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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

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SEGUNDA PARTE

  1. La fiebre amarilla

  2. El avance de la enfermedad y la organización de la defensa  

    1. Marzo de 1871: Se enferma Buenos Aires  

    2. ​La Comisión Popular de Salubridad

    3. Abril de 1871: El terror y la desolación

  3. La declinación de la epidemia

Inicio

Segunda Parte

 

2. El avance de la enfermedad y la organización de la defensa 

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2.1 Marzo de 1871: Se enferma Buenos Aires.

 

Con el correr de los días la situación se fue agravando. Las voces que habían insistido con que la peste no era de fiebre amarilla se fueron silenciando. Quienes habían opinado que no había motivo para alarmarse pues eran pocos los casos, dejaron de hablar y escribir ese tipo de comentarios en los periódicos.[1]  El 3 de marzo el gobierno dispuso la postergación del inicio de las clases debido a la gravedad de la epidemia.

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El número de enfermos aumentó notablemente y esto provocó que los hospitales no tuvieran más capacidad. El 12 de marzo la Comisión Municipal ordenó al administrador del Hospital de Hombres que sólo se admitieran enfermos graves, debido al elevado número de pacientes ya internados.[2]

 

Desde los primeros días de marzo, las cifras de víctimas a causa de fiebre amarilla comenzaron a ser desproporcionadamente más altas que la de los muertos por otras causas. A modo de ejemplo:[3]

 

Marzo 6...........   91 a causa de fiebre amarilla............          30 por otras causas.

Marzo 11.........    139 a causa de fiebre amarilla...........         27 por otras causas.

Marzo 15........     170 a causa de fiebre amarilla..........          21 por otras causas.

 

Una tercera parte de la población de Buenos Aires, huyó despavorida cuando tuvo la certeza de que la peste en la mayoría de los casos era de carácter mortal y arreciaba en su ataque. Las familias pudientes fueron las primeras que partieron hacia los pueblos vecinos de Flores, Belgrano, San Isidro, etc. Paul Groussac, testigo ocular, escribía:

 

“Gradualmente, desde mediados de marzo, el cuadro fue cobrando cada vez tintes más sombríos. La mortalidad crecía al paso que la ciudad se despoblaba. El éxodo se hizo general cuando se comprobó que, al contrario del cólera reciente, la fiebre no se alejaba de la costa, quedando indemnes las regiones mediterráneas.”[4]

 

Los carreteros explotaban a las familias que se ausentaban al campo, cobrándoles hasta $2.000 por la mudanza. Por su parte en el buque Italo Platense emigraron 600 italianos, en su mayoría de los inquilinatos desalojados.[5]

​

El 9 de marzo el Consejo de Higiene Pública emitió oficialmente las instrucciones a la población de la ciudad de Buenos Aires designando comisionados de manzana, alentando la formación de comisiones parroquiales y pidiéndole a los médicos que denuncien los casos de fiebre amarilla y presenten informes diarios.

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Las medidas que se tomaron fueron la desinfección con cal de los sanitarios de las casas de Buenos Aires, blanqueo general de las viviendas, hervido del agua utilizada para la alimentación, limpieza general en las causas, reducción de las horas de velatorio para los fallecidos, señalamiento de los hogares en que hubo víctimas de la epidemia, quema inmediata de las ropas y útiles de cama de los enfermos, etc.[6] Las comisiones de higiene parroquiales intensificaron las inspecciones domiciliarias y a los mercados, a efectos de que se cumplieran todas estas disposiciones que indudablemente repercutieron en bien de la salud de los pobladores, sorprendidos del terror que se multiplicaba en toda la ciudad.

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Entre las medidas que se tomaron y luego fueron suspendidas porque no servían, estuvo la del quemado de alquitrán en grandes recipientes en las calles de la ciudad:

 

“La brea no pertenece a la categoría de los medios desinfectantes y por lo tanto no es empleada en ninguna parte para desinfecciones del aire. Su uso como actualmente aquí se verifica derramándola por las calles, no producirá ni puede producir el efecto deseado de purificar el aire, librándole del miasma.(...) Empleada la brea por todos sus constituyentes no se obtendrá otro efecto sino el de saturar el aire con  vapores que nucleen y cubran el miasma sin atacarle y destruirle. (...)” [7]

 

Los diferentes inspectores en distintos puntos de la ciudad denunciaron la falta de higiene de varias casas, cafés, boticas, fondines, etc.

