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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

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Segunda Parte

 

2. El avance de la enfermedad y la organización de la defensa 

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2.2 La Comisión Popular de Salubridad

 

2.2.1 La iniciativa de la prensa

 

“He visto con íntima satisfacción la noble actitud asumida por Ud. en la prensa ante la epidemia que flagela a nuestra bella Buenos Aires. Muy bien, Héctor: esta conducta como la de las personas que se han presentado desde luego a combatir al enemigo común, es digna de encomio y despierta la más ardiente emulación.” [1]

 

A medida que el mes de marzo avanzaba, también lo hacían las víctimas de la epidemia, cosa que alarmaba cada vez más a la población de la ciudad de Buenos Aires.

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Evaristo Carriego escribió en el diario La Tribuna una carta abierta a Héctor Varela, redactor del periódico en la que proponía la creación de una asociación humanitaria cuyo fin sea el de prestar asistencia y medios de curación a las personas indigentes atacadas por la fiebre amarilla.[2]

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La mayoría de los periodistas adhirieron a esta iniciativa y se reunieron en casa de Carriego el 10 de marzo en la calle Suipacha 59. Ellos eran: Aristóbulo del Valle, representando a El Nacional; José María Cantilo, representando a La Verdad; El canónigo Domingo César de Intereses; José Camilo Paz, de La Prensa; Emilio Onrubia, representando a El Fénix; Bartolomé Mitre y Vedia por La Nación; Manuel Bilbao por La República, y Héctor Varela por La Tribuna.También participaron de esa reunión periodistas extranjeros, que representaban a la prensa de habla no española.[3]

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En esa reunión se decidió convocar un meeting en la plaza de la Victoria para que el pueblo confirmara la creación de una Comisión Popular de Salud Pública que enfrentara decididamente el flagelo que asolaba Buenos Aires. Se confeccionó una comisión provisoria encabezada por el vicepresidente de la Nación, Adolfo Alsina, e integrada entre otros por José Roque Pérez, Francisco López Torres, Bernardo de Irigoyen, Lucio V. Mansilla, Manuel Argerich, y todos los periodistas antes mencionados, quienes habían sido los propulsores de la iniciativa.[4]Cabe destacar el espíritu de servicio y el compromiso con que todos encararon este proyecto al servicio de una población cada vez más perpleja por el avance de la fiebre.

 

“No haya espera. Nada de mezquindades. Nada de contemplaciones, sea con quien fuere. El deber nos impone responsabilidades severas: sepamos pues cumplirlo.” [5]

 

Mardoqueo Navarro reflejó estos importantes momentos de la historia de la epidemia de la siguiente manera:

 

“Día 10: La República propone un poder popular y consulta sobre celebrar un meeting. El Senado ni ve ni siente.

Día 11:La República pide meeting. La Nación grita Revolución.(...)

Día 12 : Diaristas reúnense el 11 en la redacción de La República y acuerdan el meeting. (...)

Día 13: ¡¡GRAN MEETING DEL PUEBLO!! (...)” [6]

 

Efectivamente, el 13 de marzo a las doce del mediodía se realizó el encuentro en el atrio de la catedral, usando como tribuna una silla. Se calcula que se reunieron alrededor de ocho mil personas. Varias bombas de estruendo disparadas desde la imprenta de La Tribuna, situada en la calle Victoria entre Perú y Bolívar, fueron la señal de que comenzaba el meeting.[7]

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Primero habló Héctor Varela, quien expresó duramente la terrible verdad de la situación, las proporciones de la catástrofe y la necesidad de agruparse y contribuir con mucho esfuerzo a la defensa de la ciudad. Le siguieron en el uso de la palabra, el doctor Manuel Argerich, Carlos Guido Spano y Basilio Cittadini. Se propusieron los nombres para integrar la comisión y todos fueron aceptados por aclamación, con lo cual quedó consagrada la conformación de la Comisión Popular de Salubridad Pública.[8]

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Allí mismo se conformaron dos comisiones con petitorios dirigidos al Presidente de la República y al gobernador Emilio Castro respectivamente. Al primero se le solicitaba que impidiese el desembarco de inmigrantes mientras durase la epidemia; al segundo, que pusiera en ejecución un proyecto del diputado Bernardo de Irigoyen que ordenaba limpiar y desinfectar el Riachuelo, y que no tenía sanción definitiva por deserción de parte de los senadores. Las dos delegaciones volvieron al seno de la asamblea con la respuesta favorable de los mandatarios, y la promesa de que aportarían fondos para el trabajo de la Comisión Popular.[9]

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El gobernador Castro, el mismo día en que se constituyó la Comisión, emitió una proclama para dar la bienvenida al organismo, pero no dejaba de hacer ver que ya existían instituciones oficiales que trabajaban con celo y dedicación en la lucha contra la fiebre amarilla. Esto se debía a que nadie podía desconocer la existencia de intereses políticos en algunos integrantes de la Comisión Popular más allá de su objetivo filantrópico.

