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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

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Cuarta Parte

 

4. La Iglesia después de la epidemia: junio-julio de 1871

 

Cuando comenzó el mes de junio el número de muertos por fiebre amarilla había descendido enormemente. El día 2 se registró una sola víctima, y durante todo el mes no se superaron las cuatro víctimas diarias.[1]

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A partir de estos datos puede comprenderse que la población comenzó a experimentar que la epidemia había concluido. La Iglesia no estuvo ajena a este sentimiento y apoyó todas las medidas tendientes a la normalización de la vida cotidiana de la población porteña.

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Los sacerdotes volvieron a tener un ritmo de vida más normal, ya que no debieron asistir enfermos en todo momento; las casas parroquiales ya no estuvieron ocupadas por médicos según lo establecía el decreto de urgencia del 31 de marzo; se volvieron a autorizar las celebraciones públicas ya que no había riesgo de contagio, etc. Lo que caracterizó este mes de junio y los siguientes hasta fines de 1871 y primeros meses de 1872 fueron la cantidad de misas y funerales que se rezaron por las víctimas de la peste.[2] Algunas de ellas tuvieron especial trascendencia porque fueron celebraciones públicas y masivas.

 

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4.1 El Te Deum y el funeral municipal

 

 

“Día 11 de junio: Enfermos 25, casos nuevos 2. Te Deum cantado por el obispo. (...)” [3]

 

Mardoqueo Navarro registró el Te Deum que se rezó el domingo 11 de junio en la plaza de la Victoria bajo el arco de la Vieja Recova;[4] incluso lo destacó en negrita por la importancia que tuvo la celebración para la ciudad de Buenos Aires.

 

Sin embargo, hay que ver lo que sucedía unos días antes, ya que la primera idea era la de realizarlo, como tradicionalmente se hacía, el 25 de mayo.

 

“Día 24 de mayo: Te Deum: suspéndese el oficial, por razones de salud pública.” [5]

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Precisamente, por prevención, dado que todavía no parecían convenientes las reuniones públicas, el Te Deum del 25 de mayo no se realizó, y se pasó para una fecha incierta, ya que se iba a esperar el desenlace de la epidemia.

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Fue la Comisión Popular la que propuso a Monseñor Aneiros la realización del Te Deum para dar gracias a Dios por la ya pronta finalización de la peste de fiebre amarilla sobre la ciudad. Mardoqueo Navarro criticó a los ex-miembros de la Comisión por esta proposición:

 

“Día 19 de mayo: La República combate la idea de la Popular: de un TE DEUM a espensas suyas.” [6]

 

Existe una carta del obispo en la que se demuestra que ya estaba todo preparado para el 25 y que se suspendió a último momento:

 

“Buenos Aires, 23 de mayo de 1871. El Obispo de Aulón y Vicario Capitular

Al Sr. Presidente de la Comisión Popular D. Héctor F. Varela.

El infrascrito tiene el honor de dirigirse a Ud. para decirle que habiendo estado pendiente su respuesta de la resolución que tomase el Exmo. Gobierno Nacional relativa al Te Deum, acaba de recibir una nota del Exmo. Sr. Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública en la que se comunica que el día 25 del corriente, aniversario de nuestra emancipación política se celebre en la Iglesia Catedral Metropolitana un te Deum al que asistirá al Sr. Presidente de la República.

Dios guarde a Ud. muchos años.          Federico Aneiros.” [7]

 

Finalmente el Te Deum se realizó el domingo 11 de junio a la 1 de la tarde en la Plaza de la Victoria. La invitación se había hecho a través de los diarios.

 

“AL PUEBLO: Te Deum: Hoy a la una de la tarde tiene lugar el Te Deum dispuesto por la Comisión Popular, en acción de gracia al Todo Poderoso por la desaparición de la epidemia, en la Plaza de la Victoria.

La Comisión invita al pueblo para esta ceremonia religiosa.

