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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

PRIMERA PARTE                                                                                                                           

      Panorama General                                                                                                                      

  1. La ciudad de Buenos Aires hacia 1870                                                                                             â€‹

  2. Situación social y política argentina hacia 1870                                                                          â€‹

1 la ciudad

Primera Parte

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Panorama General

 

1. La ciudad de Buenos Aires hacia 1870

 

El escenario en el que se produce la terrible epidemia de fiebre amarilla durante el primer semestre de 1871 es la ciudad de Buenos Aires, ciudad que desde su fundación había cambiado mucho en su fisonomía y en su población, en sus dimensiones y en sus costumbres.

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Por otro lado y como consecuencia de la epidemia, entre otras causas determinantes, Buenos Aires se fue abriendo, hacia finales del siglo XIX, a su configuración de moderna metrópoli.

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Resulta importante, entonces, realizar un análisis de la realidad panorámica de la ciudad en 1871 para comprender mejor aún la peste que la asoló.

 

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1.1 Breve reseña histórica de la ciudad hasta mediados del siglo XIX

 

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1.1.1   1536-1776

 

            Luego de la fundación de 1536 por Pedro de Mendoza, el primer Buenos Aires desapareció como consecuencia de la hostilidad de los indios y el hambre de la población que obligó al abandono de la precaria base y el traslado río arriba, buscando seguridad y mejores condiciones de vida. De aquella primera fundación sólo perduraron el área elegida y el nombre.[1]

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            Años más tarde, en 1580, Don Juan de Garay, al frente de una expedición de no más de sesenta hombres, partió desde Asunción y se estableció unos pocos kilómetros al norte de la fundación originaria. La superficie de la ciudad era de 235 ha., menos de 2,5 km2; actualmente corresponde a la zona que rodean las calles Viamonte (al norte), Salta-Libertad (al oeste), Independencia (al sur), y Paseo Colón-Leandro N. Alem (al este).[2] La plaza Mayor era el asiento de los edificios de gobierno y de la Iglesia Matriz, la que se construyó en el extremo noroeste. Al otro lado de esta plaza se destinó una fracción de tierra para la cárcel y el Cabildo.

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            Desde el comienzo la modesta fundación de Garay fue un centro comercial y administrativo de importancia. Buenos Aires permaneció bajo la jurisdicción del real gobierno de Asunción hasta 1618 en que se convirtió en sede de una gobernación con autoridad sobre una vasta región de la costa argentina y de la actual costa uruguaya, que incluía las ciudades de Santa Fe y Corrientes.[3]

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            Así fue como Buenos Aires sobrevivió y creció sobre la base de una agricultura de subsistencia, sus funciones administrativas, el  comercio de cueros y sebo y un contrabando en constante aumento. La población de la ciudad creció proporcionalmente: de una estimación de 300 personas en 1580, a 1000 en 1620 y 7500 en el año 1700. En 1725 Buenos Aires ya ocupaba 246 manzanas.[4]

 

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1.1.2 1776-1856

 

“Los que hoy viven en Buenos Aires, escribía el doctor José María Gutiérrez en 1860, y transitan por sus cómodas aceras, no se imaginan cómo eran sus calles en el siglo XVIII. A mediados de él, en 1757, y a consecuencia de una lluvia continuada de 35 días, quedó el vecindario confinado en sus casas, alimentándose de viandas secas, como en una plaza sitiada. Formáronse tales pantanos y tan profundas hondonadas que necesitaron poner centinelas en una de las cuadras de la calle de las Torres (hoy Rivadavia) de las cercanas de la plaza principal, para evitar que se hundieran y ahogaran los transeúntes, principalmente los de caballo.” [5]

 

La transformación de la ciudad está ligada a los cambios políticos y económicos que se fueron produciendo. Hasta mediados del siglo XVIII no hubo grandes reformas; hasta que Buenos Aires se convirtió en capital del virreinato del Río de la Plata, todo el sistema en el cual se hallaba insertada registró pocas variaciones: su plano no cambia, su población registra un incremento mínimo, es casi un tiempo sin historia.[6]

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Con la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 se inicia una nueva etapa. La humilde aldea marginal del siglo XVI fue adquiriendo una fuerza política y económica desbordante, especialmente a partir del comercio y de la concentración de mercancías para exportar, con un puerto sin buenas condiciones geográficas: la boca del estuario carecía de bahías abrigadas y elevaciones del terreno que brindaran protección. El vasto sistema fluvial que se volcaba en el estuario del Plata arrastraba gran cantidad de sedimentos que habían formado un banco de barro y arena frente a la ciudad. Pese a esta desventaja, Buenos Aires había adquirido importancia comercial porque fue la primera población sobre el estuario. La navegación era sumamente riesgosa para las embarcaciones de vela, por ser un enorme espejo de agua sometido a fuertes vientos, especialmente del sudeste (sudestada), o del sudoeste (pampero).  La creciente anual del Paraná aumentaba el arrastre de sedimentos que fueron causando la conformación de las islas del delta. A esto hay que agregarle las mareas que aumentaban imprevistamente el caudal de agua. Por todo esto, es en esta época en que comienza a verse la necesidad de sostener mejoras portuarias que recién comenzaron a concretarse hacia 1870.

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La estructura edilicia de la ciudad también había ido cambiando con el paso del tiempo teniendo siempre como centro la plaza y el puerto. Fue especialmente el virrey Vértiz quien puso en marcha un conjunto de ordenanzas progresistas para embellecer la ciudad que luego continuaron otros con diversas medidas de gobierno. Hacia 1810 Buenos Aires contaba ya con alrededor de 40.000 habitantes, cifra que se duplicó hasta la caída de Rosas en 1852.

 

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1.1.3 1856-1870

 

El mayor crecimiento de la ciudad de Buenos Aires comenzó a registrarse proporcionalmente al aumento de la población como consecuencia de la inmigración, especialmente, a partir de 1855.