 

 

2.2.2. Organización interna de la Comisión. Integrantes. Su relación con la masonería.

 

El 14 de marzo se realizó la primera reunión de la Comisión Popular en la casa de Héctor Varela, la asamblea fue presidida por Mariano Billinghurst y la presidencia recayó en el abogado José Roque Pérez y la vicepresidencia en Héctor Varela, quien hubiera preferido a Adolfo Alsina como presidente. Este fue uno de los primeros en abandonar la ciudad por lo cual sólo obtuvo el título de presidente honorario.[10]

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Se decidió organizar la cobertura diaria con guardias de seis horas llevadas a cabo por dos de sus componentes, auxiliados por un escribiente a sueldo y varios celadores obligados a llevar por escrito el parte diario.

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La sede oficial de la Comisión primero se fijó en la calle Bolívar 82 para luego trasladarse al edificio de la entonces Universidad de Buenos Aires, sito en la calle Perú. El cargo de tesorero recayó en Billinghurst y secretarios fueron elegidos Matías Behety y Emilio Onrubia. Constituida la mesa directiva, la Comisión Popular entró de lleno en funciones.

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Al día siguiente podía leerse en los diarios más importantes de la ciudad una proclama dirigida a las autoridades y al pueblo en general:

 

“Después de una larga y luminosa discusión acerca de las primeras medidas que debía tomar la Comisión para responder al sentimiento popular que la había instituido, en la que sucesivamente tomaron parte los señores J.C. Gómez, Argerich, Roque Pérez, Varela, Mitre y Vedia, Billinghurst, Bilbao, Guido y otros, se tomaron las siguientes resoluciones:

  1. Comunicar a los dos gobiernos, nacional y provincial, la instalación de la Comisión y los nombramientos hechos en su seno.

  2. Comunicar a la Municipalidad la disposición en que se halla la Comisión de mancomunar con ella sus trabajos para combatir la epidemia.

  3. Pasar una nota igual al Jefe del Departamento de Policía.

  4. Hacer saber a las comisiones parroquiales la conveniencia de que se pongan en contacto con la Comisión Popular para todo aquello que se relacione con los medios de atender a la salud del vecindario.

  5. Nombrar una comisión para inspeccionar inmediatamente los barrios infestados a fin de que, conociendo su verdadero estado, la Comisión Popular pueda proceder en consecuencia.

  6. Poner aviso en los diarios de la capital ofreciendo 100 pesos papel por día a toda persona que quiera servir como enfermero, ocupando también a las mujeres.

  7. Publicar los nombres de los miembros de la Comisión con sus domicilios, para que los necesitados puedan concurrir a ellos por auxilios

  8. Reunirse mañana a la una para poner en marcha definitivamente los trabajos.”[11]

 

 

La lectura de estas disposiciones, especialmente los puntos 4 y 5, muestran a las claras que la Comisión tuvo una autosobrevaloración que hizo apartarla del Consejo de Higiene y de las Comisiones Parroquiales, no teniendo en cuenta la experiencia que ya habían cosechado estos organismos, pretendiendo además que se pusiesen a su servicio. La Municipalidad se negó a reconocerle todo carácter a la Comisión Popular, ya sea por sentirse deprimida por la creación de un nuevo cuerpo al que el pueblo confiaba una misión que le competía a ella, ya sea por envidia sabiendo que los integrantes del nuevo organismo se ganarían el aprecio público.[12]

 

 

“Día 15: (...) La Comisión inicia bien sus trabajos. Las autoridades tienen celos.(...)”

Día 16: La palabra de la Comisión al pueblo. Suscripciones. Acción popular-Acción gubernativa.

Día 17: La comisión propone. Las autoridades arguyen su título como el Papa. Los legisladores discuten. La comisión procede. Aliento del pueblo.”  [13]

 

Sola, desautorizada por la Municipalidad, con escasa colaboración de las comisiones parroquiales y dudosamente apoyada por los gobiernos nacional y provincial, que dispusieron se les entregara la escasa suma de 2.000.000 de pesos, la Comisión comprendió que debía emprender su humanitaria campaña en base a las fuentes populares de donde emanaba.

