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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

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Segunda Parte

 

1. La fiebre amarilla

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1.1 Características de la enfermedad

 

La epidemia de 1871 tuvo su iniciación un poco enmascarada por el desconocimiento clínico de la enfermedad, lo que hizo establecer errores de diagnóstico que, al perder un tiempo precioso, permitieron a la epidemia tomar un incremento realmente desproporcionado.

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El diagnóstico clínico de la fiebre amarilla es difícil, especialmente por la necesidad de diferenciar este proceso de otras enfermedades tropicales que pueden presentar un cuadro clínico análogo, entre ellas el dengue, la fiebre recurrente trasmitida por garrapatas, la fiebre biliosa hemoglubinúrica, la viruela, etc.[1]

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La fiebre amarilla es una enfermedad epidémica, contagiosa, endémica en ciertos países costeros, en ciertos estados de la costa de Sudamérica y Centro América, pero que, en realidad se encuentra aún establecida en todos los países tropicales. [2] Se caracteriza por una degeneración adiposa del hígado y la congestión de la mucosa gástrica e intestinal. Es ocasionada por un virus que produce un quebrantamiento del estado general seguido de ictericia e inflamación hepática. Generalmente finaliza en una oliguria que produce una insuficiencia renal aguda.[3] El agente vector trasmisor del virus es la hembra de un mosquito llamado Stegomia fasciata o Aedes aegypti, insecto de pequeño tamaño en comparación con otras especies de mosquitos. La temperatura óptima para su reproducción se encuentra por encima de los 25º, aunque vive en regiones con temperaturas medias más bajas. Prefiere vivir dentro de las habitaciones de las casas. Deposita sus larvas en cualquier lugar donde haya unos centímetros cúbicos de agua, siempre dentro de las casas, en baldes o latas olvidadas, en los charcos de los jardines, o en botellas abandonadas. Es un insecto casero, que se instala cómodamente en esos ambientes permanentemente caldeados. Este detalle tuvo enorme importancia en la gran epidemia de 1871, ya que permitió al mosquito sobrevivir e infectar con temperaturas exteriores notablemente bajas.[4]

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La fiebre amarilla se inicia después de un período de incubación que dura generalmente de dos a cuatro días; en breve lapso el paciente pasa a tener un temperatura de 40º, acompañada de escalofríos, quebrantamiento general e intenso dolor de cabeza, vómitos, ligeras diarreas, cefalalgias violentísimas, dolores musculares, afectando también el sistema nervioso, que juntamente con el aparato digestivo, el aparato circulatorio y el hígado, participan activamente de este estado infeccioso; se establece una insuficiencia hepática y renal.[5]  Al cabo de este período el enfermo parece recuperarse. Remiten los síntomas, desaparecen los dolores, calman los vómitos. Este intervalo puede durar hasta 48 horas. Luego aparece el tercer momento de la enfermedad, el cuadro se torna grave, el enfermo cae presa del delirio, la temperatura desciende por debajo de lo normal, la respiración es lenta, el pulso acelerado, vuelven los vómitos cada vez más oscuros hasta llegar al color de la brea o alquitrán, con nauseabundo olor, (lo vomitado es sangre digerida a su paso por el estómago). Por eso a la fiebre amarilla también se la conoce como “vómito negro”. También aparecen diarreas de color oscuro por la misma razón.[6] Así el sujeto muere dentro de los ocho a diez días. Los pacientes que no siguen esta evolución sino que, por el contrario comienzan a mejorar, lo hacen lenta y progresivamente.

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La fiebre amarilla puede cursar con ictericia o sin ella. La ictericia es una coloración amarillenta de la piel, de las mucosas, la orina y las secreciones corporales, por el paso de la bilirrubina a la sangre y a los tejidos.[7]

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Formas ictéricas: En las formas graves de fiebre amarilla la ictericia no aparece hasta el comienzo de la tercera fase, es decir una vez pasado el episodio febril inicial y el período de calma intermedio. Comienza con un tinte amarillento de la esclerótica y gradualmente se extiende e intensifica. A veces sólo se manifiesta claramente después de la muerte o durante la convalecencia.

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Formas sin ictericia: Son mucho más frecuentes que las anteriores. Durante los dos o tres primeros días los síntomas son inespecíficos: dolor de cabeza, lumbalgias repentinas, náuseas y, a veces, epistaxis. La aparición de una temperatura alta con pulso lento resulta más sospechosa. [8]

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Esta segunda forma es la que se dio con mayor frecuencia durante 1871 en Buenos Aires, por eso al comienzo la epidemia pasó casi inadvertida diseminándose con rapidez.

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Es importante tener en cuenta que hacia 1870 no se conocía realmente el elemento de contagio de la enfermedad, ni sus causas determinantes. Esto dificultó enormemente la posibilidad de frenar la epidemia, de lograr la cura de los enfermos y de organizar mejor la atención médica.

 

“(...) una visión panorámica del horrible aspecto de Buenos Aires, diezmada por un siniestro e invisible enemigo. No se conocía la etiología de la infección y la inoperancia terapéutica colmaba los límites razonables; solamente paliativos y curas sintomáticas existían para los pestilentes, a quienes se suministraba quinina en altas dosis, diaforéticos, revulsivos cutáneos, tónicos amargos y hemostáticos.” [9]

 

Se consideraba que el agente que trasmitía la fiebre amarilla era un miasma o efluvio producido por la descomposición de las sustancias animales o vegetales en descomposición.