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El testimonio directo de distintas personalidades que visitaron Buenos Aires en aquellos años, permite tener una idea de cómo era la ciudad. Así Xavier Marmier queda muy impresionado por su estructura regular:

 

“Carlsruhe, Darmstadt, Berlín, San Petersburgo y muchas ciudades de los Estados Unidos son de una extraordinaria uniformidad; pero no conozco nada parecido a la de Buenos Aires, Cortada en líneas rectas y dividida en “manzanas”, iguales de 150 metros por lado. Cuando se averiguan las señas de alguna persona, aquí se responde siempre: vive a dos o tres cuadras y media; y ya tenéis, metro más, metro menos, la medida exacta. El mismo espíritu de uniformidad que ha inspirado el ancho de las calles preside la construcción de las casas.” [7]

 

Algunos años después, Walter Hadfield da una imagen de la ciudad y también su dimensión:

 

“Buenos Aires es prácticamente un tablero de ajedrez, como lo demuestra su plano. Tiene más o menos 4 millas cuadradas y se supone que su población está cerca de los 100000.” [8]

 

Hacia 1869 había aumentado notablemente el número de calles, algunas pavimentadas con granito proveniente de la isla Martín García. Se extendían 30 calles paralelas al río y 36 perpendiculares a las primeras[9]; de las 1080 cuadras sólo 600 están edificadas con casas bajas con varios patios.

 

En esta etapa es que se da uno de los cambios más importantes de la ciudad: la construcción del primer ferrocarril que unía la Estación del Parque, actualmente emplazamiento del teatro Colón, y la estación Floresta, inaugurado el 29 de agosto de 1857. El trayecto era de alrededor de diez kilómetros que se recorrían en treinta y cinco minutos. Las primeras dos locomotoras fueron encargadas por la “Sociedad del Ferrocarril de Buenos Aires al Oeste” en 1856 a la empresa que se encontraba a la cabecera de los ferrocarriles mecánicos, la Railways Foundy Leeds. Las dos locomotoras recibieron los nombres de “La Porteña” y “La Argentina”, respectivamente.[10]

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Así la ciudad comenzó a abrirse a la Pampa, y ya no sólo hacia el río a través del puerto que cada vez cobraba mayor importancia. Las tres primeras líneas férreas que entraron en la ciudad siguieron las huellas de las tropas de las carretas y mulas, y su construcción respondía fundamentalmente a las necesidades del transporte de cueros, lanas y granos.

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En febrero de 1866 se habilitó la primera línea de tranvías entre la estación del Sud y la plaza de Monserrat y en julio otro que llegaba hasta la estación Retiro del Ferrocarril Norte.

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La ciudad pronto contó con una vasta red tranviaria a cargo de diversos concesionarios: Federico y Julio Lacroze, Teófilo y Julio Méndez y Mariano Billinghurst. Las líneas de este último llegaron el 25 de mayo de 1870 a la Recoleta y en 1871 hasta San José de Flores. La Boca tuvo tranvías desde 1870 mientras que Belgrano debió esperar hasta 1872.[11]

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La inauguración de la Compañía de Gas Argentina en 1869 posibilita la instalación de una red de alumbrado en las calles de Buenos Aires.

 

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1.2 Buenos Aires en 1871

 

“Quien se detuviera en el centro de la Buenos Aires de 1870, tendría como impresión fundamental la de haber entrado a una ciudad grande y pacífica. Una febril actividad se desarrollaba en la zona de los muelles y en algunas calles comerciales adyacentes, pero el resto de la ciudad se extendía en calles tranquilas; parecía reposar dentro de los patios y detrás de las paredes de ladrillos revocados de sus casas de una sola planta. Esta era la ciudad más populosa y el puerto más importante de la Argentina, el centro administrativo del gobierno nacional y la capital de la provincia más grande y más rica del país. No obstante, la vida transcurría con ritmo pausado.” [12]

           

El perímetro de la ciudad abarcaba una superficie de 4.000 ha. Encerradas entre el río de la Plata por el este, la actual calle Medrano y su prolongación por el oeste y el Riachuelo por el sur.[13]

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En 1869, de acuerdo con el primer censo nacional, Buenos Aires poseía 177.787 habitantes[14], dentro de un total de 1.830.214 almas repartidas en toda la extensión de la República.[15] Otras cifras interesantes que arrojaba el censo permiten saber que la ciudad poseía 20.838 casas, de las que 18.507 eran de un piso, apenas 2.078 de dos y tan sólo 253 de tres.[16]

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El aspecto general de la ciudad, acercándose al muelle, era francamente chato, emergían aquí y allá los campanarios de las iglesias como dedos señalando a Dios. El muelle de pasajeros aparecía densamente poblado de marinos, contrabandistas, vendedores, etc. En las orillas del río las lavanderas hacían su trabajo golpeando la ropa retorcida contra las piedras, mientras los pescadores recogían sus redes con la esperanza de una abundante pesca que garantice su trabajo. También aquí era donde se lavaban los caballos que eran utilizados para el transporte. Lo sorprendente era que a escasos metros del panorama recién descrito, los aguateros recogían el agua que luego repartían en las casas y que era utilizada, entre otras cosas, para beber.[17]

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Frente a este panorama de la ribera se hallaba la Aduana Nueva y más allá la Casa de Gobierno. A metros de ésta se levantaba la Estación Central, de donde partían los trenes del Ferrocarril del Norte, flamante estación inaugurada en 1868.

La histórica plaza estaba dividida en dos por la Recova, edificio de estilo morisco que poseía en el medio una amplia arcada con torre que hacía las veces de arco de triunfo, comunicando ambas plazas linderas.[18] A los costados las arcadas menores circunscribían las galerías que albergaban un compacto mercado de intensa actividad. Albergaba a la Corte Suprema, al Concejo Municipal y al cuartel general de policía con una cárcel con capacidad para alrededor de 200 reclusos.

