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P. Jorge García Cuerva
Obispo de Río Gallegos
La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
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Tesis de Licenciatura

Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia

Buenos Aires, diciembre 2002

(Tesis en *.pdf)

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Cuarta Parte

 

3. Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871

 

3.3. Las congregaciones religiosas durante la epidemia

 

“Día 3 de abril: (...) Surge la idea de desocupar la ciudad. Hermanas de la Caridad, ¡Santas Mujeres!” [1]

 

Mardoqueo Navarro resalta la labor de una de las congregaciones religiosas que estuvieron junto a los infectados por la fiebre; incluso lo hace utilizando el recurso de poner en negrita el elogio que les hace.[2]

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Cuando la peste arreció las Hermanas o Hijas de la Caridad cerraron sus colegios y se volcaron a trabajar en los hospitales, especialmente en el Hospital General de Hombres y en el Hospital Francés. El contacto continuo con los enfermos que en su mayoría morían por no haber un tratamiento certero contra la fiebre, exigía una gran entrega por parte de las Hermanas, que también corrían el riesgo de contagiarse, a tal punto que alrededor de cuarenta experimentaron los ataques, aunque benignos, de la enfermedad; a esto se debió el arribo de algunas hermanas más a Buenos Aires en abril de 1871, provenientes de Francia:

 

“Día 17 de abril: (...) Llegan 4 hermanas de la caridad. (...)”[3]

 

Siete de ellas fallecieron víctimas de la fiebre amarilla; ellas son:[4]

  • Sor María Josefina Goulart: Era la Hermana Superiora del Hospital San José y Asistenta de la Provincia. Había sido también Superiora de la fundación de la congregación en Jujuy y del Hospital San Luis de los franceses. Después de cinco días de enfermedad, falleció el 27 de marzo de 1871 a los 43 años. Era religiosa de la Caridad desde hacía 23 años. Su nombre figura, junto al de otra religiosa, en el monumento a los caídos en el cumplimiento del deber durante la epidemia que se encuentra en el parque Ameghino.

  • Sor Ana Dufour: Trabajaba en el Hospital San Luis de los franceses. Los testimonios de sus Hermanas religiosas afirman que se preparaba desde hacía varios meses y por una secreta inspiración de la gracia a la venida de la muerte. Sentía mucha pena al ver que se llevaban del hospital los enfermos atacados de la fiebre amarilla, porque deseaba cuidarlos ella misma. Un enfermero atacado gravemente no pudo ser transportado al lazareto y sor Dufour lo cuidó denodadamente hasta que ella misma se contagió y falleció el 28 de marzo de 1871 a los 33 años, luego de 14 años de vocación.

  • Sor Baptistina Pelloux: Había sido enviada con otras dos Hermanas para dirigir las ambulancias militares de San Nicolás y de Rosario en 1861. Luego actuó en el Hospital General de Hombres o de San José, como lo llamaban las Hermanas, y durante la epidemia de fiebre amarilla era Superiora en el Hospital San Luis. Asistiendo a Sor Dufour y al Padre de La Vaissière, se contagió del morbo y murió el 8 de abril a los 42 años. Hacía 20 años que había ingresado en la congregación.

  • Sor María Thiriet: Trabajaba en el Hospital San José. Luego de tres días de enfermedad, murió de fiebre amarilla, el 25 de abril a los 45 años. Sus primeros votos religiosos los había hecho hacía 24 años. Su nombre también figura en el monumento de parque Ameghino, pero con algunos cambios en el apellido: Chirigt.[5]

  • Sor Hermance Delatre: Era Hermana del Colegio de la Inmaculada Concepción. Cuando se cerró el colegio a consecuencia de la epidemia, se dedicó a la atención a los enfermos. Así se contagió y murió el 2 de mayo de 1871 a los 28 años de edad y con 10 años de vocación. Los testimonios de la época la califican como una hermana inteligente y abnegada que amaba la misión a causa de su pobreza y de los sufrimientos que en ella encontraba.[6]

  •  Sor María Pajot y Sor María Doolin: Estas Hermanas padecieron fiebre amarilla, pero tuvieron una mejoría hasta que,  debilitadas por la enfermedad, contrajeron tuberculosis y fallecieron en la Casa Central de la congregación, el 3 y 25 de septiembre respectivamente. Sor Pajot tenía 33 años de edad y 11 de vocación; Sor Doolin, 23 años y 5 de vocación.

