilla, separata del Instituto Histórico de la Organización Nacional, Buenos Aires, 1980, p. 159

[43] Ver Apéndice, pp. 241 y 242

[44] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 54-57 y SEVERINO, Domingo y SEVERINO, Rodolfo, La fiebre amarilla de 1871. Acción del sacerdocio en un discurso de Rawson, en La Prensa Médica Argentina, vol. 70, 12, Buenos Aires, 1983, p. 521

Notas
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