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Es importante esta detallada descripción de ambas plazas, recién unidas en 1884, porque fueron escenario de todos los acontecimientos importantes de la época: desfiles y celebraciones, revoluciones, proclamas y demostraciones. [19]

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Desde el centro, y como consecuencia de la introducción de las líneas ferroviarias durante las décadas de 1850 y 1860, la ciudad había empezado a estimular su crecimiento en tres ejes de dirección y edificación: oeste, sur y norte.

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Hacia el oeste, las líneas férreas siguieron las huellas de las antiguas carreteras de bueyes y mulas que entraban y salían de la ciudad. El centro de este eje era la Plaza Once que había servido desde antaño como mercado de ventas al por mayor, en especial de granos, lanas y cueros. Su importancia comercial aumentó aún más cuando se convirtió en la terminal del primer ferrocarril, el Oeste, inaugurado en 1857. Esta línea corría en un principio hasta Flores, localidad de 2300 habitantes, que en 1870 todavía permanecía fuera del ejido urbano de Buenos Aires, pero que ya contaba con un importante templo, matadero propio y un cementerio ya casi colmado.

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El crecimiento demográfico de Flores se debió, en buena medida, al aporte inmigratorio. También influyó en el aumento de habitantes las repetidas epidemias que azotaban a Buenos Aires, especialmente las de fiebre amarilla y cólera. Al asomar un brote epidémico, un buen número de personas huía a Flores, y de ellas siempre un porcentaje se quedaba definitivamente radicado en la zona.[20]

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Antes de llegar a Flores, desde Once, se bordeaba la amplia quinta de los Lezica ( hoy Parque Rivadavia) y la de los Segurola ( hoy Parque Chacabuco). Inmediatamente después de la quinta de los Lezica había una pulpería que sirvió de núcleo poblador en la actual esquina de Emilio Mitre, y cuya insignia sirvió de nombre al futuro barrio de Caballito.

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Hacia el Sur, desde la plaza de Mayo por la calle Bolívar, se encuentra la famosa “Manzana de las Luces”, levantada en la década de 1820. En esta manzana está la Iglesia de San Ignacio, parroquia de la Catedral al Sur; frente a ella estaba el café de Marcos, renombrado desde principios del siglo XIX por la suntuosidad de sus instalaciones y de sus dos billares. San Ignacio linda con el Colegio Nacional Buenos Aires, fundado por el presidente Mitre sobre la herencia del viejo Colegio Real de San Carlos creado por el Virrey Vértiz. El Colegio Nacional desempeñó un papel particularmente importante como instituto de preparación para muchos de los futuros dirigentes políticos e intelectuales de la Argentina. Varios centenares de estudiantes vivían en las casas de sus padres o parientes, pero alrededor de 190 muchachos, de 12 a 19 años, muchos de ellos provincianos, estaban como pupilos en el colegio donde anudaban amistades y establecían vínculos para toda la vida.[21]

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Paul Groussac narra sus años de amistad con varias personalidades argentinas, relaciones  que comenzaron precisamente en el Colegio Nacional Buenos Aires:

 

“Pero con sólo saber que a principios de dicho año entré a enseñar matemáticas en el  Colegio nacional de Buenos Aires, pocos meses después de dejar él la cátedra de filosofía, pasando a ser alumnos míos del curso superior los mismos que acababan de serlos suyos, colegirá el lector cuántos ecos de su simpática voz recogería yo en los claustros sonoros, entre esos grupos juveniles que conservaban  tan fresca la memoria del joven maestro, entonces avivada por la fama creciente del escritor.” [22]

 

“Conocí personalmente a José Manuel Estrada el año 70, en el Colegio nacional de Buenos Aires.(...) A principios de 1870 fui designado para dictar dos clases de matemáticas en el Colegio nacional, en reemplazo del profesor titular que se ausentaba a Europa. A los pocos días de haber dado principio a mis tareas, una mañana de marzo, al penetrar en el amplio despacho del rector Cosson, donde los profesores solían echar un párrafo, antes y después de clase, me encontré con mi orador de marras, leyendo un diario, repantigado en el ancho sofá que ocupaba el fondo de la pieza. Presentación, apretón de manos, cambio de cigarrillos.” [23]

 

El viejo edificio colonial del Colegio fue reemplazado por el actual en 1938. Doblando por la calle Moreno, se abrían las oficinas del diario La Prensa, fundado por José C. Paz en 1869. La legislatura de la provincia de Buenos Aires, la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires fundada por Rivadavia en 1821, la Biblioteca Nacional, el Departamento de Salud Pública, el Museo, el Departamento de Educación y Topografía y los tribunales comerciales, completaban la famosa “Manzana de las Luces”.

 

Toda esta zona fue testigo de una actividad política sólo superada por la de la Plaza de Mayo. Mientras no fue resuelta la cuestión de la Capital Federal, las autoridades provinciales y nacionales utilizaron la ciudad como sede del gobierno. En la legislatura provincial y tribunales de esta manzana y en los despachos del gobernador provincial y sus ministros, ubicados del otro lado de la calle hacia el Sur, se llevaban a cabo negociaciones y arreglos que afectaban a la ciudad casi tanto como los del gobierno nacional.[24]

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A una cuadra de la “Manzana de las Luces”, hacia el lado del río estaba la calle Defensa, acceso principal de la ciudad desde el sur, calle por la que se destacaban residencias de familias importantes e iglesias.