 

“La combinación del calor con la humedad favorece la descomposición de las sustancias animales o vegetales, que exhaladas y puestas en tales o cuales condiciones, favorecidas por las variaciones de la atmósfera y los desequilibrios eléctricos, alteran el aire atmosférico y lo hacen nocivo para la salud. La generalidad de los autores están acordes en admitir a estos miasmas pútridos como causas del tifus icterodes. La naturaleza de las causas productoras de la enfermedad y su forma remitente, con intermitencias a veces muy marcadas, hacen que se considere la fiebre amarilla como un envenenamiento miasmático que obra sobre la sangre y los centros nerviosos.” [10]

 

Distinguían tres clases de miasmas o partículas causantes del contagio: los efluvios o exhalaciones de los pantanos, los miasmas nacidos del cuerpo del hombre enfermo y las emanaciones pútridas producidas por la descomposición de las sustancias animales.[11]

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Las observaciones que hacían los médicos de cómo se presentaba la enfermedad les permitió distinguir una forma leve y otra grave, según la intensidad de los síntomas; cada una de estas formas con dos períodos muy distintos, el período pirético y el apirético, caracterizados como lo indica la denominación, el primero por la presencia y el segundo por la ausencia del movimiento febril.[12]

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Todos los estudios médicos de la época coinciden en destacar como hecho más llamativo y curioso la anuria o supresión de orina. Las tesis doctorales de aquel año sobre la fiebre amarilla dedican muchas páginas a este fenómeno que observan en los enfermos y al que califican como “síntoma fatal”.

 

“ La supresión de orina ha sido siempre fatal. Cuando se ha suspendido la orina y han pasado veinticuatro o treinta y seis horas, siempre es este un presagio funesto, no habiendo encontrado nada que la restableciera.” [13]

 

“ Mucho se ha discutido sobre la causa de esta anuria. Mientras unos sospechan, que sea el resultado de un estancamiento de la albúmina; creen otros, que resulta de una inflamación de los conductos uriníferos.” [14]

 

“ Poco o nada hemos hallado en los libros respecto a la supresión de orina, que complica con mucha frecuencia las dos mas graves enfermedades que en distintas épocas y bajo forma epidémica ha sufrido la ciudad de Buenos Aires.

(...) Desgraciadamente hemos hallado en blanco la página sobre tan grave complicación.”[15]

 

Los distintos estudios médicos de la época, especialmente las tesis doctorales y los informes elaborados a pedido de las autoridades, manifiestan un desconocimiento profundo sobre la fiebre amarilla y una franca confesión de impotencia sobre su tratamiento curativo.

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1.2  Antecedentes de la epidemia

 

“Desde el pueblecillo, aislado del mundo, hasta la gran urbe humana de hoy, que la coloca en el grupo de las primeras del globo, Buenos Aires fue acompañada por incesantes epidemias, de las que a veces tenemos escasas referencias documentales y en otras acabado conocimiento integral.” [16]

 

Las tierras en donde se emplazaría la ciudad de Buenos Aires no podían dar origen a epidemia ni endemia de clase alguna, de modo que fueron las poblaciones inmigrantes las que sembraron entre los habitantes las pestes continuas que asolaron la ciudad. Las primeras víctimas resultaron ser los escasos indígenas vecinos de ella  y los negros importados, por lo que puede creerse que las pestes fueron de origen blanco, e introducidas en los navíos europeos. [17]

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En Buenos Aires, las pestes debieron iniciarse el mismo año de la repoblación, 1580, o muy poco después, por cuanto ya en 1600 se recordaban las muchas pestes que habían asolado la ciudad. Fiebre tifoidea, tuberculosis, viruela, eran enfermedades comunes en el siglo XVI y XVII que asolaban a la población.

 

“ La epidemia de birgüelas y tabardillo (tifus) que comienza entre los negros, pasa a los indios y luego a los jóvenes y niños...y de veinte días a esta parte ha sido muy grande el daño que ha hecho pues han muerto en esta ciudad de todo género de personas más de 700.” [18]

 

En aquella época Buenos Aires tenía cinco templos: la Catedral, Santo Domingo, San Francisco, la Merced y San Ignacio. En ellos se encontraban los fieles en sus rogativas, iban de uno a otro, muy próximos todos, y por doquier llevaban los gérmenes de los males hasta que el invierno con sus mejores rigores los fue bloqueando y sofocando. Así fue que el 25 de mayo de 1621 se resolvió hacer una procesión pidiendo al Señor aplaque dichas enfermedades.[19]

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Hacia 1680 hubo un fuerte brote epidémico con un aumento de la mortalidad en la ciudad, pero no hay indicios que permitan sospechar que la enfermedad fuese fiebre amarilla.

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Al terminar el siglo XVII las pestes en Buenos Aires declinaron. Disminuyó la morbilidad y la mortalidad; las epidemias eran cada vez menos frecuentes y menos mortíferas, aunque la ciudad, ya de 120 años de edad, conservaba en sus pozos ciegos los residuos de aguas negras de las generaciones que pasaban, acumulando gérmenes y detritus en las proximidades de los pozos de agua.

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La población bebía agua del río de la Plata y de vertientes de la segunda napa que se hallaban a una profundidad aproximada de 30 metros. En Buenos Aires no hubo aljibes hasta 1770. [20]

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En 1717 se inició otra epidemia en Buenos Aires. Algunos autores señalaban que fue una grave epidemia y la atribuyen a escorbuto, fiebre amarilla, tifus y viruela. [21] La peste asoló la ciudad hasta 1719 y atacaba todas las castas sociales e imponía largas convalecencias. Besio Moreno se inclina a pensar que no había sido ésta una epidemia de fiebre amarilla dado que para esa época la enfermedad se extendía en La Habana y las Antillas con las cuales Buenos Aires no tenía casi contacto; además los viajes eran larguísimos por mar como para traer muchos mosquitos trasmisores de la enfermedad; finalmente la epidemia se mantuvo un invierno íntegro, y como en tales tiempos Buenos Aires no conocía la calefacción, y la temperatura debió descender mucho, es evidente que la fiebre amarilla no hubiese podido subsistir.[22]

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Donde sí la enfermedad se había extendido era en el Caribe y América Central.

 

“Resulta, por tanto que en las grandes Antillas, al invadirlas los europeos, se engendró la pestilencia cuyo estudio nos ocupa; que allí brota espontáneamente el mal; que aquel clima, que aquellas costas y desembocaduras de ríos, que aquel suelo, que aquel conjunto de condiciones y circunstancias, encierran los necesarios elementos para darle ser cuando hay europeos u otras gentes no aclimatadas que se expongan a la acción de aquellas causas.