Los diarios, desde sus columnas, instaban a la limpieza y desinfección de los hogares porteños:

 

“Sobre el flagelo: Para que se vea cuanto contribuye para la salud el aseo de las personas y la ventilación y limpieza en las viviendas, conviene hacer notar que la mayor parte de los que han muerto de la fiebre, son gente que por lo regular, ya sea por pobreza o economía o abandono vive en medio de la más completa miseria y suciedad.” [8]

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2.1.1 La organización médica de la ciudad     

 

Los primeros y discutidos casos fueron atendidos por médicos de familia, o simplemente no recibieron asistencia médica debido a una inexplicable resistencia de los inmigrantes italianos que atestaban los inquilinatos y que nada querían saber de facultativos, sospechando en su ignorancia que eran capaces de envenenarlos con los remedios.[9]

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Desde el mes de febrero las comisiones parroquiales, ante la creciente gravedad de la situación, fueron organizando los servicios médicos, con aprobación de la Comisión Municipal. Las parroquias, división de la ciudad de Buenos Aires, quedaban sanitariamente a cargo de un médico designado, al principio, por la Municipalidad.

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Las pocas camas disponibles en el Hospital General de Hombres y el de Mujeres se colmaron rápidamente y se habilitaron más camas en las barracas del primitivo lazareto San Roque, precursor del actual hospital Ramos Mejía, ocupando con enfermos hasta las habitaciones de practicantes y enfermeros. Por su parte, la Sociedad de Beneficencia convocó a las damas de la Comisión Directiva que se hallaban en la ciudad y en un gesto decidido instala un lazareto de mujeres con 25 camas, alquilando la quinta del Dr. Juan Leslie, y bajo la dirección sanitaria del Dr. Adolfo Señorans.[10]

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Como al poco tiempo se produjeron desinteligencias en algunas de las comisiones parroquiales, especialmente en la de San Telmo con el Dr. Wilde, terció el gobernador Castro asesorado por el Consejo de Higiene Pública, y por decreto del 13 de marzo, dispuso que los médicos parroquiales dependieran directamente del Consejo de Higiene Pública. La Comisión Municipal cuestionó el decreto y el 21 de marzo se dispuso otra cosa: que los médicos quedaran subordinados a las comisiones de higiene parroquiales, excepto el cuerpo médico de San Telmo, que dependería directamente de la Comisión Municipal.

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Todo este problema sobre la organización médica de la ciudad se debía, por un lado, a la inexperiencia sobre cómo enfrentar una epidemia tan fuerte, pero también a intereses y luchas de poder entre la municipalidad, la provincia, y desde mediados de marzo, la Comisión Popular.[11]

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La reorganización por decreto del gobierno provincial del 21 de marzo de 1871 fue la siguiente:[12]

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Parroquia de San Telmo: doctor Larrosa, y mientras duró su convalecencia, el doctor Tamini.

Catedral al Sud: doctor Riva, nombrado por la Comisión Municipal.

Catedral al Norte: doctor Schinelli, nombrado también por la Comisión Municipal.

San Miguel: doctor Pedro Díaz de Vivar.

Monserrat: doctor Eduardo Wilde.

Concepción: doctor Poliliano S. Boado y doctor J. Antonio Argerich.

Socorro: los doctores Manuel Alonso López y Juan García Fernández.

San Cristóbal: doctor Joaquín Rivero.

Piedad: doctor Domingo Salvarezza.

San Nicolás: doctor Antonio J. Ballester.

Pilar: doctor Ramón del Arca.

Barracas al Norte: (Santa Lucía) doctor Federico de la Serna.

San Juan Evangelista: (La Boca) doctor Nuncio Romeo.