           

Diversas publicaciones comentaron tiempo después la labor de las Hermanas durante la epidemia de 1871:

 

“Las Hermanas de la Caridad son dignísimas de este sublime nombre; y siguen constantes prestando sus inapreciables servicios, que en el año que termina, han sido redoblados.” [7]

 

“(...) Esa mujer, ejemplo de valor y misericordia, de virtud y abnegación, es la HERMANA DE LA CARIDAD, la hija de la caridad cristiana.

Su vida es preciosa como la estrella que brilla en medio de la oscura noche, como la humilde violeta que crece olvidada entre la maleza, difundiendo en el espacio su aroma delicado. La caridad, he ahí su misión; misión grande y generosa, llevada a cabo de un modo sublime.

Allí donde corren las lágrimas que arranca la miseria, allí donde el dolor destroza el alma y aniquila el cuerpo, allí está ella para apagar el llanto y pronunciar al oído del que sufre dulces palabras de aliento y de esperanza. Allí donde se oye la queja del moribundo, allí donde se escucha la voz del huérfano desvalido o donde se exhala la súplica del mendigo, allí está ella, mensajera de amor y caridad. (...)

Pero su caridad no se reduce a curar las desgracias presentes, a vendar las heridas abiertas ya, sino que ella precave los futuros males y las nuevas caídas de la sociedad, consagrándose a la enseñanza de la juventud, a inculcar en su inteligencia las verdades de una religión divina y a cultivar en su corazón los más puros sentimientos.” [8]

 

 

Entre los sacerdotes de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paul o Padres Lazaristas hubo dos víctimas de la fiebre amarilla, los padres Santiago Luis de La Vaissière y Ladislao Patoux.

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De La Vaissière había nacido en Francia en 1829. Llegado a la Argentina, en 1864 fundó la casa vicentina en Jujuy que por distintas dificultades luego se cerró.[9]De regreso a Buenos Aires se puso al servicio del Hospital Francés, que más tarde hizo erigir en Casa de la Compañía.

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En 1866 abrió un colegio con miras a favorecer las vocaciones eclesiásticas, tan escasas entonces en el país. El establecimiento tuvo muchos alumnos, pero el Padre de La Vaissière debió hacer muchos gastos y se endeudó de tal manera que fue imposible continuar con el colegio cuando él falleció en 1871.[10]

​

Al declararse la fiebre amarilla, el plantel de misioneros lazaristas en Buenos Aires estaba conformado por siete sacerdotes. El Padre de La Vaissière falleció contagiado del mal el 2 de abril de 1871, cuando era director general del Colegio San Luis. El Padre Ladislao Patoux, designado para sucederle al frente del Colegio, murió también de fiebre amarilla 23 días después, el 25 de abril.[11]

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En reemplazo de los dos sacerdotes fallecidos, fueron enviados desde Francia los Padres Jorge Enrique Révellière y Jorge María Salvaire, quienes arribaron a la ciudad de Buenos Aires el 24 de octubre de 1871.

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A consecuencia de la mortandad del clero secular, a finales de 1871 el Arzobispo Aneiros ofreció a los lazaristas la atención del Santuario de Nuestra Señora de Luján, misión que aceptaron, luego de la respuesta negativa que dieron los bayoneses por carecer de personal por los muertos de esta congregación durante la fiebre amarilla.[12]

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Precisamente, entre los sacerdotes y religiosos muertos víctimas de la epidemia se cuentan también los Padres bayoneses o del Sagrado Corazón de Jesús, Luis Larrouy y Domingo Irigaray, capellanes del monasterio de San Juan, y el Hermano Fabián Lhopital.[13]

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La epidemia sorprendió a los bayoneses en plena construcción de las ampliaciones del Colegio San José: dos pabellones paralelos de 11 metros por 12, con dos pisos, destinados a salones de estudios y dormitorios; entre ellos se había proyectado un airoso mirador de forma gótica, que lo hacía semejante a una torre medieval y serviría de observatorio astronómico. La fiebre amarilla ahuyentó a los obreros por algún tiempo.