Algo es tener ya bien reconocido que tiene la fiebre amarilla indisputable origen en el archipiélago americano, por lo menos en alguna de las muchas islas que en línea curva se extienden desde la entrada del golfo de Méjico hasta el de Maracaibo.”[23]

 

Hacia 1742 otra epidemia arrojó 965 víctimas, casi el triple de las que ocurrían anualmente. Cantón vuelve a sostener que esta epidemia era fiebre amarilla.[24]

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El 8 de febrero de 1790 se detectó un caso de fiebre amarilla en Buenos Aires. Fue certificado por el doctor Miguel Gorman, protomédico general, alcalde mayor, presidente del Tribunal del Real Protomedicato y socio de la Real Academia de Medicina. La víctima se llamaba José Valle, fallecido en su casa junto al convento de las monjas catalinas.[25]

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En 1801, durante el virreinato de Joaquín del Pino, se tuvo noticia de la existencia de otro caso, pero es probable que fuese un diagnóstico equivocado, pues no se citaron nuevos casos.[26]

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En 1821 el General San Martín y el Ejército Libertador del Perú sufrieron la epidemia de fiebre amarilla; la peste se arraigó en las concentraciones de tropas, y los campamentos de Huaura se transformaron rápidamente en lazaretos y hospitales. La fiebre también arremetió contra los realistas españoles que se diezmaron.[27]

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En 1842 la fiebre amarilla se lanza por el Pacífico e invade Guayaquil y Lima; en 1849 se presenta en las costas atlánticas de la América meridional y llega a Bahía y Río de Janeiro, ciudades en las cuales 20.000 personas son víctimas del mal.

 

“Cerca de dos siglos ha estado limitada esta enfermedad a las Antillas y los golfos inmediatos, ¿no hubiera sido un poco cuerdo adoptar en ese tiempo precauciones respecto a los países americanos donde no reinaba?”[28]

 

El 22 de febrero de 1857 de declaró el primer caso de fiebre amarilla en Montevideo. Se contagió la tercera parte de la población y fallecieron 888 personas, según el Dr. Jacobo Z. Berra.[29] La epidemia encontró en los barrios más abandonados por la higiene las mejores condiciones para prosperar, y en esa ocasión eligió la dársena norte donde se apiñaba una población formada por marineros, pescadores, curtidores, etc., la cual se alojaba en casillas de madera edificadas sobre terrenos inundados y próximos al mar, donde la humedad era elevadísima. La enfermedad había llegado a Montevideo desde Río de Janeiro en el “brick” danés Le Courrier que había perdido en su viaje al piloto y al carpintero, y que tenía aún tres enfermos al entrar al puerto.[30]

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El Dr. Remigio Díaz, médico de sanidad del puerto de Buenos Aires en 1857, señaló la existencia de tres enfermos en el vapor inglés Prince, procedente de los puertos brasileños.[31]

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Al año siguiente la fiebre amarilla invadió la ciudad porteña, siendo esta la primera epidemia de la enfermedad. Hasta aquel año sólo se habían registrado casos aislados. La peste llegó en barcos procedentes de Brasil. El primer caso tuvo lugar el 16 de marzo en una mujer que hacía muchos años que residía en Buenos Aires, en la calle Balcarce nº 242.; murió el día 19 y trasmitió su mal a una hija de 2 años la cual sanó. El 25, un primo de la enferma, que se alojaba en un cuarto de la misma casa, fue igualmente atacado y falleció el 28.[32]

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Hasta mediados del mes de abril la epidemia se mantuvo circunscripta a la zona sur de la ciudad; luego comenzó a extenderse por otros puntos, pero sin causar un número considerable de víctimas, ya que la peste terminó completamente en el mes de mayo dando lugar a unos 250 enfermos con 150 defunciones.[33] La población de entonces estaba calculada en 120.000 habitantes.[34]

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Entre los hechos que llamaron la atención en esta epidemia, y que se reproduciría en la de 1871, es el hecho de que los enfermos de fiebre amarilla que salían de Buenos Aires para ir a curarse o a morir en los pueblos vecinos de la campaña, como Belgrano o Flores, no reproducían la enfermedad, agotándose en ellos la infección.

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En 1870, entre febrero y junio, se produjo una pequeña epidemia que fue la antesala de la terrible de 1871. Fue importada de Río de Janeiro y el foco principal se radicó en cuatro manzanas pertenecientes a los barrios de Catedral al Norte y de San Miguel. Cundió la alarma entre los habitantes de la ciudad, pero el gobierno reaccionó rápidamente.[35]

 

“Buenos Aires, 10 de mayo de 1870.

El Facultativo Don Antonio Roncero domiciliado en esta sección ha dado cuenta que en la calle Méjico 159, Don Pedro García, español 47 años, casado, carpintero, se encuentra atacado de fiebre amarilla. Se le hace presente a los demás habitantes de la casa la conveniencia de mudarse, y se les ordena el uso de desinfectantes.” [36]

 

Se declaró oficialmente el fin de la epidemia el 21 de junio.[37]

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El doctor Eduardo Wilde, protagonista en la lucha contra el flagelo de 1871, registra tres epidemias antes de esta:

 

“Tres veces ha invadido la fiebre amarilla a esta ciudad y las tres veces se ha limitado a un barrio, alejándose el mal elemento en poco tiempo y sin grandes esfuerzos de nuestra perezosa población.”[38]

 

Así se llega a 1871. Ese año la fiebre amarilla reinaba epidémicamente en algunos puertos de Brasil; de estos focos llegó a la capital del Paraguay y de allí a la provincia de Corrientes, donde la situación fue de características catastróficas. Hubo acefalía del gobierno provincial y sólo quedó como gobernador don Pedro Igarzábal junto al ministro de Hacienda. Esta epidemia causó, de los 11.000 habitantes, 2.000 muertos, de los cuales cuatro eran médicos, los doctores José Ramón Vidal, Javier Puig de Maza, Carlos Fosati y José María Mendía y dos practicantes Carlos Harvey y Luis Baibiene. Al fallecer Igarzábal, un decidido vecino, Gregorio Zeballo, se hizo cargo del poder hasta que las tropas que regresaban del Paraguay se pusieron al servicio de la población.[39] Corrientes enfrentó prácticamente sola la lucha contra el flagelo ya que en ese momento la ciudad de Buenos Aires se encontraba sumergida en el mismo drama. Algunos autores destacan la obra cumplida por los frailes de los conventos de la Merced y de San Francisco, especialmente del primero cuya jurisdicción comprendía los barrios del oeste, donde la epidemia hizo gran cantidad de víctimas.[40]

 

 

1. 3 Primeros casos en Buenos Aires en 1871.