 

“(...) La acción de las autoridades no basta por desgracia para remediar los terribles males que pesan sobre nuestra sociedad, es por esto que le ofrecemos nuestros auxilios leal y desinteresadamente. Lejos de nosotros el deseo de coartar la acción de nadie ni de atribuirnos facultades que no nos pertenezcan.(...) Las comisiones parroquiales que han trabajado y  trabajan con un celo digno de todo encomio para alivio de los que sufren, no consiguen todos todos los buenos resultados que conseguirían si tuvieran lo que nosotros venimos a traerles: brazos, medios abundantes y cuanto pueda concurrir al noble fin que se tiene en vista. Aquí estamos nosotros para llenar este vacío.

¡Habitantes de Buenos Aires!

La Comisión de Salubridad os pide vuestro óbolo para llevar a cabo nuestra obra de caridad.

Dádnoslo, y pronto, porque el tiempo urge y cada hora que pasa nos arrebata algunos hermanos que la caridad bien dirigida habría podido salvar.

Que todos contribuyan con su poco y tendremos mucho.

No hace menos el pobre que da un peso, que el rico que da millares, y ambos tienen derecho a la gratitud de los que reciben el beneficio.

Buenos Aires, Marzo 16 de 1871.” [14]

 

Desde el momento que expresaban que venían a llenar un vacío estaba claro que se atribuían una preeminencia. En lugar de trabajar en conjunto con el Consejo de Higiene Pública, las comisiones parroquiales y los organismos oficiales, la Comisión Popular lo hizo de manera independiente y aislada. Más aún, pretendió que dichos organismos se pusieran a sus órdenes. Todo esto generó muchas dificultades a la hora de trabajar de manera efectiva en contra de la peste. [15]

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 Sin embargo, no puede dejar de destacarse la labor que los hombres de esta comisión realizaron en bien de la población de la ciudad de Buenos Aires, ciudad que presentaba un cuadro de desolación; la gente abandonaba la ciudad, sin recursos, en huidas de desesperación efectuadas entre el paso de los carros conduciendo pilas de cadáveres. La Comisión Popular dio ejemplo de coraje, de altruismo, luchando contra un enemigo intangible; el hecho de que un grupo de personas determinadas con una buena posición económica no abandonasen la ciudad e hiciesen frente al mal, puso un dique al pánico reinante.[16]

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El punto más urgente por resolver por la Comisión Popular consistía en llevar asistencia médica a los enfermos. Gran parte de los fondos que ingresaron se emplearon en la compra de medicamentos que se repartían gratuitamente entre los pacientes pobres. El primer médico del organismo fue el doctor Antonio J. Argerich; a él se sumaron los doctores Pedro Mallo, Caupolicán Molina y el italiano Carlos Gallarini. Debido a los inconvenientes que se generaron, la Comisión Popular decidió contratar servicios médicos por su cuenta, pagados por la tesorería de la misma. Esto se debió a los problemas que se ocasionaron con los médicos de las comisiones parroquiales que no podían aceptar el bono o papeleta con que trataban de pagarle los enfermos protegidos por la Comisión Popular, ya que dichos médicos parroquiales cobraban cinco mil pesos mensuales, estándoles prohibido aceptar dinero de otras fuentes.[17]

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Varios médicos más fueron contratados por la Comisión Popular, entre ellos los doctores Degroud, Pérez, Ortiz Herrera, Barbati y García Fernández, generando así una superposición de funciones con el Consejo de Higiene Pública y con las comisiones parroquiales. Incluso, para agravar el conflicto, contrató servicios de profesionales que carecían de título revalidado o autorizado: Bruzzaca, Poyet, Cádano, Gaicerán, Herrero Salas, Muzio, Hirón, Rousseau, Kolhk y Zinzani.[18]

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Para agilizar la acción del organismo, se distribuyó a sus miembros en subcomisiones, con una función específica cada una. Es importante detallar la constitución de estas subcomisiones para conocer a los miembros de la Comisión Popular de Salubridad Pública:[19]

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  • Comisión de Higiene: Presidente, Juan Carlos Gómez. Vocales, Manuel Bilbao y Basilio Cittadini. Le correspondía controlar la estricta observancia de las disposiciones sanitarias en lo referente a medidas de salubridad, limpieza, desinfección, desalojos, etc. debiendo denunciar las infracciones.

  • Comisión de Hacienda: Presidente, Mariano Billinghurst. Vocales, León Walls y Gustavo Nessler. Se ocupaba de recaudar fondos y distribuirlos entre las otras comisiones.

  • Comisión de Provisiones: Presidente, Manuel Argerich. Vocales, José María Cantilo y Carlos Guido y Spano. Se encargaba de adquirir alimentos, ropa, etc. y distribuirlos entre los enfermos y necesitados.