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Esta reorganización no terminó de ser satisfactoria. Más adelante, y ya existiendo la Comisión Popular, Emilio Castro volvió a dictar otro decreto que disponía que todos los médicos de la ciudad quedaban subordinados al Consejo de Higiene Pública. Por dicho decreto, todos los médicos nombrados por el gobierno provincial, la Comisión Municipal y la Comisión Popular, pasaban a formar el “Cuerpo médico dependiente del Consejo de Higiene Pública”, con un director , cargo que recayó en el Dr. Santiago Larrosa.[13] Debían vivir en la casa parroquial como para ser encontrados fácilmente por las familias de la zona que requiriesen sus servicios.

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El número de médicos superaba la centena y era en realidad suficiente para una población que disminuía diariamente por el éxodo hacia la campaña, originado por el pánico y fomentado por el gobierno. Sin embargo, la asistencia no se prestaba satisfactoriamente. Los esfuerzos se aniquilaban por una desordenada acción individual a lo que se agregaba, como ya se hizo notar, algún entredicho, fruto de la tensión del momento.[14]

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2.1.2 La actitud del Presidente Sarmiento

           

            “Marzo 19. Médicos que recetan desde el estudio. El Presidente huye. Legisladores, jueces, municipales, etc., todos huyen cada día gratis.” [15]

 

En efecto, el gobierno nacional encabezado por Domingo F. Sarmiento y su Vicepresidente Adolfo Alsina, junto con todos sus ministros, abandonaron Buenos Aires.

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El Presidente viajaba todos los días al pueblo de Mercedes, a cien kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, para dormir en ese lugar y volver al día siguiente a la Casa de Gobierno.[16] Partió con ostentación rodeado de una llamativa escolta de setenta individuos embarcados en un tren especial. Esto provocó la reacción de los diarios opositores que criticaron duramente la actitud del gobierno:

 

“El Presidente huyendo: Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio del cargo que le confiaron los pueblos (...).

El hombre que manda, el que por su alto carácter oficial tiene que ser el ejemplo a imitar por todos los que exponen su vida y su fortuna en holocausto al bien público, y abandona el pueblo que gobierna en el momento en que la existencia de todo ese pueblo necesita el esfuerzo común y entusiasta de los que gobiernan para salvarlo, baja hasta el mismo grado de mediocridad y de pobreza de ánimo, de aquel general que formaba su línea y cuando la metralla hace pedazos a las filas inconmovibles de sus heroicos soldados, da vuelta la espalda, aprieta las espuelas y huye víctima del terror para salvar del peligro contingente en que está colocado.(...)

A ese general no se lo juzga, se le fusila por la espalda (...)

El señor Sarmiento ha abandonado inconstitucionalmente la ciudad que es el asiento de la autoridad nacional, de la que no puede separarse un solo momento sin autorización del Congreso; la ha abandonado en momentos en que el terror y el duelo extienden su manto fúnebre sobre esta población, que arranca fuerzas hasta de su mismo martirio y ese Presidente huye a los pueblos del campo a gozar y ponerse en salvo...¿Es esta la conducta digna de un Presidente argentino?

¿Es posible que haga tanto desprecio de este pueblo noble e ilustrado, que le veamos huir repatingado y lleno de comodidades en un tren oficial? (...)

¿Por qué no toma esos setenta zánganos que forman su lujosa escolta causando gastos enormes a la Nación, y los manda como enfermeros a llenar el vacío que la caridad pública está hoy llenando? (...) ” [17]

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La reacción también se hizo sentir en la Comisión Popular, donde quienes más pidieron una desaprobación pública de la conducta de Sarmiento fueron precisamente quienes a la vez eran partidarios del Presidente: Héctor Varela, Manuel Argerich y Carlos Guido y Spano.[18] La intervención de quien fuera presidente de esta Comisión, José Roque Pérez,  evitó una  condena pública del Gobierno Nacional.[19] A pesar de ello, la situación se volvió a tensar cuando el Gobierno resolvió poner a disposición de la Comisión Popular la mezquina suma de 25.000 pesos que fue inmediatamente rechazada.[20]