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La expansión territorial hacia el sur fue causa de la existencia de numerosas iglesias en la zona: sobre la calle Bolívar la iglesia parroquial de San Ignacio, antes convento jesuita, servía a un área de cuarenta manzanas al sur de la Plaza de Mayo. Sobre Defensa, dos cuadras al sur de la plaza, se llegaba a la “Manzana de las Iglesias”: allí estaban la de San Roque, la de San Francisco con su monasterio fundado en el siglo XVII y el convento de San Ignacio. Cruzando la calle, se encontraba una de las instituciones de la caridad más antiguas de la ciudad, la Casa de Niños Expósitos. Allí vivían cinco hermanas de caridad que supervisaban el trabajo de once amas de cría, seis sirvientas, tres costureras, una cocinera y un portero, todos ellos dedicados a treinta niños menores de diez años. Una cuadra más al sur estaba la Iglesia de Santo Domingo.[25]

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Detrás de este centro de poder político e intelectual se hallaba el Mercado Central, en la plaza Constitución, centro comercial de mucha actividad durante el día y de “malevaje” durante las noches, convirtiéndolo en un lugar peligroso e inseguro.

La calle Brasil señalaba el límite sur del Buenos Aires edificado en 1870. La plaza Constitución también servía como terminal del ferrocarril Sud, hoy General roca, inaugurado en 1865.

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Mas allá de dicha plaza, al oeste, se hallaba el Matadero más grande de la ciudad y cercano a éste el cementerio del Sud, clausurado definitivamente después de la epidemia de fiebre amarilla de 1871.

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Hacia el sur, la Boca y Barracas, aunque dentro de los límites municipales en 1870, aún constituían localidades separadas.

En la Boca se habían instalado mayoritariamente familias genovesas que construyeron sus casas sobre pilotes para hacer frente a las periódicas crecidas del río.

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El Riachuelo dividía, en su último tramo, Barracas al Norte de Barracas al Sur. Era una zona de pulperías y cafés con casas de trabajadores entre los que se destacaban los cuarteadores. Eran muy abundantes los saladeros y mataderos. Los animales eran sacrificados a orillas del Riachuelo, sus entrañas y la sangre terminaban en el agua que de ese modo se convertía en un lugar de infección y putrefacción que atraía enorme cantidad de moscas y mosquitos. Cuando el viento soplaba del sur, un potente hedor llegaba al centro de la ciudad que quedaba a más de treinta cuadras al norte. Muchos eran los reclamos pidiendo la clausura de los saladeros, señalados como focos de infección y de contagio por las famosas miasmas pero ninguna autoridad se hacía eco de estas protestas.[26]

 

“Parece que el lecho del Riachuelo es una inmensa capa de materias en putrefacción. Su corriente no tiene ni el color del agua. Unas veces sangrienta, otras verde y espesa, parece un torrente de pus que escapa a raudales de la herida abierta al seno gangrenado de la tierra. Un foco tal de infección puede ser la causa de todos los flagelos, el cólera y la fiebre. ¡Hasta cuando respiraremos el aliento y beberemos la podredumbre de ese gran cadáver tendido a espaldas de nuestra ciudad!” [27]

 

Hacia el norte, el Ferrocarril del Norte, había establecido su terminal en Retiro en 1866, a un kilómetro y medio de Plaza de Mayo. En 1870 el tren conectaba la ciudad de Buenos Aires con varias pequeñas poblaciones como Belgrano, con 1200 habitantes, San Isidro, con cerca de 1000, y San Fernando, con 3200.[28]

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Desde el centro hacia el norte se iba por la calle San Martín, calle de financistas: allí estaban los bancos de la Provincia de Buenos Aires y pegado a él el Banco Argentino. En los alrededores se encontraban los bancos Mauá y el de Londres y Río de la Plata. También abundaban las casas de cambio y las armerías. Entre Cangallo y Cuyo (Sarmiento) funcionaba la Bolsa de Comercio; a su lado el hotel Universal, de gran categoría porque ofrecía baños públicos a su selecta clientela.

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Donde está actualmente el museo que lleva su nombre vivía el general Mitre. En aquella casa se abrirían en 1870 las oficinas del diario La Nación.

Sobre la calle Reconquista se encuentra aún la iglesia de la Merced, y más allá el Colegio de Huérfanos y el templo de los Ingleses. En Reconquista y Cangallo, hoy calle Presidente Perón, estuvo hasta 1873 el Coliseo, la vieja Casa de Comedias del virrey Vértiz.

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La calle Florida ya dejaba entrever su futura pujanza comercial con almacenes mayoristas, depósitos, agencias, escribanías, joyerías, casas de artículos para vestir, etc.

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Camino a Retiro se cruzaba un puente de madera sobre el Zanjón de Matorras, un caudal de turbias aguas, criadero de miasmas y muy peligroso en época de creciente.

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Desde las barrancas de Retiro son visibles, al noroeste, los bosques de la Recoleta, donde se levanta el cementerio del Norte, rodeado, en aquellos años, de grandes quintas. En esa misma dirección se llega a Palermo, donde se hallaba la que fue la casa de Juan Manuel de Rosas y donde funcionó desde julio de 1870 el Colegio Militar de la Nación hasta finales del siglo XIX que el edificio fue demolido.

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El pueblo de Belgrano coronaba hacia el norte el camino de la ciudad. Su origen se remonta a la existencia de La Calera que explotaron los franciscanos en la época de Rosas y de algunas quintas y la pulpería La Blanqueada.[29]

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1.2.1 Situación sanitaria de la ciudad de Buenos Aires en 1871

 

“No por azar la fiebre amarilla azotó a Buenos Aires en 1871. Factores complejos decretaron la muerte temporaria de la Gran Aldea: obras de salubridad inexistentes, viviendas precarias, escaso control sanitario y flagrante despreocupación oficial por el bienestar poblacional.” [30]

 

Hacia 1870 la ciudad no estaba preocupada todavía por su estado de higiene, adelanto sanitario, urbanístico, o por las medidas que se debían tomar para evitar las anormalidades que se cometían en el medio ambiente. Entre 1850 y 1870 Buenos Aires se había expandido geográficamente, pero el crecimiento material no era acorde al demográfico. La población había aumentado notablemente[31], pero no la planta urbana, de modo que el crecimiento fue en densidad. En síntesis, Buenos Aires, no estaba preparada estructuralmente para tantos habitantes. Esta fue la causa principal de que el estado sanitario de la ciudad fuese en 1871 deficiente. Esto puede llamar la atención por el contraste que la ciudad tenía como centro económico y comercial. [32]