 

“Vivíamos con una indiferencia a toda prueba encima de un volcán  terrible, rodeado de charcos pestilenciales, envueltos en todas las emanaciones hediondas producidas por la incuria nuestra, erguíamos nuestros palacios en capas de inmundicias, que en el seno de la tierra destilaban lenta, pero seguramente, el veneno que debía transformar nuestras alcatifas en sudarios horrendos.

Veíamos imposibles cambiarse nuestras calles en ríos fangosos, que bajo las caricias demasiado ardientes de un sol incansable, en lugar de arterias de la vida, se hacían vehículos de la muerte.

Y todos estos vapores mefíticos, acusadores elocuentes e implacables de la negligencia pública y privada, se hacinaban en columnas verdaderamente infernales, capaces de transformar el éter más puro en exhalaciones del valle de Upa!

Apenas faltaba una chispa fatal para provocar la explosión...y esta chispa aún debe salir de nuestra incuria, de nuestra indiferencia homicida.

El horrible azote de la fiebre amarilla, diezmaba las poblaciones de la Asunción y de Corrientes, y le dejamos puerta franca, y entró completándose en los elementos propicios que le habíamos amontonado...

La muerte ya extendía sus brazos descarnados hacia nosotros, aún nos divertíamos locamente en las delicias carnavalescas, y siquiera teníamos lazaretos, ni corporaciones capaces de atacar y combatir el mal, ni la conciencia de este mismo mal (...)”[41]

 

Las primeras víctimas de la fiebre amarilla de 1871 tuvieron lugar en dos manzanas del barrio de San Telmo limitadas por las calles Cochabamba, Bolívar, San Juan y Defensa, y por las calles Cochabamba, Perú, San Juan y Bolívar la otra. Las viviendas situadas en las calles Bolívar 392 y Cochabamba 113 fueron los primeros focos de infección.[42] El 21 de enero murieron allí todos los integrantes de la familia Bignollo. A pesar de que el Dr. Juan Antonio Argerich, firmó un certificado de defunción que especificaba que las causas de los fallecimientos eran gastroenteritis e inflamación de los pulmones, una carta del comisario de la sección 14, Filemón Naón al Jefe de Policía Enrique O’ Gorman,  expresa que eran casos de fiebre amarilla.[43] Seguramente el médico reservó la información por precaución, para no generar un pánico general en la población.

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Sin embargo, los doctores Eduardo Wilde y Pedro Mallo afirmaban que los primeros casos de la fiebre son anteriores:  

 

“Según la prensa, los primeros casos de fiebre amarilla tuvieron lugar en Buenos Aires el seis de Enero; estos casos fueron vistos y denunciados por los doctores Argerich y Gallarani, pero la enfermedad no adquirió un carácter invasor hasta mediados de Febrero.” [44]

 

El primer caso de fiebre amarilla oficialmente registrado se denunció el 27 de enero, día en que fallecieron tres personas.[45] La Comisión Municipal presidida por Narciso Martínez de Hoz, designó a los doctores Luis Tamini, Santiago Larrosa y Leopoldo Montes de Oca, para que informara de la veracidad de denuncias circulantes de existencia de fiebre amarilla. Los citados consejeros se expidieron afirmativamente. No obstante la seriedad del informe, las autoridades del Consejo de Higiene Pública demoraron inexplicablemente la toma de conciencia y la adopción de medidas tendientes a neutralizar la propagación del terrible flagelo.[46]

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Hacia fines de enero y comienzos de febrero, las noticias sobre fiebre amarilla comenzaron a multiplicarse tímidamente en distintos medios escritos. Como ejemplo:

 

“Fiebre amarilla: Un amigo, doctor en medicina, nos ha participado tristes nuevas respecto a la fiebre amarilla. Asiste a dos personas que la sufren: una en la calle Cochabamba n º 82 y la otra en la esquina de Bolívar y Garay.” [47]

 

Todo empezó en San Telmo; los conventillos atestados albergaron los primeros casos de la enfermedad y los primeros fallecimientos.

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Toda aglomeración humana, sobre todo las urbanas, constituye un flanco abierto al ataque de enfermedades masivas. Buenos Aires tenía conventillos hacía ya varios años como consecuencia de la creciente inmigración. Aquellos viejos caserones donde vivía holgadamente una familia pasaron a albergar verdaderas multitudes. Los dueños de estas casas antiguas subdividían las habitaciones para tener mayor capacidad para alquilar, sin baño privado y con cocinas compartidas. Las familias extranjeras que se instalaban en la ciudad, la mayoría de ellas italianas, vivían así en la mayor promiscuidad, sin ventilación, sin privacidad, en condiciones higiénicas deplorables. No existía ninguna reglamentación municipal que controlara estos verdaderos focos de infección y de condiciones indignas de vida. En Buenos Aires llegaron a existir más de doscientos conventillos.[48]

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El doctor Eduardo Wilde, que había nacido el 15 de junio de 1844 en Bolivia donde sus padres estaban emigrados, describió los conventillos responsabilizándolos de la fiebre amarilla:

 