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 A Sarmiento le molestaron las críticas de Varela, que como vicepresidente de la Comisión hablaba en su nombre,  y le respondió:

 

“Había escrito usted gratuita y espontáneamente en un informe sobre la Comisión Popular de fiebre amarilla, que la conducta del Presidente sólo merecía el silencio del desprecio. En cuarenta años de vida pública he tenido ocasión de conocer todas las formas que la mala intención toma para enjuiciarme. Esta era una intervención de Ud. y sin duda la más punzante. La devolveré en silencio, y cuando Ud. acudió a mí en su miseria le tendí la mano auxiliar. No habría dejado malbaratar los fondos nacionales a una banda de atolondrados que hacían política con las calamidades que socorrían con dinero ajeno y eso me trajo el desprecio que tan amargamente expresó Ud.” [21]

 

Quienes defendían la actuación de Sarmiento ausentándose de Buenos Aires, sostenían que el Presidente, agobiado por la incesante actividad y múltiples preocupaciones, alquiló la casa quinta del Sr. Montalena, sita en Mercedes para reponer sus energías, volviendo a la ciudad dos veces por semana para ejercer sus funciones en sus oficinas.[22]

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Paul Groussac sintetizó en pocas palabras pero contundentes la opinión general sobre la actitud del Presidente frente a la epidemia de fiebre amarilla:

 

“Los gobiernos nacional y provincial decretaban la feria de sus oficinas, fuera de no dar personalmente, el presidente y el gobernador, ejemplo de heroísmo.” [23]

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[1] Uno de los casos más claros fue el de Manuel Bilbao, que el 9 de marzo, abandonando sus disquisiciones médicas, encabezó la edición de su diario La República, con una sola palabra: TERROR.

[2] Cfr. LN, 12 de marzo de 1871.

[3] Todos estos datos, y los que sigan, corresponden a los brindados por Mardoqueo Navarro en su Diario de la epidemia. Fueron cotejados con las cifras brindadas por el Dr. José Penna en Estudio sobre las epidemias de fiebre amarilla en el Río de la Plata, nº1, año V, noviembre de 1895; y con los datos brindados por la Revista Médico Quirúrgica, mayo a septiembre, 1871.

[4] GROUSSAC, Paul, Los que pasaban, Buenos Aires, 1939, pp. 51 y 52

[5] Cfr. BERRUTI, Rafael, Op. Cit., p.561

[6]Cfr. BESIO MORENO, Nicolás, Op. Cit., p. 162

[7] Archivo Histórico de la ciudad de Buenos Aires, en adelante A.H.C.B.A., caja 13, leg. 00008, WEISS, B., Proyecto sobre el uso de brea como desinfectante.

[8] LP, 10 de febrero de 1871.

[9] Cfr. VACAREZZA, Oscar, Op. Cit., p. 608

[10] Ibid, p. 610

[11] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp.260 y ss

[12] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 267-268.

[13] Cfr. VACAREZZA, Oscar A., Op. Cit., p. 614

[14] Ibid.

[15] NAVARRO, Mardoqueo, Diario de la epidemia, Bueno Aires, 1871, en adelante DMN, en AGN, legajo 2672, Archivo y colección de Andrés Lamas (1549-1894). Esta será la fuente principal del tema central de la tesis. Más detalles sobre ella en la tercera parte.

[16] Cfr. CAMPOBASSI, José J., Sarmiento y su época, Tomo II, pp. 273 -274

[17] LP, 21 de marzo de 1871.

[18] Cfr. BELLORA, Antonio, La Salud Pública, Buenos Aires, 1972, p. 33

[19] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 283-284.

[20] Cfr. LN, 14 de mayo de 1871.

[21] SARMIENTO, Domingo F., Obras completas, T.LI, Buenos Aires, 1902, p. 416

[22] Cfr. BERRUTTI, Rafael, Op. Cit., pp. 565-566

[23] GROUSSAC, Paul, Op. Cit., p. 52

Notas
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