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La mayoría de los historiadores que describen esta época hacen notar precisamente este fuerte contraste entre la pujante metrópoli y su situación sanitaria:

 

“La Gran Aldea es una ciudad americana de la época que se levanta con pujanza y que ya ha llamado a su sede las vanguardias de las principales corrientes inmigratorias, que arriban ansiosas de trabajo y de paz.(...) Nuevas casas se agregaban a las otras, se abrían calles nuevas para las que sobraban nombres heroicos, se mejoraba la edificación del gobierno lo mismo que la privada, y aquello que se hacía era mejor, a tono con el franco progreso de la ciudad y la civilización de sus cultos habitantes. (...) Es cierto que esta aspiración de progreso, en algunos casos no era razonada. La ciudad carecía de aguas corrientes. De servicios de cloacas. No tenía desagües. Sus calles se habían nivelado sobre la base de los residuos y las inmundicias que fermentaban bajo el mal empedrado de las arterias.(...) La ciudad imprevisora solo observaba que crecía, que había trabajo y abundancia (...)” [33]

 

Para describir más acabadamente toda la situación sanitaria  conviene tomar algunos aspectos del tema y describirlos de manera detallada.

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a) Aguas corrientes y cloacas: En 1862 las autoridades municipales estudiaron la posibilidad de establecer un servicio de aguas corrientes en la ciudad y se llamó a licitación.[34] El asunto quedó archivado hasta 1867 en el que gobernador Adolfo Alsina lo exhumó con su ministro Nicolás Avellaneda acuciados por algunas epidemias que sufrió la ciudad como el cólera en 1867 que duraría hasta principios de 1868, la fiebre tifoidea en 1869 y además, todos esos años enfermedades eruptivas, anginas malignas o difteria, etc.

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Fue contratado el ingeniero Coghlan que efectuó un relevamiento altimétrico de la ciudad que le ocupó dos años. A principios de 1869 Buenos Aires inauguró orgullosamente su primer tramo de aguas corrientes: apenas 20.000 metros de caños, con filtros en la Recoleta. Recién en 1888 toda la ciudad tuvo su servicio de aguas corrientes y cloacas, a partir de un proyecto del ingeniero Bateman que comenzó a concretarse en 1874.[35] Hasta aquel momento la provisión de agua se realizaba a través de los aguateros que la recogían en el río en toneles o barriles.

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Además el agua contenía residuos de los mataderos, saladeros o desperdicios de los barcos; las deyecciones de los caballos y la suciedad y la espuma jabonosa de la ropa que llevaban a lavar a la orilla las lavanderas. Para poder beberla, el agua debía ser decantada y filtrada intentando hacerla bebible sin peligro. Algunas casas tenían aljibes, pozo de paredes impermeables donde se recogía el agua de lluvia. En el interior del pozo se introducían tortugas que, alimentándose de larvas y bichos, hacían supuestamente más limpia el agua.

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El modo más peligroso de obtener agua era a través de los pozos de la primera napa, cavados en la vecindad de los pozos negros que era a través de la porosidad de la tierra y el paso de los años posibilitaba el paso de las aguas fecales que contaminaban el agua para consumo.

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En 1861 las autoridades municipales habían dictado una ordenanza prohibiendo cavar pozos de letrinas a menos de 8 metros de los destinados a agua para beber. Sin embargo, muchos pozos quedaron en el mismo estado durante muchos años más. [36]

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Las pesadas lluvias hacia finales de 1870 habían inundado las áreas bajas de la ciudad; las letrinas habían rebalsado y las materias fecales habían llegado a las casas, patios y calles. A medida que avanzaba el verano, los enjambres de mosquitos se convirtieron en una verdadera plaga que ocasionaría la temible fiebre amarilla. Un periódico acotó que la propagación de la fiebre amarilla parecía seguir el curso de las cloacas y observó que los peores estragos ocurrían en las calles que servían como drenajes de la ciudad. [37]

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b) La limpieza de la ciudad y la recolección de residuos: Hacia 1870 la recolección de basuras se realizaba sólo en la zona céntrica de la ciudad según disposiciones  de 1856. La manera de hacerla era muy primitiva: carros abiertos pasaban a recoger los residuos después de estar algunos días amontonados y en estado de putrefacción; como los carros tenían capacidad limitada pronto desbordaban, dejando al paso un reguero de residuos que ya nadie volvía a levantar.

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Los habitantes de los barrios periféricos arrojaban los desperdicios en baldíos que se convirtieron en enormes basurales.

Esta situación se vio agravada cuando se comenzaron a pavimentar algunas calles [38], con el empedrado a bola realizándose primero la nivelación con basuras que despedían en días de calor un olor nauseabundo.

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c) Los centros de asistencia y hospitales: Los distintos historiadores no se ponen de acuerdo sobre la asistencia médica en la ciudad, específicamente si eran suficientes o no los centros asistenciales.

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Conviene hacer una lista de los servicios hospitalarios para tener una idea más real y completa sobre los hospitales y lazaretos en la ciudad de Buenos Aires en 1871.

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El hospital San Martín estuvo destinado desde su fundación en 1580, a los militares en presidio. Recién en 1745 se transformó en hospital general atendido por los padres Bethlemitas, quienes lo establecieron en el lugar que luego ocupara la Casa de la Moneda.

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El hospital general de hombres, situado en San Juan y Balcarce, en pleno barrio de San Telmo, recibió enfermos de peste durante 1838, de fiebre amarilla durante 1858, y en 1871. El hospital general de mujeres estaba situado en las calles Esmeralda y Cangallo y prestó amplia colaboración durante la epidemia de 1871.