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A la vez el colegio permaneció cerrado; los alumnos fueron licenciados y remitidos a sus familias. Los sacerdotes quedaron en sus puestos, sea los del Colegio, sea los de la Iglesia de San Juan, y se desvelaron por atender a los enfermos.[14]

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Un signo claro de cómo se vieron afectados los bayoneses durante la epidemia, es observar los gastos de la Congregación en 1871 que fueron muy reducidos en los meses más trágicos por estar todas las actividades absolutamente paralizadas y destinar todo el dinero a la atención de los contagiados y los moribundos:

 

“Colegio:

  Febrero                    16.554 $m/c

  Marzo                        6.456 $m/c

  Abril                          6.591 $m/c

  Mayo                         5.961 $m/c

  Junio                      23.705 $m/c  (...)

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Edificio:

  Febrero                   11.668 $ m/c

  Marzo                       7.710 $ m/c

  Abril                          2.592 $ m/c

  Mayo                         2.270 $ m/c

  Junio                         2.513 $ m/c

  Julio                         59.480 $ m/c

  Agosto                    39.087 $m/c (...) ” [15]

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Comparando los números de gastos mensuales, se puede inferir que durante la fiebre amarilla todas las actividades de construcción y de educación de los bayoneses quedaron reducidos a su mínima expresión, dado que fue otro el destino que responsablemente se le dio al dinero.

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El Padre Luis Larrouy, una de las víctimas de la epidemia, había nacido el 20 de junio de 1806 en Guiché, Francia. Se ordenó de sacerdote el 17 de diciembre de 1831 y profesó el 10 de septiembre de 1841.[16]

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Desde los inicios de la Congregación colaboró activamente con el fundador, el Padre Miguel Garicoïts, quien lo designó Prefecto Espiritual. En 1856 se ofreció como voluntario para venir a América a misionar y formó parte de los primeros contingentes de religiosos del Sagrado Corazón que llegaron desde noviembre de ese año.

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Durante la epidemia de cólera de 1857 en Uruguay que provocó miles de víctimas, Larrouy viajó a Montevideo y colaboró activamente en la atención de los enfermos.

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Al poco tiempo llegó a Buenos Aires. El Padre Larrouy no compartía los pensamientos del Padre Garicoïts sobre la educación de la juventud; prefería dedicarse sólo a la evangelización de los vascos y bearneses. Esta diferencia de criterios mereció una carta categórica de parte del fundador al misionero en Buenos Aires en abril de 1858:

 

“(...)La obra del colegio no es extraña a esta obra de las misiones, y está muy bien exponer sus dudas, pero ir más allá es violar la regla.” [17]

 

Pese a estas profundas diferencias con el fundador respecto al establecimiento o no de un colegio en Buenos Aires, Larrouy fue fiel a sus superiores hasta sus últimos días.

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En 1871 era capellán de la Iglesia de San Juan en la calle Alsina en Buenos Aires, compañero del R.P. Diego Barbé, superior del Colegio San José en ese momento. Murió atendiendo a los infectados por la fiebre el 6 de abril. Sus restos fueron sepultados en las fosas comunes del primitivo cementerio de la Chacarita.[18] En el libro de misas de aquél año, se registran dos celebradas por su alma, en las que se pagaron estipendios por 30 $m/c; ellas fueron los días 13 y 17 de abril.[19]

 