  • Comisión de Servicios: Presidente, José Camilo Paz. Vocales, Antonio Gigli y José M. Lagos. Su misión era conseguir ayudantes, enfermeros y voluntarios que quisiesen colaborar en el accionar contra la epidemia.

  • Comisión Médica: Presidente, Bernardo de Irigoyen. Vocales, Bartolomé Mitre y Vedia y Adolfo Korn. Dirigían el cuerpo médico contratado por la Comisión Popular.

  • Comisión de Asistencia: Presidente, Lucio V. Mansilla. Vocales, Francisco Uzal, Emilio Ebelot, Carlos Paz, Pablo Ramella, Tomás Armstrong, Domingo D’ Almonte, Aristóbulo del Valle, Francisco López Torres, Domingo César, Eduardo Mulhall y Cosme Mariño. Su función era muy amplia ocupándose de asistir a los enfermos o a sus familias, proporcionándoles médico, remedios, abrigo, desinfectantes y todo cuanto fuera necesario.[20]

 

En parte con el deseo de ganar representatividad y también porque algunos manifestaron su deseo de incorporarse a la Comisión Popular, se decidió aumentar el número de miembros, sumando nuevos protagonistas a los fundadores del mitin del 13 de marzo. Algunos quisieron pertenecer a la Comisión por un real afán de servicio; otros, porque buscaban obtener prestigio personal, ya sea en el campo médico o en el político. Hubo ciertas resistencias a la incorporación de nuevas personas ya que algunos sostenían que la Comisión Popular debía limitarse a los 32 miembros elegidos por aclamación popular en la plaza de la Victoria, pero finalmente triunfó la otra postura y así se integraron como titulares el canónigo Patricio Dillon, el abogado Manuel Quintana (futuro presidente de la República), el educador francés Alberto Larroque radicado en Buenos Aires desde 1841, incansable creador de institutos y centros escolares, Pablo y Enrique Gowland, Fernando Dupont, Juan y Daniel Argenti, Francisco Meyans, José Viñas, Pablo Barbatti, Florencio Ballesteros, Félix Iturriaga y el doctor Señorans.[21] Los dos últimos no vuelven a figurar en las listas de la Comisión Popular, por lo que se supone que declinaron la incorporación o renunciaron luego a la misma.

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Otros se ofrecieron desinteresadamente en calidad de simples auxiliares como Mariano Orma, Ernesto Picard, Enrique S. Quintana y Estanislao del Campo, que colaboraron en las comisiones dispuestas por el reglamento, con la misma abnegación y el mismo espíritu de sacrificio que los miembros titulares demostraron en esas horas de lucha desigual entre el flagelo y la vida.[22]

 

            “Día 4 de abril: La comisión Popular aumenta sus médicos. (...)

             Día 5: (...) La comisión organiza su cuerpo médico. (...)

             Día 6: La Comisión se multiplica. (...)” [23]

 

Los hombres que formaban la Comisión eran en su mayoría periodistas, jurisconsultos, médicos y oradores, destacándose dos sacerdotes de prestigio, los ya nombrados Domingo César y el irlandés Patricio Dillon. 

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La mayoría de los miembros eran activos masones. La masonería, instalada oficialmente en Argentina desde 1856 con la Logia Unión del Plata, y sobre todo desde 1858 con la instalación del Supremo Consejo Argentino, por la carta que le concediera el cuerpo similar uruguayo el 11 de diciembre de 1857,[24]predominaba en las esferas del gobierno y también en la cátedra, en la prensa, y en los círculos intelectuales y científicos, ejerciendo una influencia creciente en el quehacer nacional que habría de alcanzar su apogeo en la década del 80 con la sanción de la legislación laicista. Desde 1870 era su gran maestre el Dr. Nicanor Albarellos, importante médico de Buenos Aires y vice gran maestre Don Mariano Billinghurst, el acaudalado comerciante que fue nombrado tesorero de la Comisión Popular. El periodista masón Héctor Varela fue quien propuso la constitución de dicha comisión y su vicepresidente.[25]

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Desde febrero de 1871 todos estos hombres se reunían  en los altos del Teatro Colón, donde tenía su sede la Gran Logia de la Argentina, frente a la actual Plaza de Mayo. Como primera medida, la masonería aportó la suma de $ 32.000, recolectando a los pocos días entre las logias otros $ 16.400.