“Yo por mi profesión me veo obligado muchísimas veces a penetrar y tener ocasión de observar lo que allí pasa. Un cuarto de conventillo como se llaman esas casas ómnibus que albergan desde el pordiosero hasta el pequeño industrial, tiene una puerta al patio y una ventana, cuanto mas es una pieza cuadrada de cuatro varas por costado y sirve para todo lo siguiente: es la alcoba del marido, de la mujer y de la cría como dicen ellos en su lenguaje expresivo, la cría son cinco o seis chicos debidamente sucios, es el comedor, cocina y despensa, patio para que jueguen los niños, sitio donde se depositan los excrementos a lo menos temporalmente, depósito de basura, almacén de ropa sucia y limpia si la hay, morada del perro y del gato, depósito de agua, almacén de comestibles, sitio donde arde de noche un candil, una vela o una lámpara, en fin, cada cuarto de estos es un pandemonium donde respiran contra todas las prescripciones higiénicas, contra las leyes del sentido común y del buen gusto y hasta contra las exigencias del organismo mismo cuatro, cinco o más personas.” [49]

 

 

Hasta principios de febrero, San Telmo era la única parroquia que registraba casos de fiebre amarilla. El 11 de ese mes la Municipalidad informó a los diarios que hasta ese momento y desde el 27 de enero, en que se registró el primer caso, el número de estos ascendía a treinta y dos.[50]

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La difusión de la enfermedad se desarrolló en dos etapas. La primera desde mediados de enero hasta el 9 de febrero, saliendo de su foco primitivo, Bolívar 392 y Cochabamba 113, y propagándose por las calles Brasil, Perú, San Juan, Humberto 1º, Estados Unidos, Chacabuco, Defensa y Garay. La segunda etapa, a partir del 9 de febrero, donde la epidemia continuó desarrollándose en San Telmo, pero además se difundió en otros barrios parroquiales del norte y del sur de la ciudad.[51]

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La Municipalidad y el Consejo de Higiene Pública se abocaron a la solución del problema, tratando de que la enfermedad no se propagase por toda la ciudad. [52] Las comisiones parroquiales, ante la creciente gravedad de la situación, fueron organizando los servicios médicos, con aprobación de la Comisión Municipal. Las parroquias eran colocadas sanitariamente en manos de un médico encargado de la atención gratuita de los indigentes. Así se encontraban avisos como este en los periódicos:

 

“ A los vecinos de San Telmo: La Comisión de Higiene de la Parroquia avisa a todos los vecinos que requieran auxilios, en caso de hallarse afectados por la fiebre amarilla, que ha nombrado al doctor Eduardo Wilde, para atender a todas las horas, los llamados que se le hagan, a efecto de acudir a la asistencia de los enfermos. Puede concurrirse a la Botica de San Telmo o al Hospital General de Hombres, donde ha fijado su residencia, para el objeto anunciado.”[53]

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1.3.1 Controversias sobre el diagnóstico de la enfermedad

 

“ Ir al teatro es cosa muy divertida, pero es más divertido oír hablar de medicina a los que se empeñan en negar las evidencias o no saben lo que se pescan.”[54]

 

Desde los primeros días algunos periodistas, ilustres ciudadanos e incluso médicos, discutían si la epidemia era o no fiebre amarilla. Es verdad, que los escasos conocimientos que se tenían de la enfermedad pudiesen dar lugar a confusiones o diagnósticos equivocados, pero lo sorprendente aquí era que se negaba la existencia de la fiebre sin siquiera haber estado en contacto con un enfermo.

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Uno de los más importantes polemistas fue el periodista Manuel Bilbao, director del diario La República, quien directamente negaba en sus columnas de opinión la existencia de la enfermedad.[55] Wilde se vio en el compromiso de responder estas afirmaciones que le resultaban antojadizas e irresponsables ya que esa obstinación sin fundamento podía traer graves perjuicios a la población.[56]

 

“Da lástima verdaderamente ver a La República, un diario tan serio y tan popular, empeñada en extraviar el juicio público, respecto del barrio de San Telmo, admitiendo en sus columnas, las ideas más raras e increíbles que se pueden emitir sobre puntos de medicina.” [57]

 

También terciaron en la polémica médicos extranjeros que no habían visto un solo enfermo en Buenos Aires y que desautorizaban sistemáticamente a sus colegas porteños. Entre ellos, un médico uruguayo, el doctor Garbiso, profesional adscripto a la sanidad portuaria de Montevideo;  el doctor Wels también desde Uruguay; y un homeópata a quien el diario de Bilbao daba mucho espacio.

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Wilde, cada vez más comprometido, igual que otros médicos, con los enfermos de la ciudad, volvió a tomar la pluma y les respondió:

 

“Yo me comprometo a mostrar al señor Garbiso, al señor Wels y a cuantos duden, casos típicos de fiebre amarilla, caracterizados por todos los síntomas, desde el comienzo de la enfermedad hasta la muerte y a poner delante de sus ojos, hasta las alteraciones cadavéricas propias y exclusivas de los individuos muertos de fiebre amarilla.” [58]

 

A la vez, en Buenos Aires, muchos afirmaban que la enfermedad era fiebre amarilla pero que no presentaba las características de epidemia, es decir, que no había que alarmarse ni generar pánico. Así el doctor Golfarini, médico de San Telmo junto a Wilde, sostenía que la fiebre amarilla se había detenido provisoriamente en la ciudad y que desaparecería en cuanto baje la temperatura y disminuyan las lluvias. En una carta al presidente de la Comisión de Higiene de la parroquia de San Telmo, doctor Tomás Peña, fechada el 18 de febrero de 1871, Golfarini decía:

 

“(...) Ciertamente no vale tanta bulla, que las defunciones registradas no exceden actualmente con notabilidad a la de otros años en la misma fecha y en las mismas condiciones de estación. (...) No sólo significa que es demasiada la bulla y por consiguiente no hay que alarmar a los espíritus en tal grado, pués no debe olvidarse, que hay gente que se enferma y se muere de susto y nada más que de susto.” [59]

 

Algunos periódicos opinaban igual que Golfarini y lo llegaban a expresar varias veces en el mismo número, e incluso en la misma página:

 

“Mucha alarma, grandes preparativos, para salvarse de una epidemia que aún no se ha iniciado con carácter epidémico.”