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La necesidad de alojar y tratar a los dementes separados de los enfermos generales indujo a la creación del Hospicio de las Mercedes en 1859, fundado con escasa diferencia del Hospital de alienadas y con el cual formaba un todo para el tratamiento de enfermedades mentales.[39]

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Las diversas colectividades también tenían sus propios centros hospitalarios, así el hospital irlandés fundado por el Pbro. Fahy en 1848 en la calle Tucumán, el hospital británico fundado por Barton Lodge en 1844, que durante la epidemia de fiebre amarilla recibió un donativo de 5.000 libras de Frank Parish, uno de los iniciadores del ferrocarril del Sud.

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El hospital francés, que gracias al Cónsul General de Francia, señor Mendeville, se había iniciado como Sociedad Filantrópica en setiembre de 1832, brindó sus servicios durante la epidemia. La colectividad italiana había inaugurado, poco antes del ataque de la fiebre amarilla, un hospital en las calles Bolívar y Caseros.

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El hospital alemán surgió de una iniciativa de 1867, pero la guerra del Paraguay y la epidemia que diezmó a muchos de los que formaban el comité organizativo, impidió que se llevara a cabo su construcción hasta 1878. Sin embargo, los médicos de su comisión ayudaron a sus connacionales en los meses trágicos de 1871. De igual manera, el hospital español fue terminado en 1877, pero brindó asistencia durante la epidemia. El Lazareto de San Roque fue levantado en una quinta situada en las calles 24 de noviembre, Méjico, Caridad y Venezuela. Se atendieron más de 3000 enfermos, teniendo un mobiliario muy precario y dependiendo de la asistencia del gobierno y donaciones particulares.

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Inaugurado por el virrey Vértiz en 1779, la casa y hospital de niños expósitos fue clausurada durante el gobierno de Rosas, dándose como razón la falta de recursos para su mantenimiento, permaneciendo cerrada hasta 1852. Desde ese año se hizo cargo la Sociedad de Beneficencia, siendo su benefactora la socia doña María Sánchez de Mendeville. Durante la epidemia trabajó allí el doctor don Guillermo Zapiola que falleció víctima de la fiebre. Primero en Retiro como hospital de sangre, después en la actual avenida Montes de Oca, funcionaba desde octubre de 1865 el hospital militar, cuya creación fue urgida por los heridos de la guerra del Paraguay.[40]

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Tal es la lista de los servicios hospitalarios. En este sentido, es verdad que el número de centros de salud era más o menos proporcionado al número de habitantes. Pero en cuanto a la atención en sí, la situación cambiaba: el estado de estos hospitales no era bueno, salas carentes de ventilación, sin baños, letrinas insuficientes, falta de salas de aislamiento con el peligro de que las enfermedades infecto contagiosas se expandieran como un reguero, todos los enfermos en salas generales, sin separarlos por sus dolencias, etc.

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d) Los cementerios: Desde su fundación Buenos Aires contó con un camposanto, luego cementerio, en el barrio de la Recoleta. En 1732 se inauguró allí, por una promesa del capitán Simón Valdez a la Virgen del Pilar, una iglesia para venerarla. En los terrenos adyacentes al templo se transformó su camposanto en cementerio público el 17 de noviembre de 1822.[41]

 

 “A las diez de la mañana el deán de la Catedral, Mariano Zavaleta, bendijo el cementerio, pues si bien es cierto que éste sería público, no perdía su condición de católico. Acompañaban al Padre Zavaleta varios sacerdotes, cantores y música. Se levantaron cinco cruces de madera: la mayor en el medio y las otras cuatro menores en los extremos. Delante de cada cruz se pusieron tres velas y una estaca que simbolizaba a un difunto que de esta manera debía ser enterrado bajo el amparo de la cruz, y que vive por la fe de la Santísima Trinidad. Se rezaron las letanías y se recorrió el cementerio rociándolo con agua bendita.” [42]

 

En el año 1821, los protestantes residentes en Buenos Aires, consiguieron la autorización del Superior Gobierno para contar con su propio enterratorio que varió de ubicación en varias oportunidades. Este cementerio fue clausurado al poco tiempo de habérseles concedido a sus encargados un sector extenso de tierra en el cementerio de la Chacarita.[43] Con excepción de este último, el cementerio de la Recoleta fue el único de la ciudad hasta fines de 1866.

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Las costumbres fúnebres hasta más allá de la mitad del siglo XIX resultan hoy por lo menos sorprendentes: se buscaba al muerto en un carro con ataúd fijo dentro del cual se ponía el cadáver;  al llegar al cementerio sólo con una mortaja se lo introducía en una de las tantas fosas superficiales, a pocos centímetros del exterior; los cuerpos se descomponían casi a la intemperie, sin el menor resguardo sanitario.[44]

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Aparte de lo anterior, el cementerio del Norte ofrecía un laberinto de tumbas de ladrillos de modesta apariencia.

 

¨Buenos Aires carecía de un verdadero cementerio. El de la Recoleta era estrecho todavía; en su interior imperaba el caos, el abandono más absoluto. Los sepulcros se abrían desordenadamente, en cualquier parte, sin observar línea alguna de edificación, formando un verdadero laberinto de tétricas construcciones de ladrillo. En los 47 años que llevaba de existencia, su funcionamiento no había sido reglamentado, resultando aquello un verdadero desquicio.¨[45]

 

Como la población porteña comenzó a crecer aceleradamente y la ciudad era arreciada periódicamente por epidemias que subían el índice de mortalidad, se inauguró el cementerio de Sud, sobre la actual avenida Caseros, donde se halla el Parque Ameghino.  Con respecto a la fecha de su fundación los autores difieren. [46]

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Varias fueron las desventajas de este enterratorio: estaba muy cerca de la ciudad, en una zona de quintas que seguramente se poblaría en poco tiempo, era de superficie pequeña, aunque el doctor Roque Pérez sugirió su ampliación con la compra de la manzana contigua en $ 105.000.[47]

Fue muy fuerte el rechazo de los vecinos de este cementerio. El doctor Navarro Viola asumió el liderazgo de los perjudicados al iniciar un pleito contra la comuna:

 

“ (...) terreno pequeño, como para ser cementerio de poco tiempo, tierra arcillosa como para obstar la descomposición cadavérica y producir la saponifación; rodeado aún de terrenos todos más altos, incrustado en medio de edificios y de pozos, de los que dista pocas varas y de algunos totalmente pulgadas, pues se encuentra pared de por medio con la casa de altos del señor  Granada (...)” [48]

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1.3 Reseña sobre la situación política de la ciudad de Buenos Aires en 1871.