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Posteriormente el 18 de marzo el Supremo Consejo donó $ 10.000; el 10 de mayo las logias aportaron otros $ 10.000; y finalmente el 22 de mayo en una reunión general de delegados se constituyó, con la presencia del Hermano Federico Guillermo Moore un fondo especial llamado “Socorro Víctimas de la epidemia”, destinado a la ayuda de los familiares de las víctimas, ya que muchas familias habían sido devastadas por la epidemia.[26]

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Varios masones de muy buena posición económica hicieron importantes donativos personales de $ 5.000 a $ 7.000 cada uno, suscribiéndose además con una cuota mensual de $ 1.000 por el tiempo que durase la epidemia. Entre ellos se destacaron José Roque Pérez, Bernardo de Irigoyen, Anacarsis Lanús, Tomás Armstrong, José Marcelino Lagos, y los ya mencionados integrantes de la comisión directiva de la Comisión Popular.[27]

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José Roque Pérez, presidente de la Comisión Popular, había nacido en la ciudad de Córdoba en 1815. Fue defensor de pobres y menores, censor de la Academia de Jurisprudencia, y a instancias del ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, fue nombrado oficial de dicho Ministerio. Después de Caseros fue confirmado en el cargo y luego nombrado por Urquiza encargado de dicho Ministerio.

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En 1869 acompañó al Paraguay a José María da Silva Paranhos, gran maestre de la masonería brasileña. Allí, conmovido por los desastres provocados por la guerra, se ocupó de movilizar a sus amigos militares y civiles de las fuerzas aliadas que se encontraban en Asunción y a sus hermanos masones de Rosario y Buenos Aires solicitando de todos ellos recursos en dinero, ropas, y alimentos y todo aquello que pudiera contribuir a aliviar la penosa situación de la población paraguaya.[28]

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Junto con Sarmiento fundó en 1856, la logia madre Unión del Plata, y fue el primer gran maestre de la masonería argentina desde 1857 a 1861, reelegido para el período 1864-1867, y desde ese año a 1870, como vice gran maestre. Fue además el primer gran comendador, al constituirse el Supremo Consejo grado 33º para Argentina en 1858.[29]

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Durante el desempeño de sus funciones apoyó una serie de iniciativas similares a las realizadas en Paraguay y promovió la fundación de numerosas logias en el país y en el exterior, como la Logia Unión Paraguaya Nº 30, de Asunción.[30]

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Roque Pérez falleció víctima de la epidemia de fiebre amarilla el domingo 26 de marzo de aquel triste 1871. Dado lo importante que era su persona en los círculos masónicos e intelectuales de la ciudad de Buenos Aires, los diarios de aquellos días reflejaron la triste noticia:

 

“ (...) Desde que el doctor Pérez cayó postrado en cama, se le ha visto con un desprendimiento digno de aplauso, luchar contra la enfermedad por arrebatarle su presa, sin omitir desvelos ni cuidados de todo género.

Un sentimiento de justicia nos induce a dar a publicidad rasgos de abnegación y heroísmo tan poco comunes en épocas de una epidemia tan terrible cuyo contagio hace a cada paso olvidar hasta los deberes más sagrados de los miembros de una familia entre sí.”[31]

 

“ El pueblo de Buenos Aires tiene que llorar una víctima más del número de aquellas que dejando un vacío en la sociedad, llevan consigo una luz, una fuerza, una esperanza que se pierde en medio de la tempestad que dolorosamente nos sacude.

El Dr. D. José Roque Pérez ya no existe. Arrebatado por el flagelo, caído en la brecha desde lo alto de la cual levantaba la bandera de la caridad, perdido para siempre, para su familia y para sus numerosos amigos, el Dr. José Roque Pérez merece a doble título que se haga repercutir su nombre sobre el rumor de la oleada que diariamente lleva centenares de cadáveres a las playas silenciosas de la muerte y del olvido.(...)

A él le ha tocado caer en su puesto, envuelto por la bandera de la caridad que en nombre de la generosidad del pueblo de Buenos Aires él había desplegado, y ha mantenido en sus manos hasta que la muerte las ha helado para siempre.

¡Paz en su tumba y honor a su memoria!” [32]

 

“Día 26 de marzo: Muere Roque Pérez. El pavor crece y vence al deber.” [33]

 

Estos artículos periodísticos son una clara muestra de lo importante que era la figura de Roque Pérez en la ciudad de Buenos Aires de 1871. Pero también, deja ver cómo en los diarios de ese tiempo se resaltaba el accionar y la personalidad de los hombres de la Comisión Popular, muy ligados a los círculos masónicos que a la vez eran los directivos de los más importantes periódicos.

