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500 años de la Primera Misa en Territorio Argentino

Hecho histórico, religioso y cultural

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Obispo de Río Gallegos

1.Hecho histórico

Cinco naves de alto bordo componían la expedición de Hernando de Magallanes que partió de España en agosto de 1519. El objetivo era encontrar un paso que comunicase las aguas del Atlántico con las del océano que en aquel entonces se conocía como mar del sur y más tarde se denominaría Pacifico. Ese paso permitiría llegar a las islas de las Especias, las cuales, según los datos que poseía Magallanes, podían quedar en el hemisferio correspondiente a Castilla, tras el reparto que castellanos y portugueses acordaron en el Tratado de Tordesillas, firmado en 1494.

En la nao Trinidad viajaba el padre Pedro de Valderrama, natural de Écija. En la San Antonio figuraba un tal Bernardo de Calmette, pero como ninguna relación posterior lo nombra, se cree que a último momento, no embarcó. Sí es mencionado el clérigo Pedro Sánchez de Reina. En las listas figuran además “los ornamentos con todo su aderezo necesario para con que puedan decir misa los clérigos que van en la armada”[1]

El 31 de marzo en la bahía de San Julián, Magallanes decide pasar el invierno, para más adelante continuar en la busca del paso inter oceánico. A la mañana siguiente la tripulación participó de la primera misa en territorio argentino según fue posible documentar con precisión. “Y luego el mismo día domingo de Ramos, hizo llamar Magallanes a todos los dichos capitanes y oficiales e pilotos para que fuesen a tierra a oír misa, y que después fuesen a comer a su nao”[2] Día 1 de abril de 1520, domingo de Ramos; presidida por el capellán de la Trinidad, Pedro de Valderrama. Otras veces oficiaron Valderrama o Sánchez de Reina en San Julián. Documentalmente quedó registrado, por ejemplo, en la deposición del capitán de la nao San Antonio, Álvaro de la Mezquita “presentada al señor Capitán General estando en tierra, después de haber oído misa, domingo 15 del mes de abril del dicho año de 520”[3].

Hubo una sublevación la misma noche del 1 de abril. Estaba el padre Valderrama confesando en la nao San Antonio, cuando irrumpió el capitán de la Concepción, proclamando la rebeldía. Magallanes procedió sin contemplaciones. Muchos rebeldes fueron ajusticiados. El castigo también alcanzó a uno de los clérigos: Pedro Sánchez de Reina fue abandonado en una isla junto a Juan de Cartagena, al partir Magallanes de San Julián para continuar la expedición el 21 de agosto de 1520.

En Puerto Santa Cruz, descubierto por la nao Santiago el 3 de mayo anterior, pasó Magallanes un mes y medio. Allí, según las crónicas, “plantamos una cruz en la cima de la montaña más alta y la llamamos Monte de Cristo.”[4] Y Pigafetta a la vez recuerda que “antes de abandonar este lugar el Capitán General y todos nosotros nos confesamos y comulgamos como buenos cristianos”.[5] Santa Cruz es el segundo sitio donde consta documentalmente que se celebró la Santa Misa.

2. Hecho religioso[6]

 

Imaginemos los sentimientos y el estado anímico de aquellos hombres que habían partido de España en septiembre de 1519 y que luego de muchos meses de travesía, aún no habían encontrado el paso interoceánico: las dificultades propias del viaje en esas pequeñas y frágiles embarcaciones, las enfermedades, la añoranza de estar lejos de la familia y los seres queridos, las tensiones y diferencias en la tripulación.

En ese contexto, celebran la primera Eucaristía; seguramente, y sintiendo que necesitaban poner toda su vida en manos de Dios para seguir adelante, preparan un altar en las orillas de San Julián donde el padre Pedro de Valderrama preside la misa. A los pocos días, estalla entre los miembros de la tripulación una traición que lleva a Magallanes a tomar decisiones drásticas; se sentencia a muerte a varios, y a otros se los abandona en una isla desierta.

Hoy esta historia puede resultarnos muy fuerte y sangrienta; podemos preguntarnos cómo enseguida después de celebrar una misa, esas mismas personas son capaces de hechos tan terribles, en medio de una sublevación.

Pero también podemos pensar cuántas veces hoy, luego de celebrar nuestras Eucaristías dominicales, nos tratamos mal, nos ignoramos, hablamos unos de otros; recordemos las palabras del Papa en la audiencia general del 2 de enero de este año: Vas a la Iglesia a hablar mal de los demás, mejor no vayas, vive como un ateo... Aquellas personas que van a la iglesia y se quedan allí todo el día, o van cada día, y entonces viven odiando a los demás o hablando mal de la gente ¡Esto es un escándalo! sería mejor que no vayan a la Iglesia, que vivan como si fuesen ateos... Pero si vas a la Iglesia, vive como un hijo, como un hermano y da un verdadero testimonio, no un contra-testimonio".[7]

Jesús en la última cena, reunió a sus discípulos y nos dejó su Cuerpo y su Sangre en un poco de pan y vino. En aquella comida había lugar para todos: para Juan, el apóstol que lo seguiría hasta la cruz; para Pedro, que lo negó tres veces; para Judas, que lo traicionó; para el resto de los discípulos, que lo abandonaron. En la Eucaristía celebrada aquél 1 de abril de 1520, también hubo lugar para todos, incluso para los que ya estaban pergeñando una traición.