Héctor F. Varela. Presidente.” [8]

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Bajo el arco central de la Recova Vieja se alzó el altar, desde el cual Aneiros ofició la celebración para dar gracias a Dios por la terminación del mal. El día se había presentado nublado y frío, pero esto no imposibilitó que al finalizar la oración se hiciese una procesión por las calles de la ciudad.[9]

 

Las críticas desde los distintos periódicos no se hicieron esperar: se habló de escasa concurrencia, de que estuvo muy mal cantado, de que si la epidemia hubiese durado cinco años también iban a querer agradecer al terminar, etc.[1o]

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A la vez, también se criticó a la Comisión Popular por pagar los estipendios de las misas por los difuntos víctimas de la epidemia: el diario La República sostenía que no creía que la población hubiese donado dinero para ese fin, sino para socorrer a los enfermos; y se dirigía a los gobiernos provinciales reclamándoles que no enviaran más dinero a la Comisión Popular, que si iba ser utilizado para rezar misas, estas se hiciesen en los templos de sus provincias, ya que la distancia al cielo era igual que desde Buenos Aires.[11]

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Los protestantes también rezaron un Te Deum en la Iglesia de San Juan el mismo 11 de junio. En esta celebración se hizo una colecta destinada a los pobres, cosa que motivó otra crítica al realizado por los católicos donde no hubo colecta.[12]

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Mientras tanto, eran muchas las familias que pedían misas en sufragio de los difuntos. Esto preocupó a la Municipalidad que todavía quería evitar las aglomeraciones por miedo al rebrote de la epidemia. Entonces convocó a un funeral colectivo por las almas de todos los caídos víctimas de la fiebre amarilla.

 

“Municipalidad de la Ciudad. El martes 18 del corriente a las diez y media de la mañana tendrá lugar en la Santa Iglesia Metropolitana solemnes exequias por el descanso eterno de los vecinos del Municipio que sucumbieron víctimas de la epidemia.

La Municipalidad invita por medio de la presente a sus deudos y al pueblo a concurrir a este acto piadoso.

Buenos Aires, junio 10 de 1871. Benjamín Llorente, secretario.” [13]

 

Y como la normalización del ritmo de vida de la ciudad permitía volver a la política, todos los opositores atacaron duramente al gobierno municipal por esta invitación, por considerarlo el máximo responsable de la enorme mortandad  epidémica, ya sea por su despreocupación al comienzo, ya sea por su ineficacia después.[14]

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 Estanislao del Campo, bajo el seudónimo de Anastasio el Pollo, escribió:

 

“El cuerpo municipal

ordena que se celebre

por los que frustró la fiebre

un solemne funeral.

Yo no he de faltar, por cierto,

Pues ha de ser peregrino

Ver rezar al asesino

Porque Dios perdone al muerto.” [15]

 

Al mes siguiente la Municipalidad volvió a convocar a la ciudadanía porteña a otro funeral colectivo que se realizó en la Catedral Metropolitana el 18 de julio a las 10 de la mañana.[16] Nuevamente se hicieron escuchar las críticas:

 

“¡Qué Municipalidad tan religiosa! Ella tiene por lema: primero está la devoción que la obligación.” [17]

 

En el interior también se realizaron celebraciones para agradecer por el fin de la epidemia en la ciudad de Buenos Aires. A modo de ejemplo y a fin de conocer el modo en que se realizaban estos eventos religiosos:

 

“Gran función religiosa, Solemne culto: Que en honor del Glorioso San Roque, celebrarán en su iglesia parroquial los vecinos de la ciudad de Dolores: Novena, Triduo, 40 horas, procesión.

Novena: el sábado 5 del corriente al toque de oraciones se dará principio a la novena del santo, a la que precederá el Santo Rosario, terminando con el canto de la Salve, letanías de la Virgen y gozos del esclarecido San Roque.

Las mismas devociones se practicarán en los siguientes días del novenario:

 

TRIDUO Y PROCESIÓN: Los días 14 y 15 a las 10 habrá misa cantada con exposición de Su Divina Majestad. Por la tarde, a las 4, en ambos días se cantarán solemnes vísperas, con el Santísimo manifiesto, siguiéndose la bendición sacramental y reserva.

El 16 a las 10 y media, se cantará misa solemne, en la que pronunciará el panegírico del santo, el presbítero Sr. D. Raymundo García Tison.

A las 3 de la tarde habrá completas, bendición sacramental y reserva, finalizando con la procesión del santo, a cuyos efectos estarán adornadas convenientemente las calles.

Dolores, junio 18 de 1871.” [18]

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4.2 Una controversia religiosa

 

“Habiendo la autoridad eclesiástica mandado suspender los funerales anunciados para mis finados esposo e hijos, me hallo en la necesidad de avisar que no podrán tener lugar el día de hoy.