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Además del Dr. Pérez, perdieron la vida durante la epidemia otros prominentes masones como el Dr. Manuel Gregorio Argerich, que sucedió a Pérez en la presidencia de la Comisión Popular de ayuda a las víctimas de la epidemia; el Dr. José Pereyra Lucena, que fue secretario y profesor de la Facultad de Medicina; el alemán Carlos Keil, creador del Asilo de Sordomudos y colaborador en la organización del Asilo de Mendigos; el periodista Francisco López Torres, director del diario La Discusión; José Martínez de Hoz, primer presidente de la Sociedad Rural Argentina, etc.[34]

 

 

2.2.3 Su accionar durante la epidemia.

 

            Difícil sería detallar los trabajos de la Comisión Popular, cuando en una ciudad que alcanzaba a unos 120.000 habitantes, morían entre 300 y 600 por día; teniendo que organizarse en medio del desorden, de la confusión y de la muerte; hacía frente a las exigencias de muchas familias desamparadas suministrándoles ropas, alimentos, camas, incluso dinero. Cuando comenzaron a faltar hasta los más rudimentarios elementos para la atención de los enfermos, la Comisión dirigió un llamado a las damas porteñas:

 

“A las damas de Buenos Aires: La Comisión Popular de Salubridad se encuentra diariamente acechada por centenares de infelices que vienen a pedir auxilios y a quienes la terrible epidemia que asola nuestra población a colocado en la última miseria. En presencia de tanta penuria y necesidad, la Comisión apela a la reconocida generosidad de las damas de Buenos Aires a fin de pedirles sábanas, fundas, ropa blanca y cuanto a su juicio pueda servir a aliviar la triste situación de los desgraciados que caen postrados por el flagelo. Las donaciones pueden remitirse a la calle Bolívar número 82. Héctor F. Varela. Vice-Presidente.” [35]

 

También pagaba un cuerpo médico importante y los medicamentos que resultaba difícil conseguirlos dado que muchos farmacéuticos cerraban las puertas de sus negocios y abandonaban la ciudad. La Comisión Popular decidió incautar los productos abandonados; para ello sus miembros abrieron a la fuerza las farmacias y tomaron todos los medicamentos que en ellas había.

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            Junto con el tema de la asistencia médica fue una preocupación recaudar fondos para solventar los crecientes gastos que superaban la capacidad económica de la Comisión. Cabe destacar que la primera donación que se recibió fue la de los franciscanos, que en una nota dirigida el 16 de marzo adjuntaban la suma de $ 5.000 y ponían a disposición de la entidad lo recolectado en la alcancía de San Roque por el tiempo que durara la epidemia.[36]

 

“A los ricos: ¿Qué esperan? ¿Por qué no mandan sus cuotas a la Comisión Popular? Asco da ver ciertas miserias.” [37]

 

            Entre otros suscriptores, el gobierno nacional donó $ 200.000 y la misma suma entregó el gobierno provincial. Bancos, empresas, el comercio mayorista, etc. también hicieron sus donaciones. Se llegó a recaudar una cifra que rondaba los $ 3.700.000.[38]

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La Comisión se reunía todos los días, cada miembro debía prestar seis horas diarias de guardia, dos durante el día y cuatro por la noche. En estas guardias, serían acompañados por dos voluntarios auxiliares. Durante estos turnos, había que estar dispuesto a ser solicitado para cualquier situación que se presentara, incluso disponibilidad para visitar moribundos o hacer de sepulturero.[39]

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Eran comunes los desacuerdos con las comisiones parroquiales; algunos miembros de la Popular, entre ellos Héctor Varela y Carlos Guido y Spano, sostenían que había que ayudarlas económicamente con la suma de $10.000 a cada una, , pero otros se negaron sistemáticamente. Con el paso del tiempo, recrudecieron los enfrentamientos entre la Comisión Médica y el Consejo de Higiene por un lado y la Comisión Popular por el otro. Esta última acusaba de incapaces a las primeras y se arrogaba el derecho de dirigir los servicios sanitarios y mantener el control médico de la lucha contra la peste en la ciudad.

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Así, a principios de abril, se llegó a una cierta ruptura cuando la Comisión Popular ordenó a sus médicos que no obedecieran las disposiciones del Consejo de Higiene Pública, limitándose a seguir sólo las instrucciones que ella emitiera. También entraron en conflicto cuando pretendió que a los médicos extranjeros sin título revalidado se los pusiera al frente de comisiones parroquiales y no se los considerase como simples practicantes, resolución ésta de la Comisión Médica.[40]

 

“Día 2 de abril: La Comisión pide el incendio de los conventillos. Setenta y dos muertos en uno. La epidemia desocupa los conventillos, que respeta la autoridad.” [41]

 

La Comisión Popular y la opinión pública en general habían verificado que los focos de infección estaban en estrecha relación con los lugares donde existían aglomeraciones humanas. Un artículo del diario La Nación, del 5 de marzo de 1871 lo expresa así:

 

“(...) A esta multitud de focos miasmáticos se une hoy por desgracia la aglomeración en locales estrechos de centenares de personas, principalmente inmigrantes, que viven en el más repugnante desaseo.