 

“(...) Podemos garantizar al pueblo que la fiebre amarilla no tiene el carácter alarmante que se le atribuye, por algunos espíritus medrosos.”

 

“Lo que sucede hoy con la fiebre amarilla en la parroquia de San Telmo no tiene el carácter de antes, pues los casos de hoy son raros y de carácter esporádicos.” [60]

 

 

Es interesante observar cómo desde los medios se influenciaba en la opinión de la ciudadanía que vivía despreocupada, sólo interesada en el carnaval. Se ha recriminado a la Comisión Municipal acusándola de ocultar la verdad para no deslucir los inminentes festejos del carnaval, que entonces era algo muy importante, celebrándose ruidosamente y a lo grande. Lo cierto es que el pueblo porteño dejó de lado los temores y se divirtió de lo lindo entre bailes, corsos y comparsas. [61]

           

“Carnaval: Ya no hay duda de que este será espléndido en el presente año. La cosa se ha formalizado! Hay un buen espíritu y se llevará a cabo, como no se ha visto hasta ahora en Buenos Aires. Será un carnaval, de no te muevas. Aprontarse.” [62]

 

En enero habían fallecido oficialmente seis personas de vómito negro. Febrero se llevaría 288 víctimas del flagelo, sin embargo todavía se leían noticias como esta:

 

“A estar a los últimos datos oficiales sobre la fiebre amarilla, esta va disminuyendo notablemente en los puntos donde se había extendido. No es poco el susto que nos había dado ” [63]

 

 

1.3.2 Tratamientos y métodos curativos:

 

Es importante realizar un relevamiento en documentos de la época para observar cómo se hacía frente a la fiebre amarilla, intentando varios tratamientos, algunos apoyados por los organismos oficiales y otros propuestos por particulares y de más dudoso éxito.

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El restringido campo del conocimiento médico no ayudaba a que se encontrara un método infalible que hiciese frente a la enfermedad. Esta es la causa principal de que quienes enfermaban terminasen casi siempre en la muerte.

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La Revista Médico Quirúrgica, órgano de la Asociación Médica Bonaerense, proponía el siguiente tratamiento:

 

“El tratamiento que más ha sido empleado y con algún suceso por muchos facultativos, ha sido durante el primer período: evacuantes suaves, quinina en altas dosis en lavativas, algunos diaforéticos, frío a la cabeza, bebidas gaseosas y revulsivos cutáneos. En el segundo período continuación de las bebidas gaseosas alcalinas, y si el estómago se manifiesta muy susceptible, revulsivos al epigastrio. En el tercer período los tónicos amargos y los hemostáticos contra las hemorragias, combatiendo al mismo tiempo las complicaciones.” [64]

 

En cuanto a las medidas preventivas, todas las opiniones coinciden en la utilidad de las cuarentenas para los buques procedentes de zonas infectadas, que las personas se alejen de los lugares afectados por la fiebre, y que quienes no puedan hacerlo, hagan una dieta moderada, evitando alimentos de difícil digestión y bebidas alcohólicas en demasía. Además se recomienda el uso diario de una preparación de quina o quinina, medicamento que parecía fortalecer al organismo contra la enfermedad.[65] La mayoría de los tratamientos se basaban en la ingestión de purgantes y vomitivos, creyendo que de ese modo se liberaría la toxina que había en el organismo.[66]En realidad esto no hacía más que profundizar el estado de debilidad de la persona.

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El Consejo de Higiene Pública difundió entre la población un tratamiento de emergencia que debía aplicarse cuando apareciesen los primeros síntomas de la fiebre hasta que arribara el médico. Dicho tratamiento fue enviado en forma de cartilla a los juzgados de paz y a los médicos de policía para su posterior difusión entre la población. Consistía en meterse de inmediato en cama, abrigarse bien y tratar de sudar copiosamente, con la ingestión de bebidas calientes. En caso de haber comido antes de los primeros síntomas, tomar un vomitivo (30 gramos de ipecacauna disueltos en dos cucharaditas de agua). A las dos horas ingerir un purgante, aceite de ricino o limonada Rogé. Aplicar sobre el estómago y la espalda paños mojados en aguarrás o alcohol alcanforado.[67]

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Esta orfandad de la medicina dio pie para que muchos hicieran un buen negocio con el ofrecimiento de terapéuticas “infalibles” que sólo se aprovechaban de la necesidad y la desesperación de la población. Se publicaban pequeños cuadernillos que estaban a la venta, muchas veces apoyados por las editoriales de los periódicos más importantes de la ciudad.

 

“El que quede bien penetrado por el contenido de este Folleto, no temerá a la fiebre amarilla. (...) He escrito este librito para los pobres, y con un fin de humanidad. Es ese mismo fin que me determinó un día a curar a los enfermos, durante la última epidemia, cuando algunos médicos huían ante el peligro. (Poseían la ciencia pero no el coraje).” [68]

 

Los tratamientos de este tipo fueron innumerables. Sobresale, entre otros, el de José Gorris, que aseguraba tener la fórmula mágica basada en enemas, para la cura del mal. Daría a conocer la fórmula de su medicina a cambio de que el gobierno asegurase su porvenir y el de sus hijos.[69] Este canje fue muy criticado por los diarios La Nación y La Prensa. En este último se criticó a Gorris a través de un poema anónimo:

 

“Sistema curativo de José Gorris:

 

Si te sientes abatido,

Con dolor en la cintura,

Con el vientre descompuesto

Y en la frente calentura (...)

 

¡Ay! Por Dios no tengas miedo

Es sólo fiebre amarilla

Y aunque mata a medio mundo,

Es fiebre sencilla. (...)