La causa de esta suspensión es la de haber encontrado inconvenientes el fiscal eclesiástico a que se celebren exequias fúnebres por mi hijo Francisco López Torres.

Simeona López de Torres.”[19]

 

Junto con la convocatoria de la Municipalidad para el funeral por las víctimas de la epidemia, doña Simeona Torres de López hizo publicar en los diarios la invitación a los funerales que se rezarían por el eterno descanso de sus familiares muertos de fiebre amarilla.[20]

Precisamente fue la suya una de las familias más afectadas por la peste; en pocos días habían fallecido su esposo, Francisco López Rubio, y sus tres hijos, Francisco, Zelmira y Máximo López Torres.

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Francisco había sido legislador porteño, soldado en la guerra del Paraguay,  secretario del general Paunero en su expedición contra los caudillos en 1867, ministro de gobierno de Mendoza, autor de una de las primeras novelas argentinas La huérfana de Pago Largo, director del diario La Discusión y miembro de la Comisión Popular. Es decir, era un genuino representante de la clase dirigente de la época, un joven liberal y masón entusiasta y apasionado.[21]Lo sorprendió la muerte a los 32 años, y como en otros casos, su deceso fue un duro golpe para los porteños, por lo cual muchos estaban dispuestos a participar de sus funerales para rendirle homenaje.

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Sin embargo, cuando la señora de López fue a retirar, como se acostumbraba en la época, las licencias para los oficios religiosos, éstas le fueron negadas por el fiscal eclesiástico. El argumento esgrimido era que Francisco había sido un activo masón y un adversario implacable de la Iglesia. Esto provocó profunda indignación en la población y en los diarios que aprovecharon el caso para criticar fuertemente al clero afirmando que se había vuelto a los tiempos del oscurantismo.[22]

 

“No importa si la Iglesia no quiere rezar por López Torres; si sus sacerdotes no quieren cumplir su misión espiritual y se vengan como hombres, llevando sus odios mas allá de la tumba; el pueblo de Buenos Aires, que no tiene más religión que la del amor, orará por él.” [23]

 

La situación se complicó aún más cuando el diario La Prensa denunció una negociación del arzobispado según la cual estaría dispuesto a celebrar el discutido funeral si la señora de López declaraba que su hijo Francisco había muerto en estado de demencia.[24]

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Finalmente Simeona Torres de López decidió retirar el pedido de funerales para su esposo y sus tres hijos y participó del funeral colectivo celebrado a pedido de la Municipalidad el 18 de julio.[25]

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Este episodio recrudeció el enfrentamiento entre la masonería y la Iglesia, dado que todos los medios periodísticos lo aprovecharon para criticar a la jerarquía eclesiástica y empañar la noble labor del clero durante los meses terribles de la fiebre amarilla. El sacerdocio, que fue el grupo social más castigado por la epidemia, quedó en una posición despreciada, hábilmente explotada por sus adversarios.[26]

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4.3 Un reconocimiento oficial

 

El 24 de junio se estableció una Junta para la Cruz de Hierro a la Comisión Popular, que resolvió entregar una cruz, un diploma y el título de caballero a quienes habían integrado dicha comisión. Así se conformó la única orden de caballería de la historia argentina, compuesta por 48 miembros y limitada definitivamente a ellos.

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Los sacerdotes José Domingo César y Patricio José Dillon, que habían formado parte de la Comisión Popular de Salubridad, fueron dos de los beneficiados con esta condecoración.

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La Municipalidad también otorgó medallas a quienes habían prestado servicios asistenciales durante la epidemia, y la ex Comisión Popular entregó a los auxiliares y a quienes colaboraron con ella diplomas donde constaba su agradecimiento. En ninguno de estos casos se tuvo en cuenta a miembros del clero o religiosas.[27]

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El 2 de agosto de 1871, la llamada Comisión del Fondo de la epidemia resolvió hacer una distribución equitativa de dinero entre los que habían atendido a los enfermos y a sus familias durante la fiebre. Aquí sí se tuvo en cuenta a las congregaciones religiosas, a las que se les pedía un detalle del trabajo realizado y el número de asistidos.[28]No existen datos de cuánto dinero recibieron, excepto de las Hijas de la Caridad o Vicentinas.