Un solo hecho vamos a citar para que se toque la influencia de la inmundicia sobre el desarrollo de las pestes.

Es sabido que la fiebre amarilla, estableciendo su cuartel general en la parroquia de San Telmo ha dado verdaderos asaltos a otros puntos de la ciudad. Todos ellos han tenido lugar uniformemente. La fiebre ha buscado el punto de la mayor aglomeración y desaseo y lo ha atacado sin piedad. Inmediatamente que se han hecho cesar las causas de la propagación, la peste ha desaparecido encerrándose en su guarida primera.

Sabido es que un nuevo foco de peste se había anunciado en la calle Paraguay, entre Artes y Cerrito. Averiguando el hecho, resultó que el local atacado teniendo apenas capacidad para cincuenta personas, alojaba trescientos veinte!

Pero había algo peor, si es que algo peor puede darse.

Con un objeto que no es fácil adivinar, el locador o dueño de esa casa no consentía en que se sacasen las basuras que se hacían diariamente en ella, que no serían pocas ni de buena calidad. Ibalas amontonando en el fondo de la casa donde hacía diez meses se estacionaban, por manera que, cuando se sacaron, fue necesario ocupar diez grandes carros de los que hacen el servicio municipal.

(...) Entonces fue que acudió la autoridad. Los habitantes de la casa aterrados, la desampararon, una parte espontáneamente, otra parte inducidos a ello.

Limpia y desalojada la casa, desapareció la fiebre amarilla de aquel barrio. (...)” [42]

 

 

Este hecho concreto denunciado por el periodismo, verificado por las autoridades y de pleno conocimiento público, dio la pauta del procedimiento a seguirse y del rigor con que debía efectuarse si se quería resguardar la salud de la población porteña.[43]

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Fue así que en un acuerdo entre las autoridades municipales y la Comisión Popular, se dispuso proceder al inmediato desalojo de todos los conventillos de la ciudad en el término de cinco días, y bajo pena de que pasado ese tiempo y no obedecida la ordenanza, se emplearía la fuerza pública. Esta tarea fue asignada a los miembros de la Comisión Popular, doctores Juan Carlos Gómez y Manuel Argerich, don León Walls y el canónigo Domingo César. A veces eran acompañados por miembros del Consejo de Higiene y siempre eran escoltados por un piquete policial con orden de actuar cuando surgieran dificultades.[44]

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Se obligaba a los habitantes de los conventillos, en su mayoría italianos, a abandonar el inmueble, se les incendiaban todas sus pertenencias y eran literalmente abandonados en la calle. No se les daba ningún refugio a cambio; no se preveía para ellos alojamiento, quedaban sin techo, sin alimentación y sin asistencia. La Comisión Popular trató duramente a los inmigrantes acusándolos prácticamente de ser los culpables de la epidemia.

Los desposeídos de sus viviendas muchas veces volvieron a ocupar casas y conventillos desalojados y cerrados. El Gobierno respondió juzgando y enviando a la cárcel de Deudores, sin tener en cuenta que algunos detenidos allí estaban contagiados de fiebre amarilla y que en ese lugar ya había 150 personas.[45]

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Sin embargo hubo algunos que se ocuparon de los desalojados. Muchos sacerdotes acogieron en sus templos a las familias que deambulaban por las calles. Entre ellos, Domingo César, quien a diferencia de sus compañeros de la Comisión Popular, se ocupó de contactarse con familias pudientes y de profunda raíz cristiana para que den alojamiento a las víctimas de la ordenanza que estaba en vigencia desde el 9 de abril.[46]

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El general Mitre, ante la situación planteada, propuso a la Comisión Municipal organizar campamentos en las afueras, donde se diera alojamiento, abrigo y comida a los desamparados. En esos días llegó un gran cargamento desde Río de Janeiro con camas y mantas, que se destinaron a los alojamientos de emergencia construidos a instancia de Mitre.[47]

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Algunos plantearon otro tema muy relacionado con el del desalojo de los conventillos: estos representaban un capital de ingreso para sus propietarios, ¿había derecho para privar a sus dueños de una parte de su renta sin indemnizarlos? Respondieron que constitucionalmente no.

 

“Toda privación forzosa por causa de utilidad pública, como toda enajenación de un bien particular, constituye una expropiación, solo facultada por la ley previa indemnización.