Otro sacerdote bayones fallecido víctima de la epidemia de fiebre amarilla fue el Padre Domingo Irigaray. Había nacido en Camon Cihique, Francia, el 3 de julio de 1828. Ingresó en el noviciado el 23 de mayo de 1856, y fue ordenado sacerdote el 22 de octubre de 1860. Llegó a América en 1862, primero a Montevideo con el P. Harbustan, y luego a Buenos Aires, donde fue capellán de la Iglesia de San Juan. Murió el 16 de abril de 1871.[20]

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El Hermano Fabián Lhopital había nacido en 1821. Cuando llegó a Buenos Aires fue compañero del Padre Diego Barbé en la fundación del Colegio San José. Murió víctima de la peste el 8 de abril de 1871. Junto con los nombres de Larrouy y de Irigaray, el suyo figura en el monumento recordatorio erigido por el municipio en el Parque Ameghino, anteriormente llamada plaza Almafuerte.[21]

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También fallecieron contagiados de fiebre amarilla los ex alumnos del Colegio San José, José Bibolián, Benigno Carrión, Carlos Tarragona, Belisario López, Julián de Puch, y Alberto y Rodolfo Carranza.[22]

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En los registros de misas de ese tiempo, varias fueron rezadas por el eterno descanso de las víctimas bayoneses de la fiebre amarilla, y a San Roque para pedir por la finalización de la epidemia. Eran rezadas por los Padres Magendie, Miller, Augusto Dulong, Carlos Sampay y Víctor Seres.[23]

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Cuando finalizó la epidemia llegaron desde Francia nuevos profesores: Román Descomp, Juan B. Tounédou, y Juan Commérudére, y los coadjutores Gerardo Domenjean y Auger Lafont.[24]

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En los últimos meses de 1871 se desplegó nuevamente la actividad del Colegio San José, cuya construcción quedó terminada en diciembre. Se cuenta que los padres, para apresurar la tarea, empleaban parte de la noche en acarrear ladrillos hasta los últimos andamios, como para recuperar todo el tiempo que debieron suspender la obra para atender a los enfermos de la peste.[25]

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Los Padres jesuitas habían fundado el Colegio del Salvador en 1868, construyéndolo sobre un terreno que les ofreció el Padre Antonio Fahy sobre la calle Callao, en las afueras de la entonces ciudad de Buenos Aires. En 1871, a consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla, debieron suspender las clases; los alumnos regresaron a sus casas o a las de sus tutores. Todos los jesuitas se consagraron a socorrer a las víctimas del flagelo.[26]

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El Padre José Sató, quizás el jesuita más emprendedor en la fundación del Colegio del Salvador y la construcción de la iglesia adjunta al mismo, se encargó de acompañar y asistir a la colectividad inglesa e irlandesa, ya que con la desaparición del padre Fahy, víctima él mismo de la fiebre amarilla, fue Sató el capellán de los británicos hasta su muerte. Del mismo modo el Padre Zeitlmayer, recién llegado de Chile, fue el capellán de los alemanes, los cuales mandaban a sus hijos a escuelas protestantes confundiendo sus ideas religiosas; con sus ardorosas prédicas consiguió numerosas e importantes conversiones. [27]

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Los Padres Jordán, Del Val, Saderra, Sanfuentes, Ramón Riera y otros sacerdotes y hermanos jesuitas desafiaron los peligros del contagio y atendieron a los enfermos como las demás congregaciones religiosas y miembros del clero secular.

 

“A fines de febrero de 1871 se ensañó con los habitantes de esta capital la fiebre amarilla comenzando ya desde sus principios a causar tantas víctimas que toda la caridad de nuestros Padres que en cuerpo y alma se dedicaron a auxiliar a los moribundos resultaba insuficiente.(...)