 

“(...)Tiene el gusto de remitirles a ustedes una libranza por la cantidad de treinta mil pesos moneda corriente, siendo por ahora lo que es posible ofrecerles; esperando al mismo tiempo que ello bastará para aliviar en parte la miseria que existe en esta ciudad, y les ayude a ustedes en el cumplimiento de su misión caritativa y consoladora.” [29]

 

A la vez, al año siguiente de la epidemia, más precisamente el 16 de septiembre de 1872, la Municipalidad aprobó la aplicación de un decreto de junio de 1860 por el cual debía premiarse con una medalla a las personas que se destacaron en su entrega desinteresada a favor de los afectados por epidemias.[30]

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El 18 de marzo de 1873, la Superiora de las Hijas de la Caridad Sor Louis, recibió, como los superiores de las demás congregaciones, un pedido de parte de la Municipalidad de todos los nombres de las religiosas que habían trabajado y entregado su vida durante las epidemias de cólera de 1868 y de fiebre amarilla de 1871. La respuesta no se hizo esperar:

 

“(...) Siento deber manifestar al Señor Presidente la absoluta imposibilidad de proceder en armonía con su deseo.

Las Hijas de San Vicente dedicándose al ejercicio de la caridad en cualquiera de sus manifestaciones, cumplen simplemente con los deberes que su Instituto les impone.

Las que están bajo mi obediencia se consagran en las épocas mencionadas a la asistencia de los que caían atacados por el mal sin existir entre ellas ninguna diferencia en el desempeño de sus obligaciones. No pueden tampoco obtener demostración honorífica individual ni colectiva por ser ajenas al espíritu de su vocación. Su “punto objetivo” está fuera de nuestro alcance: Su única aspiración es obtener el galardón que nuestro buen Dios reserva para los que le sirven y le aman.

Confiando en su Misericordia infinita, creo, habrá concedido el premio a que aspiraban las 14 Hermanas que sucumbieron en el ejercicio de su misión.” [31]

 

            Públicamente se realizaron dos reconocimientos más: las palabras del Dr. Guillermo Rawson en la Cámara de Diputados de Buenos Aires reconociendo la labor del clero [32] y la lista de sacerdotes y religiosas, aunque incompleta, en el monumento a los caídos durante la epidemia que se encuentra en el parque Ameghino.[33]

 

 

 

 

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[1] Cfr. DMN, (pirámide de estadística).

[2] Sorprende observar la cantidad de avisos fúnebres invitando a misas y funerales que pueden encontrarse desde junio de 1871 en adelante en distintos periódicos, debiendo, en algunos casos, agregar páginas al diario para tener espacio de publicación.

[3] Cfr. DMN.

[4] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Op. Cit., p. 151

[5] Cfr. DMN.

[6] Ibid.

[7] LT, 24 de mayo de 1871.

[8] LN, 11 de junio de 1871.

[9] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 432

[10] Cfr. LN, 12 de junio de 1871; LR, 17 y 20 de junio de 1871; EN, 17 de junio de 1871.

[11] Cfr. LR, 19 y 21 de mayo de 1871.

[12] Cfr. Ibid, 17 de junio de 1871.

[13] LP, 12 de junio de 1871.

[14] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 327

[15] LT, 16 de junio de 1871

[16] Cfr. EN, 14 de julio de 1871.

[17] Ibid, 21 de julio de 1871.

[18] LR, 2 de julio de 1871.

[19] LT,  14 de julio de 1871.

[20] Cfr. EN, 10 al 13 de julio de 1871.

[21] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 197

[22] Cfr. EN, 15 de julio de 1871.

[23] LT, 15 de julio de 1871.

[24] Cfr. LP, 16 de julio de 1871.

[25] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Op. Cit., p. 155

[26] Como ejemplo, Félix Chaparro se aferra a este episodio aislado para criticar duramente el accionar eclesial durante la peste. Cfr. CHAPARRO; Félix, José Roque Pérez, Buenos Aires, 1951, pp. 203-204

[27] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 435 y ss

[28] Cfr. PALACIOS, Horacio, Op. Cit., p. 151

[29] A.P.H.C., legajo Los comienzos, 1871.

[30] Cfr. PALACIOS, Horacio, Op. Cit., p. 151

[31] A.P.H.C., Legajo Los comienzos, 1871-1874, Carta al Presidente de la Municipalidad, D. Miguel N. De Uribelarrea.

[32] Ut supra p. 150

[33] Ut supra p. 114

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