Nos colocamos en este terreno porque no somos partidarios, ni aun bajo los furores de una inmensa desgracia, de que las garantías acordadas por la ley a la vida y a la propiedad de los habitantes se conviertan en bienes ilusorios.(...)

De seguro la mayor parte de esas casas de inquilinato pertenecerán a extranjeros, probablemente a muchos de los que habiendo sido primero inquilino de ellas, conociendo el negocio se hicieron luego empresarios.

Siendo extranjeros, cualquier perjuicio en sus intereses podría dar lugar para en adelante a un reclamo diplomático.” [48]

 

            Por el terrible avance de la enfermedad en la primera quincena de abril, la ordenanza de desalojar todos los conventillos se cumplió parcialmente, dado que hubo que centrar toda la atención en los enfermos y moribundos.

La labor de la Comisión Popular se continuó durante el mes de abril y la primera quincena de mayo hasta que se dispuso su disolución el 20 de mayo de 1871. [49]

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“Día 20: Cesa la Comisión Popular. Tuvo entradas por 3.774.343 $ y salidas por 3.654.304$.” [50]

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[1] GUIDO SPANO, Carlos, Dos líneas al redactor de “La Tribuna” Héctor Varela, en Autobiografía y Selección de poesías, Buenos Aires, 1954, p. 111  

[2] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 232

[3] Ibid

[4] Cfr. FARINI, Juan Ángel, La Comisión Popular, en Boletín de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, vol.49, 2º semestre 1971, Buenos Aires, pp. 579-580

[5] GUIDO SPANO, Carlos, Op. Cit., p. 112

[6] DMN

[7] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Op. Cit., p. 55

[8] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 238

[9] Cfr. FARINI, Juan Ángel, Op. Cit., pp. 579-580

[10] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso A., Op. Cit., p. 38

[11] LN, 15 de marzo de 1871.

[12] Cfr. FARINI, Juan Ángel, Op. Cit., p. 581

[13] DMN.

[14] LN, 17 de marzo de 1871.

[15] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 253-256

[16] Cfr. MEYER ARANA, Alberto, Op. Cit., pp. 356-358

[17] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso A., Op. Cit., p. 39

[18] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 124-126

[19] Es importante destacar que no todas las fuentes y autores coinciden respecto a los nombres de pila de los miembros de la Comisión Popular. Seguimos las fuentes periodísticas de la época.

[20] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 249

[21] Cfr. FARINI, Juan Ángel, Op. Cit., p. 582

[22] Cfr. Ibid.

[23] DMN

[24] Cfr. ROTTJER, Aníbal A., La masonería en la Argentina y en el mundo, Buenos Aires, 1983, p. 289

[25] Cfr. CHAPARRO, Félix A., José Roque Pérez, Rosario, 1951, p. 185

[26] Cfr. LAPPAS, Alcibíades, A cien años de la epidemia de fiebre amarilla, en Símbolo, 75-76, Buenos Aires, 1971, pp. 326 y ss

[27] Cfr. Ibid.

[28] Cfr. CHAPARRO, Félix A., Op. Cit., pp. 163-164

[29] Cfr. RAMALLO, Jorge María, La acción de la Iglesia y la masonería durante la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires, en Nuestra Historia, 18, Buenos Aires, diciembre de 1976,  p. 367

[30] Cfr. LAPPAS, Alcibíades, La masonería argentina a través de sus hombres, Buenos Aires, 1958, p. 207

[31] LP, 27 de marzo de 1871.

[32] LN, 28 de marzo de 1871.

[33] DMN.

[34] Cfr. RAMALLO, Jorge María, Op. Cit., pp. 367-368

[35]LN, 3 de abril de 1871. En otros diarios, La Prensa y La Tribuna entre ellos, también se publicaba diariamente esta noticia pidiendo colaboración y donaciones.

[36] Cfr. LN, 17 de marzo de 1871. Ver Apéndice, p. 234

[37] Diario LA TRIBUNA, en adelante LT, 12 de abril de 1871.

[38] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 274

[39] Cfr. FARINI, Juan Ángel, Op. Cit., p. 583

[40] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit, pp. 299 y ss

[41] Cfr. DMN.

[42] Artículo de LN, La Peste. La mortalidad y sus causas, 5 de marzo de 1871, en La Revista de Buenos Aires, Tomo 24, 1871, pp. 422-424

[43] Ut Supra, pp. 53

[44] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 270

[45] Cfr. BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, Julio, Op. Cit., p. 145

[46] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp.321-323

[47] Ibid.

[48] LP, 10 de abril de 1871.

[49] Más detalles sobre este momento de la Comisión Popular serán brindados en el capítulo Declinación de la epidemia.

[50] DMN.

Notas
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