Grande por consiguiente hubo de ser el heroísmo que desplegaron los Padres en todo el tiempo que la ciudad se vio maltratada por tan tremendo azote y grande el desinterés y actividad con que acudían a donde eran llamados hasta el punto de entregar a alguno su propia vida atacado de tan devastadora enfermedad.” [28]

 

Los Padres llevaban el sacramento eucarístico y los demás auxilios sacramentales a los moribundos, sin miedo a contagiarse del mal.[29]

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El 12 de abril de 1871 murió el Padre Raimundo Riera víctima de la fiebre. Era natural de Santa María de Manlleu, Barcelona, en 1834; ingresado en la Compañía de Jesús en 1862, siendo ya doctor en leyes.[30] Su compañero, el Padre Jordán compuso un epitafio para su tumba que decía:

 

“Suplicámoste benignísimo Salvador de los hombres que concedas la paz eterna al Rvo. Padre Ramón Riera, sacerdote de la Compañía de Jesús, el cual administrando los auxilios de la Religión a los enfermos, mientras una fiebre pestífera dominaba en la ciudad, fue arrebatado por el mismo contagio el 12 de abril del año de nuestra salvación 1871.” [31]

 

El 19 de abril falleció el Hermano Escolar Gregorio Biosca. Era español, natural de Lérida, en 1840. Ingresó en la Compañía en 1861. Había llegado hacía poco tiempo a Buenos Aires para continuar sus estudios en el Colegio del Salvador.[32] Ninguna de las dos víctimas jesuitas pudieron permanecer en la casa de los sacerdotes más que algunas horas por el peligro del contagio; ambos fueron trasladados al hospital donde murieron.[33]

 

“Si Dios Nuestro Señor no fue servido de aceptar más víctimas, no fue porque los nuestros no se ofrecieran espontáneamente, como lo hicieron en las preces públicas que celebraron los Superiores para que Dios apartara su azote de esta afligida ciudad.

Seríamos importunos y traspasaríamos los límites de esta sencilla narración, si contásemos en particular los hechos admirables, y los prodigios obrados por Dios con los cuales premió los sacrificios de sus fieles operarios. A no pocos que estaban ya en los brazos de la muerte hizo volver en sí la sola visita del confesor, quien después de confortarlos con todos los auxilios de nuestra sacrosanta religión pudo acompañarlos en su terrible paso a la eternidad.” [34]

 

En los primeros días de junio volvió a abrir sus puertas el Colegio del Salvador. Sólo quince alumnos asistieron a clase al principio, pero en el curso del mes ingresaron los que faltaban, excepto dos que habían fallecido víctimas de la epidemia. Los tres meses de clases suspendidas se recuperaron con un gran esfuerzo por parte de profesores y alumnos, quienes voluntariamente cambiaron sus clases de música y artes por más horas de estudio.

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La obra del templo, cuya primera piedra se había colocado el 3 de diciembre de 1870, y que con la fiebre amarilla había sufrido un retraso, se continuó con entusiasmo, a tal punto que a fines de 1871 se encontraba bastante adelantada.[35]

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Las Hermanas de la Misericordia Irlandesas sufrieron en los primeros días de la epidemia un muy duro golpe: la muerte de su capellán, el Padre Antonio Domingo Fahy, quien contagiado de la fiebre amarilla falleció el 21 de febrero de 1871.[36] Ya en 1858, las Hermanas atendieron sin descanso a los enfermos de la peste que atacó a la población en ese año, y ese fue el motivo por el cual no abandonaron definitivamente el país.

 

“Las Hermanas de la Misericordia me han costado muchos sufrimientos y persecución por parte de las autoridades masónicas. Tanto que estuvieron por abandonar el país, cuando intervino la Divina Providencia enviándonos la fiebre amarilla. Ni una sola enfermera se pudo encontrar para atender a las víctimas. Una comisión nos suplicó que por amor de Dios nos hiciéramos cargo del hospital de los contagiados. Así lo hicimos, y desde entonces son admiradas por la población.” [37]

 

Durante la epidemia de 1871 las Hermanas atendían el Hospital Irlandés. Allí recibían a los contagiados de fiebre amarilla a quienes dedicaban toda su atención y servicios. El hospital contaba con una deuda de $ 173.489 que al morir el Padre Fahy se pensó que no podría pagarse. Sin embargo, dado el esfuerzo de las religiosas al lado de los moribundos, la ciudadanía respondió con rapidez y colaboró para saldar la deuda en poco tiempo.[38]