 

En mayo de 1853, el Congreso General Constituyente reunido en Santa Fe, con la sola ausencia de los diputados de Buenos Aires, sancionó la Constitución Nacional, sin establecer sistema alguno de gobierno municipal. Dejaba librado a los respectivos gobiernos de provincia la aplicación de una constitución cuyas bases debían contener el establecimiento del régimen municipal.[49] Pero demostraron prisa por resolver la cuestión  Capital de la República. Así el artículo 3 establecía: “Las autoridades que ejercen el gobierno federal residen en la ciudad de Buenos Aires que se declara capital de la Confederación por una ley especial.”  El espíritu con el que se lo incorporó a la Carta Magna es el que emana de estas consideraciones expuestas por el miembro informante del glorioso cuerpo: “La residencia de las autoridades nacionales debe ser aquella en donde con mayor decoro y respetabilidad se presenten ante el extranjero; allí donde estén más en contacto con las potencias amigas; en donde sea más fácil compulsar los archivos y antecedentes diplomáticos, ilustrar la opinión gubernativa, y disponer de los elementos que la calidad de capital de hecho de la República ha dado a Buenos Aires desde la época más remota del régimen colonial.”[50]

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Pocos días después de sancionar la Carta Magna, el mismo Congreso Constituyente, dictó la ley declarando a la ciudad de Buenos Aires capital de la Confederación Argentina, con su reglamentación orgánica. Pero Buenos Aires ni siquiera había enviado representantes al Congreso reunido en Santa Fe y por lo tanto desconocía todo lo que surgiese de aquél cuerpo colegiado. Fracasada la revolución encabezada por el general Hilario Lagos contra las autoridades de la ciudad de Buenos Aires y rechazada por éstas la Constitución Nacional, como se explicó anteriormente, la Sala de Representantes asumió facultades constituyentes y, previa renovación de la mitad de sus miembros, inició la discusión de un proyecto de Constitución en que Buenos Aires declaraba su soberanía interior y exterior; fijaba sus límites; se otorgaba la facultad de legislar sobre nacionalidad; mencionaba, sin precisar, el régimen municipal y la administración de justicia; establecía el sistema bicamarista para el poder legislativo: y hacía una declaración de derechos y garantías mas o menos acorde con las constituciones de 1819 y 1826. Sólo los diputados Bartolomé Mitre y José María Paz se opusieron al carácter constituyente de la Sala de Representantes y a la declaración de soberanía interior y exterior. Esta constitución fue dictada en abril de 1854.[51]

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A partir de aquí no podía esperarse una paz duradera ya que no había sido resuelto el tema básico de la unidad nacional. La Confederación por un lado y el Estado de Buenos Aires por el otro como entidades políticas independientes significaban una flagrante divergencia con la tradición histórica argentina y entrañaba un atentado a los intereses económicos del país. Durante los años siguientes estas dos entidades políticas se pusieron frente a frente en busca del predominio político en todo el país, incluso los actos de una configuraron y hasta determinaron la de la otra.[52]

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Un momento decisivo en esta tensa relación fue la batalla de Cepeda el 23 de octubre de 1859 en la que triunfaron las fuerzas de la Confederación encabezadas por el general Urquiza. El 11 de noviembre se firmó el Pacto de San José de Flores mediante el cual Buenos Aires se reintegró a la Confederación y verificó su incorporación por la aceptación y juramento de la Constitución Nacional, aunque sin resolver aún el tema de la capital o federalización de Buenos Aires. Precisamente el 7 de junio de 1862, Mitre como gobernador de Buenos Aires y encargado del Poder Ejecutivo Nacional, remitió un proyecto sobre capital de la República que fue rechazado por la Legislatura. Ésta contestó proponiendo las bases para que las autoridades nacionales pudiesen coexistir con las provinciales en la ciudad de Buenos Aires. Habiendo pasado a consideración del Congreso, este dictó el 1 de octubre la ley de compromiso que el día 7 fue sancionada como ley de la provincia. Por esa ley, la ciudad de Buenos Aires era declarada residencia provisoria de las autoridades nacionales.[53]

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Así se llega al año 1871. Bien dice Miguel Ángel Scenna que era una capital sui generis, a título transitorio, por negarse la provincia a entregar su principal ciudad a la Nación.[54]

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En 1871, Domingo Faustino Sarmiento presidía el gobierno nacional y Emilio Castro era el gobernador de la provincia de Buenos Aires, ambos con sede y autoridad en la ciudad. Completaban el elenco oficial, la Municipalidad con sus once concejales, uno por cada parroquia, y el Consejo de Higiene Pública bajo la presidencia del doctor Luis María Drago.[55]

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[1] Cfr. SCOBIE, James R., Buenos Aires del centro a los barrios, 1870-1910, Buenos Aires, 1977, p. 18

[2] Cfr. LAHITOU, Luis Alberto, El plan pastoral de Monseñor Mariano Antonio Espinoza, Tesis, Buenos Aires, 1996, p. 12

[3] Cfr. SCOBIE, James R., Op. Cit., p. 19

[4] Cfr. BESIO MORENO, Nicolás, Buenos Aires, puerto del Río de la Plata, capital de la Argentina; estudio crítico de su población, 1536-1936, Buenos Aires, 1939, p. 380

[5] BUCICH ESCOBAR, Ismael, Buenos Aires ciudad, Buenos Aires, 1931, p. 52.