 

Bello, enérgico sistema

De curación decisiva

Que puede llevar por lema

“Purga, friega y lavativa.” (...)[70]

 

Tampoco se hicieron esperar las reacciones desde el ámbito médico. Eduardo Wilde contestó duramente:

 

“Un público que se deja curar por Gorris (tapicero) y por otros que no son más Gorris, pero que valen lo mismo, ni el derecho tienen de inspirarnos compasión. Un individuo que se muere asistido por esa gente, ha merecido morirse, está bien muerto, no tiene más que lo que se buscó. Cada uno es autor de su suerte.

Cuando se nos cuenta que algún enfermo es asistido por cualquier charlatán venido de las Antillas o de Matto Groso (siempre vienen de países raros esas gentes), nosotros nos contentamos con decir: He ahí un enfermo que se está haciendo justicia a sí mismo, se está castigando por el pecado de dejarse embaucar.” [71]

 

 

La lectura de los diarios de los tristes meses de 1871 permiten descubrir una gran cantidad de estos oportunistas que ofrecían curaciones prácticamente mágicas. Cuando se organizó la defensa de la ciudad por parte de los organismos del Estado y la Comisión Popular, estos curanderos tendieron a desaparecer. En el límite del asombro al presentar sus recetas también publicaban testimonios de personas salvados por ellos:

 

“Buenos Aires, Abril 2 de 1871.

Señor Martín: Hallándome en muy buena convalecencia me apresuro en dirigirle mil agradecimientos por los cuidados que me ha prodigado durante la epidemia. Crea Vd.,Señor, que recordaré siempre su asiduidad a la cabecera de mi lecho.

Sírvase Vd., etc.                 S. Bruno.” [72]

 

Recién varios años después, un médico cubano, Carlos Juan Finlay, descubrió el origen de la trasmisión de la enfermedad observando la abundancia de mosquitos en los lugares donde había enfermos de fiebre amarilla. En 1881 presentó a la Academia de Ciencias de La Habana un trabajo en el que consideraba al mosquito como agente trasmisor de un virus que él mismo adquiría picando a una persona enferma.[73] Al principio no tuvo apoyo de sus colegas hasta que, queriendo experimentar fuera de las zonas endo-epidémicas, los jesuitas le cedieron una propiedad que tenían en San José, en los Quemados de Maranaos, donde nunca había aparecido un caso de fiebre amarilla. Allí viajó Finlay con mosquitos infectados que propagaron la fiebre en aquella zona virgen.[74] Al tiempo, eran muchas personas las que padecían el mal. Así comenzó a ser reconocido este gran médico y a resolverse el drama de la fiebre amarilla al descubrirse el vector que trasmite el virus.

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A partir de sus estudios, los investigadores han ido identificando a los cuatro responsables de la tragedia de 1871 en Buenos Aires: el virus amarílico,”Charon evagatus”; la hembra del mosquito Aedes Aegypti que extrae e inocula el virus; el hombre, víctima de la enfermedad; y una temperatura ambiente no menor de 18º.[75]

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 La importancia del descubrimiento de Finlay fue tal que en el congreso Panamericano de Dallas, Texas, en 1933, se acordó fijar el 3 de diciembre, día de su nacimiento, como el día de la medicina americana, o como comúnmente se conoce, el día del médico. Finlay había fallecido el 20 de agosto de 1915. [76]

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[1] Cfr. ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD, Informe del Comité de expertos en fiebre amarilla, Ginebra, 1971, pp. 26 y ss

[2] Cfr. FONSO GANDOLFO, Carlos, La epidemia de fiebre amarilla de 1871, en Publicaciones de la Cátedra de Historia de la Medicina, Tomo III, Buenos Aires, 1940,  p. 282

[3] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso A., 1871: Fiebre amarilla en la Argentina, en La Prensa Médica Argentina, vol. 69, n º especial, Buenos Aires, 1982, p. 37

[4] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Cuando murió Buenos Aires, 1871, Buenos Aires, 1974, pp. 120 y ss

[5] Cfr. FONSO GANDOLFO, Carlos, Op. Cit., pp 283-284

[6] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit,  pp. 121-122

[7] Enciclopedia Clarín, Tomo XIII, Buenos Aires, 1999

[8] Cfr. ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD, Op. Cit., p. 27

[9] GUERRINO, Antonio Alberto, 1871, Muerte y resurrección en la gran aldea, en Medical Mag, año II, 15, junio de 1981, pp. 22-23

[10] ECHEGARAY, Miguel S., Fiebre amarilla del año 1871. Tesis. Buenos Aires, 1871, pp. 9-10

[11] Cfr. ALMEYRA, José Juan, Breve memoria sobre la epidemia de la fiebre amarilla que ha visitado a la ciudad de Buenos Aires el año de 1871, Buenos Aires, 1871, p. 6

[12] Cfr. SCHERRER, Jacobo, Estudios sobre la fiebre amarilla del año 1871. Tesis. Buenos Aires, 1872, p. 17

[13]  ECHEGARAY, Miguel S., Op. Cit., pp. 18-19

[14]  SCHERRER, Jacobo, Op. Cit.,  p. 23

[15]  DONCEL, Salvador, La  fiebre amarilla de 1871 observada en el Lazareto Municipal de San Roque. Tesis. Buenos Aires, 1873, p. 35

[16] BESIO MORENO, Nicolás, Historia de las epidemias en Buenos Aires. Estudio demográfico estadístico, en Publicaciones de la Cátedra de Historia de la Medicina, Tomo III, Buenos Aires, 1940, p. 84

[17] Cfr. Ibid, p. 86

[18] PRADO, Matías, Información a la Corte española en julio de 1621, en BESIO MORENO, Op. Cit., p. 94

[19] Cfr. Ibid, p. 101

[20] Cfr. Ibid., pp. 102 y ss

[21] Cfr. CANTON, Eliseo, Historia de la medicina en el Río de la Plata desde su descubrimiento hasta nuestros días, Tomo I, Madrid, 1928, pp. 376-377

[22] Cfr. BESIO MORENO, Nicolás, Op. Cit., p. 106

[23] Países donde habitualmente reina la fiebre amarilla, en Revista Médico Quirúrgica, 1, 8 de abril de 1871, pp. 6 y 7