Roguemos a Dios que en nuestras comunidades también haya lugar para todos, que nadie quede afuera, que nadie sea excluido. Por eso, iniciamos el Año Eucarístico diocesano el 31 de marzo pasado en las puertas del basural de Río Gallegos; quisimos reflejar la imagen de lo que significa tratar a mucha gente como basura, sacándola de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestras vidas, de nuestra sociedad. Francisco, en la encíclica Laudato si, expresa que muchos problemas en el mundo están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.[8]

En Polonia, visitando un hospital en Cracovia, el Papa profundizaba en esta idea diciendo: Nuestra sociedad, por desgracia, está contaminada por la cultura del «descarte», que es lo contrario de la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles; esto es una crueldad.[9]

Que este Año Eucarístico, nos comprometa en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, sin hermanos descartables o desechables; que en nuestras comunidades nadie quede afuera; no seamos jueces condenatorios, que levantamos el dedo acusador opinando de la manera de vivir de los demás, recordemos las palabras del Evangelio: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? [10]

Por eso nos pedía Francisco en el video que nos mandó en mayo que ayudemos a los que la estén pasando mal, que nos preocupemos por los que están peor que nosotros, que descubramos que en el otro está Cristo. Decía San Ireneo de Lyon: No acudir en ayuda de las necesidades del otro es renegar del ágape del Señor.[11]

La celebración eucarística nos exige un espíritu comunitario, nos exige abrir los ojos para reconocerlo al Señor y servirlo en los más pobres. San Juan Crisóstomo exhortaba: ¿Quieren en verdad honrar el Cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frío y desnudez.[12]

Para los cristianos, la Eucaristía es la presencia real de Cristo entre nosotros, el alimento que nos fortalece, que nos une como hermanos, y que nos anima a ser constructores de una sociedad más justa y fraterna, porque el Cuerpo de Cristo, nos hace también cuerpo social y comunitario.

Decía Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.[13]

Y más adelante, Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es « fuente y cima de toda la vida cristiana “. “ La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.[14]

 3. Hecho Cultural

 

Más allá de las distintas corrientes historiográficas, el hecho histórico de la expedición de Magallanes por la Patagonia, es algo real, documentado y contundente. Fue el primer viaje que dio la vuelta al mundo. En él se encontraron distintos modos de vivir, diversas concepciones del mundo, incluyendo lengua, procesos, modos de vida, costumbres, tradiciones, hábitos, valores, patrones, herramientas y conocimiento.

Hoy somos fruto de esa historia de encuentros y también de desencuentros, que nos define, y cada vez más como una sociedad multicultural, diversa, desafiada a seguir expresándose desde sus propias raíces, abierta a la tolerancia y al respeto.

Reconocemos que muchas veces en esta historia, la Iglesia no fue fiel al Evangelio de Jesús; por eso hacemos nuestro una vez más el pedido de perdón a los pueblos originarios, quienes muchas veces no fueron respetados en su cultura.

Benedicto XVI dijo que “el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano:  no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables, por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca, no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos”.[15]

Y el Papa Francisco en julio del 2015 manifestó: “Les digo, con pesar: Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano, y también quiero decirlo. Al igual que San Juan Pablo II, pido que la Iglesia  -y cito lo que dijo él-  ‘se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos’. Y quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América. Y junto a este pedido de perdón, para ser justos, también quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, y por eso pedimos perdón, pero allí también donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios. Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos obispos, sacerdotes y laicos, que predicaron y predican la Buena Nueva de Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y paz, sin olvidar a las monjitas que anónimamente recorren nuestros barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas incluso hasta el martirio” .

Si cada cultura encarna una visión del mundo como respuesta a la realidad que vive cada grupo social, la celebración de los 500 años es una hermosa oportunidad de expresar la diversidad que vivimos cotidianamente sin cometer los atropellos de otra época.

Como Iglesia, animamos al diálogo, y al respeto; en nuestra historia ya ha habido muchos momentos de violencia y de intolerancia; hoy creemos estar ante una gran oportunidad de celebrar la vida entre todos, con sus momentos duros y difíciles y también sus momentos de alegría, porque creemos en Cristo que nos dice: "Yo he venido para que tengan Vida y Vida en abundancia".[16]

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[1] J. T. Medina, Colección de documentos inéditos para la historia de Chile, I, Santiago de Chile, 1888

[2] Carta del contador Juan López de Recalde al Obispo de Burgos, dándole cuenta de la llegada de la nao San Antonio al puerto de las Muelas, 12 de mayo de 1521 (Medina, I, 165)

[3] Medina, I, 152

[4] A. Larrouy, La aparición del cristianismo en tierra argentina (1515-1535), REABA, 4, (1904) 851

[5] A. Pigafetta, Il primo viaggio intorno al mondo, a cura di Camilo Manfrodoni, Milano, 1928, 100

[6] Cfr. García Cuerva, Jorge, Carta pastoral Eucaristía, verdadera comida con sabor a todos, Río Gallegos, 2019

[7] Francisco, Audiencia general, 2 de enero de 2019

[8] Francisco, Carta encíclica Laudato si 22, Ciudad del Vaticano 2015

3 Francisco, Discurso en ocasión de la visita al hospital pediátrico universitario (UCH), Cracovia 2016

[10] Mateo 7, 3-4

[11] Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 180

[12] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo, L, 3-4: PG 58, 508-509

[13] San Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía, Ciudad del Vaticano 2003

[14] Ibid

[15] Benedicto XVI, Audiencia 23 de mayo de 2007

[16] Juan 10, 10

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