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Entre las religiosas fallecidas víctimas de la fiebre amarilla se registra una de la congregación de las Irlandesas, la Hermana María Inés Murray, quien había profesado el 9 de junio de 1870. Murió el 22 de mayo de 1871.[39]

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Los franciscanos habían tenido ya una destacada actuación durante la epidemia de fiebre amarilla que había asolado a la ciudad de Corrientes en diciembre de 1870 y el primer semestre de 1871; murieron alrededor de dos mil de los once mil habitantes que tenía la ciudad.[40] Los frailes de los conventos de la Merced, al oeste de la ciudad donde la epidemia hizo gran cantidad de víctimas, y de San Francisco, trabajaron incansablemente atendiendo enfermos y moribundos.

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El 1 de febrero de 1871 falleció de fiebre amarilla el Hermano sacerdote Joaquín Francesconi en el Colegio apostólico de la Merced. Contaba sólo 26 años y hacía 13 meses que había llegado como misionero proveniente de la Provincia Observante de Bolonia. El 11 de febrero a los 50 años en el convento de la Merced murió también de fiebre amarilla, el Hermano Rafael Antonucci, religioso profeso de la Provincia Seráfica de la Marca de Ancona. Hacía 10 años que se había incorporado al Colegio Apostólico.[41]

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En la epidemia en Buenos Aires, los franciscanos atendieron incansablemente a los infectados por la enfermedad, sin miedo al contagio. Es por ello que fallecieron varios frailes: el 16 de abril, Fray Severino Isasmendi, sacerdote, guardián del convento de San Francisco, muerto en plena tarea apostólica sirviendo a los hermanos afectados por la peste; su nombre está inscripto en el monumento que recuerda la memoria de los caídos en la epidemia de 1871. El 29 de abril falleció Fray Lorenzo Sista, hermano no clérigo. El 5 de mayo, Fray Antonio Cianzzis, sacerdote, maestro de novicios; falleció en el convento de San Francisco, asistiendo a los apestados de fiebre amarilla.[42] En el monumento de Parque Ameghino figura con otro nombre, Fray José Chaurris, aunque por los datos biográficos se refiere a la misma persona. Del mismo modo murió víctima del flagelo, el misionero Fray Félix Heredia, cuyo nombre también figura inscripto en el monumento a los caídos.[43]

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Merece especial atención el sacerdote franciscano Fortunato Marchi o Marqui. Nació en Italia en 1833. Trabajó pastoralmente en las provincias de Entre Ríos y Corrientes. Fue capellán del ejército durante el gobierno del General Justo José de Urquiza. Participó de la guerra del Paraguay acompañando los ejércitos del General Paunero. En 1870 se lo nombró sacerdote encargado de la Iglesia de la Boca, San Juan Evangelista, donde tuvo destacada actuación durante la epidemia del 71.[44]

 

“Pocos sacerdotes más dignos de elogio tenemos a nuestra vista como el Sr. Fortunato Marqui, cura de la Boca, atendiendo al digno proceder que observa en el cumplimiento de su sagrado ministerio en el medio de los estragos que ocasiona el flagelo en ese punto, sin esquivar por esto un solo instante sus auxilios a los que están en momentos de muerte.

El cura Marqui, es uno de los pocos sacerdotes que su abnegación lo lleva hasta el sacrificio, permaneciendo en la brecha del peligro y prestando con amable solicitud los auxilios divinos a todos aquellos feligreses que golpean su puerta sea cual fuere, la hora en que se apele a él.(...)

Hace algún tiempo que este respetable sacerdote está sin ayudante que comparta con él las azarosas tareas originadas por las tristes circunstancias que atravesamos y es triste cosa, que habiendo un número considerable de sacerdotes sin colocación alguna, mire impasible el Sr. Obispo esta necesidad que reclama urgentemente una reparación pronta y eficaz.” [45]

 

En 1877 Marqui fue designado inspector general de las misiones. Murió en Lucca, Italia, en 1902.