[24] Cfr. CANTÓN, Eliseo, Op. Cit., pp. 384-386

[25] Cfr. MEYER ARANA, Alberto, La caridad en Buenos Aires, Tomo I, Buenos Aires, 1911, pp. 351-352

[26] Cfr. BERRUTI, Rafael, La epidemia de fiebre amarilla de 1871, en Boletín de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, vol. 49, 2º semestre de 1971, Buenos Aires, pp. 543-544

[27] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, La peste histórica de 1871, Buenos Aires, 1949, pp. 72-73

[28] Cfr. Op. Cit., en Revista Médico Quirúrgica, año 8, 1, 8 de abril de 1871, p. 12

[29] Bessio Moreno da estas mismas cifras sin citar la fuente; el Dr. José Penna afirma que los fallecidos fueron entre 1200 y 1500. Cfr. PENNA, José, Estudio sobre las epidemias de fiebre amarilla en el Río de la Plata, en Anales del Departamento Nacional de Higiene, volumen especial semestral, Buenos Aires, 1895, p. 4

[30]Cfr. PENNA, José, Op. Cit., p. 3

[31]Cfr. BERRUTI, Rafael, Op. Cit., pp 543-544

[32] Ibid., p. 13

[33] Ibid., p. 14

[34] Ut supra pp. 11-12

[35] Una planilla del Cementerio del Sud correspondiente al 26 de mayo de 1870, registra 23 difuntos a causa de la fiebre amarilla entre el 31 de marzo y el 23 de mayo de aquel año. Archivo General de la Nación, en adelante AGN, sala X, 32, 6-7.

[36], AGN, sala X, 32, 6-7, Nota al Departamento de Policía.

[37] BERRUTI, Rafael, Op. Cit., p. 544

[38] WILDE, Eduardo, Controversias sobre la epidemia de 1871, en Tiempo Perdido, Tomo I, Buenos Aires, 1878, p. 297

[39] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso, Op. Cit., p. 37

[40] Cfr. CONI, Emilio, La provincia de Corrientes, Descripción general, Higienización, Saneamiento, Profilaxis práctica, Climatología médica, Epidemiología, Demografía y Estadísticas sanitarias, Asistencia pública y Beneficencia, Buenos Aires, 1898, p. 457 y  RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 373

[41] Recuerdos 1871 y Esperanzas 1872, en El Plata Ilustrado, Semanario de Literatura, Artes, Modas y Ciencias, 13, 7 de enero de 1872.

[42]Cfr. BERRUTI,  Rafael, Op. Cit., p. 554

[43] Cfr. AGN, Sala X, 32-6-7, Nota del comisario Filemón Naón a Enrique O’Gorman, 25 de enero de 1871

[44] WILDE, Eduardo y MALLO, Pedro, Memoria de la Junta de Sanidad del Puerto Central, 1871. El texto se halla reproducido en forma completa en RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 140 y ss

[45] Ver Apéndice, p. 228

[46] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Leandro, Bajo el horror de la epidemia, Buenos Aires, 1932, p. 17

[47] Diario LA DISCUSIÓN, en adelante LD, 1 de febrero de 1871

[48] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 132 y ss.

[49] WILDE, Eduardo, Arrendamiento de las obras de salubridad de la Capital, Buenos Aires, 1887, p.67

[50] Cfr. BUCICH ESCOBAR,  Ismael, Op. Cit., p. 26

[51] Cfr. BERRUTI, Rafael, Op. Cit., pp. 556-557

[52] Es interesante señalar el rastreo de los orígenes de la epidemia de 1871 que realizó el Dr. Penna un cuarto de siglo después de los hechos, casa por casa de acuerdo a la antigua numeración de las calles porteñas. Ver PENNA, José,  Op. Cit., pp. 29 y ss

[53] LP, viernes 3 de febrero de 1871.

[54] WILDE, Eduardo, Controversia sobre la epidemia de 1871, en Tiempo Perdido, Tomo I, Buenos Aires, 1878, p. 299

[55] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit. pp. 212 y ss

[56] Ver Apéndice, p. 230

[57] WILDE, Eduardo, Op. Cit., p. 294

[58] Ibid., pp. 310-311

[59] Carta transcripta por RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 134-135

[60] Las tres notas corresponden al diario LA DISCUSIÓN del 7  de febrero de 1871.

[61] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Diario de la gran epidemia, en Todo es Historia, año I, 8, diciembre 1967, p. 13

[62] LD, 30 de enero de 1871.

[63] Ibid., 9 de febrero de 1871.

[64] REVISTA MÉDICO QUIRÚRGICA, 3, 8 de mayo de 1871, p.7

[65] Cfr. SCHERRER, Jacobo, Op. Cit., pp. 25 y ss

[66] ECHEGARAY, Miguel, Op. Cit., pp. 30 y ss

[67] Cfr. RIVERO, Pedro E., Historia de la medicina en el San Isidro del siglo XIX, Buenos Aires, 1999, p. 90. Ver Apéndice, p. 239

[68] MARTÍN, Ernesto, Fiebre amarilla, curación, síntomas de supresión de orina, contagio, vómito negro, etc. Modo sencillo para curarse uno mismo, Buenos Aires, 1871, pp. 3 y 4. Este folleto estaba dedicado al redactor en Jefe del periódico Courrier de la Plata, señor Walls.

[69] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso A., Op. Cit., p. 40

[70] LP, 28 de abril de 1871.

[71] WILDE, Eduardo, Op. Cit., p. 323

[72] MARTÍN, Ernesto, Op. Cit., p. 20

[73] Cfr. LA FEMINA ALTIERI, Alfonso A., Op. Cit., pp. 41-42

[74] Ibid.

[75] Cfr. VACAREZZA, Oscar, Recordación de los médicos y practicantes caídos durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, en Boletín de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, vol. 49, 2º semestre, 1971, Buenos Aires, p. 607

[76] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 489

Notas
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