[6] Cfr. DIFRIERI, Horacio, Buenos Aires, Geohistoria de una metrópoli, Buenos Aires, 1981, p. 117

[7] MARMIER, Xavier, Buenos Aires y Montevideo en 1850, Buenos Aires, 1948, en DIFRIERI, Horacio, Op. Cit., p.133.

[8] HADFIELD, Walter, El Brasil, el Río de la Plata y el Paraguay, Buenos Aires, 1943, en DIFRIERI, Op. Cit., p. 133.

[9] Cfr. ARMAIGNAC, H., Viaje por las Pampas de la República Argentina, Paris, 1883, p. 134

[10] Cfr. DIFRIERI, Horacio A., Op. Cit., p. 142

[11] Cfr. MOLINARI, Ricardo Luis, Buenos Aires 4 siglos, Buenos Aires, s/f, p. 105

[12] SCOBIE, James R., Op. Cit., p.57.

[13] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Bajo el horror de la epidemia, Buenos Aires, 1932, p. 10.

[14] El Dr. Rawson calculaba la población de Buenos Aires en 1871 en 195.262 habitantes; en RUIZ MORENO, Leandro, La peste histórica de 1871, Paraná, 1949, p. 119.

[15] Cfr. SCENNA, Miguel Angel,  Cuando murió Buenos Aires 1871,  Buenos Aires, 1974, p.17

[16] Cfr. Ibid., p.21

[17] Cfr. SCENNA, Miguel Angel, Op. Cit., p. 148 y RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit, p. 79-80

[18] Ver Apéndice p. 226

[19]Precisamente en estas plazas se reunió por primera vez la Comisión Popular, organismo que se conformó para enfrentar abnegadamente el flagelo de la epidemia de fiebre amarilla en marzo de 1871.

[20] Cfr. SCENNA, Miguel Angel, Op. Cit., p. 49

[21] Cfr. SCOBIE, James, Op. Cit., p. 61

[22] GROUSSAC, Paul, Los que pasaban, Buenos Aires, 1939, p. 77

[23] Ibid., pp. 25-26

[24] Cfr. SCOBIE, James R., Op. Cit., p. 62

[25] Cfr. Ibid., pp.71-72

[26] Ver Apéndice, p. 227

[27] Diario LA NACIÓN, en adelante LN, 15 de febrero de 1871.

[28] Cfr. SCOBIE, James R., Op. Cit, p. 60.

[29] Cfr. SCENNA, Miguel Angel, Op. Cit., pp. 29-41.

[30] GUERRINO, Antonio Alberto, 1871. Muerte y resurrección en la Gran Aldea, en Medical Mag, 15,  Buenos Aires, 1981, p. 22

[31] Ut supra, p. 14

[32] Bucich Escobar en su obra Bajo el horror de la epidemia, p. 30,  transcribe el informe que el médico de la sanidad brasilera, Dr. Luis Álvarez de los Santos, envía a su país que confirma el diagnóstico sanitario de la ciudad de Buenos Aires.

[33] RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 116-117.

[34] SCENNA, Miguel Angel, Op. Cit., p. 147.

[35] Cfr. BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, Julio, Notas sobre la epidemia de fiebre amarilla, separata del Instituto Histórico de la Organización Nacional, Buenos Aires, 1980, p. 127

[36] Cfr. Ibid, p. 149 y ss.

[37] Cfr. Diario LA PRENSA, en adelante LP,  18 de marzo de 1871.

[38] “Se puso en práctica el macadam, asfalto,adoquinado y también el basurero, que en general todo a decir de diferentes autores, era un gran foco de infección depósito de inmundicias que al llegar la época veraniega debía provocar un hedor insoportable. Además sería el paraíso de moscas y roedores.” BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, José, Op. Cit., pp. 126-127.

[39] Cfr. Ibid.

[40] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 89 y ss

[41] Cfr. BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, Julio, Op. Cit., pp. 129-130. Leandro Ruiz Moreno indica otra fecha para la inauguración del cementerio: 18 de julio de 1822. Ver Op. Cit., p. 110

[42] AAVV, Recoleta, cofre de historias, en Buenos Aires nos cuenta, 5, 1983, p. 9

[43] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 110

[44] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 152-153

[45] BUCICH ESCOBAR, Ismael, Visiones de la Gran Aldea. Buenos Aires hace sesenta años, Buenos Aires, 1932, p. 175. Transcribe palabras del doctor José Roque Pérez, sin citar la fuente.

[46] Luis F. Nuñez da como fecha inaugural el 24 de diciembre de 1867, Leandro Ruiz Moreno el 24 de diciembre de 1866, Miguel Ángel Scenna dice que fue hacia finales de 1866.

[47] Cfr.  RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 110

[48] NAVARRO VIOLA, Miguel, El cementerio del Sud,,en La revista de Buenos Aires, 24, 1871.

[49] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Buenos Aires ciudad, Buenos Aires, 1937, pp. 88-89

[50] Cfr. Ibid. p. 89

[51] Cfr. SAGARNA, Antonio, La organización nacional. La Constitución de 1853, en ANH, Historia de la Nación Argentina, Tomo VIII, Buenos Aires, 1946, pp. 263-264

[52] Cfr. BARBA, Enrique M. y HERAS, Carlos, Relaciones entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires, en ANH, Historia de la Nación Argentina, Tomo VIII, Buenos Aires, 1946, pp. 269-292

[53] Cfr. SALVADORES, Antonino, Buenos Aires, 1829-1862, en ANH, Historia de la Nación Argentina, Tomo IX, Buenos Aires, 1941, pp. 128-132

[54] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 20

[55] Cfr. MARONI, José Juan, El alto de San Pedro. Parroquias de la Concepción y San Telmo, en Cuadernos de Buenos Aires, XXXIX, Buenos Aires, 1971, p. 84

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