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Otra congregación de destacada actuación durante la epidemia fue la de las Hijas de María del Huerto o Hermanas de Caridad. La Sociedad de Beneficencia aprobó una moción de la señora Luisa Muñoz de Cantilo, por la que se ordenaba la instalación de un lazareto para mujeres atacadas por la fiebre. El 20 de marzo de 1871 se estableció dicho lazareto en la quinta del Dr. Leslie, bajo la dirección técnica del doctor Adolfo Señorans y del practicante Pedro Roberts. La administración interna fue confiada a las Hermanas de Caridad, que por entonces atendían el hospital de Mujeres de Buenos Aires. El pedido de esta nueva misión les fue trasmitido a las religiosas a través de las señoras de Cantilo y Benita G. de Eguren.[46]

 

El 28 de marzo el lazareto ya tenía veinticinco camas y diecisiete enfermeras. Hasta el 7 de julio, día en que fue clausurado, se asistieron allí trescientas treinta y ocho enfermas, de las que se salvaron ciento setenta y una.[47]

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El lazareto se encontraba instalado entre las calles Córdoba, Paraguay, Azcuénaga y Centroamérica (hoy Pueyrredón). Por miedo al contagio, los vecinos lo intentaron incendiar. Las autoridades tuvieron conocimiento del nefasto plan e instalaron una guardia policial permanente, poniendo así a salvo a las Hermanas y a las enfermas.[48]

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Después de un tiempo de la apertura del lazareto, el edificio resultó pequeño por la cantidad de enfermas, por lo cual se dispuso su traslado a otra casa distante de la primera unos ciento cincuenta metros. Los presos se encargarían de la mudanza, pero como el día establecido para el traslado murió el encargado de conducirlos, fueron las mismas Hermanas junto a otros voluntarios quienes trasportaron a las enfermas, los muebles y demás utensilios a la nueva morada.[49]

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Las Hermanas del Huerto también se ocuparon de los muertos: junto a alguna enfermera tomaban el cadáver, lo colocaban en el ataúd, y lo cerraban asegurando la tapa con clavos. Este trabajo, entrado el mes de abril, ya no lo hacían los sepultureros porque muchos de ellos se habían contagiado de la peste.

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Ningún documento registra el fallecimiento de alguna de las Hermanas de Caridad o del Huerto contagiadas de fiebre amarilla. Al contrario, algunos interpretan que Dios las preservó de la enfermedad por la intensa labor caritativa que desarrollaron en esos meses de 1871.[50]

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Guido Spano escribió sobre el trabajo de estas religiosas durante la epidemia, contraponiéndolo a las conductas mezquinas de otros ciudadanos:

 

“(...) Cuando los hombres proceden de este modo, débese calcular qué desbordamiento de amor y de ternura no habría en el corazón de las mujeres. Las Hermanas de Caridad pudieron entonces agregar más de una rosa mística a la guirnalda que sus manos puras renuevan incesantemente al pie de la cruz del Salvador. Recordando esas consagraciones nobilísimas, quiero pasar por alto el proceder menguado de ciertos magistrados, puestos en la picota de la opinión por la desgracia pública a que tan inferiores se mostraron, prefiriendo el amor de sí mismos al de sus semejantes, envidiosos del sacrificio ajeno sin ser capaces de imitarle. Sus nombres empañarían la aureola de aquellas nobles figuras de mujer, por cuyo rosario deberían haber cambiado compungidos las insignias de su alta investidura.” [51]

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Entre las congregaciones religiosas de clausura, sólo las Monjas Catalinas registran algunos datos referidos a la epidemia de fiebre amarilla. En 1869, en el capítulo electivo prioral se eligió por segunda vez para regir los destinos del monasterio de Santa Catalina a la Madre Sor Celestina de las Mercedes Cevallos y Castrelo, quien en marzo de 1871 fue atacada por la peste y su muerte era segura. Ante este peligro, una de las torneras, Sor Mercedes del Corazón de Jesús Salas, pidió a Dios aceptara su vida en lugar de la de la prelada que era más necesaria que la suya. Así fue como esta hermana enfermó de fiebre amarilla y falleció el 19 de abril de 1871, mientras que la superiora recobró la salud. Una pequeña lápida colocada el 7 de junio de 1944 en la celda en que falleció Sor Mercedes, recuerda este acto heroico.[52]

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Es importante también destacar la figura de la Madre Camila Rolón, fundadora de las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José, quien descubrió su vocación religiosa durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 mientras atendía abnegadamente a los contagiados.[53]

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Camila había nacido el 18 de julio de 1842 en San Isidro. A los pocos años su familia se trasladó a Buenos Aires. Allí trabajó en la atención de los enfermos de cólera en la terrible epidemia de 1867 y 1868. Cuando comenzó la peste amarilla en enero del 71, su hermano Andrés fue de las primeras víctimas del mal. Su madre también enfermó, pero se alivió a los días. Camila se dedicó a visitar a los seminaristas enfermos y al Padre Francisco Villar, confesor de la joven, que murió afectado por la fiebre el 9 de abril. El dolor por muertes tan cercanas no la vencieron; recorría diariamente las calles de Buenos Aires confortando a los agonizantes, acercándoles una palabra de fe y la presencia de algún sacerdote, llegando incluso a buscar personas que se ofreciesen para enterrar los cadáveres.[54]

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Toda esta experiencia de servicio a los enfermos y los sufrientes fortificó su vocación religiosa. El 21 de abril de 1875 ingresó en el convento de carmelitas de San José, recientemente fundado.

 

“Monja Teresa: El miércoles 21 a las 4 de la tarde tuvo lugar en el Monasterio de las Teresas de esta ciudad, la toma de hábito de la señorita Camila Rolón, siendo Madrina la señora Felipa Segismundo de Laprida.

Es la primera vez que este acto se verifica solemnemente en este monasterio. El Exmo. Sr. Arzobispo dio el hábito a la nueva religiosa, cambiando este el nombre de Camila en el de Sor Dolores del Corazón de Jesús. El señor arcediano de Toledo, Dr. Jacinto Cervera, pronunció un discurso análogo a la ceremonia, poniendo en hermoso contraste el mundo y el claustro. La concurrencia que le escuchaba era numerosísima.

Nosotros que no vemos en un convento el albergue de seres inútiles para la sociedad, como muchos espíritus ilusos, sino la morada de modelos de cristianas virtudes y de ángeles tutelares de los pueblos no podemos menos de alegrarnos en gran manera por el acontecimiento que referimos, y enviamos a la nueva discípula de la insigne Doctora Teresa de Jesús, nuestras más cordiales felicitaciones. Deseamos tenga un noviciado feliz, terminado el cual pueda contarse por completo entre las hijas del Carmelo.” [55]

 

Camila sólo permaneció 29 días en el convento. Debió abandonarlo gravemente enferma el 19 de mayo.[56]

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Sin embargo, inquieta por fundar una congregación, se presentó ante Monseñor Aneiros, que el 23 de diciembre de 1880 aprobó interinamente el proyecto de la regla de las futuras Hermanas Pobres Bonaerenses de San José.[57]

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[1] DMN.

[2] Es importante volver a tener en cuenta que en esa época se llamaba indistintamente Hermanas de Caridad o de la Caridad a todas las congregaciones religiosas femeninas, con lo cual en ocasiones resulta difícil  distinguir concretamente a cuál se refieren los documentos o testimonios contemporáneos a la epidemia.

[3] DMN y LR, 18 de abril de 1871.

[4] Cfr. A.P.H.C, Biografías, 1859-1880

[5] Las dos religiosas mencionadas en las inscripciones del monumento figuran como Hermanas de Caridad, que son las Hijas de María Santísima del Huerto, y no como eran en realidad, Hijas o Hermanas de la Caridad.

[6] Cfr. A.P.H.C., apartado Las Hijas de la Caridad en las Repúblicas del Plata, 1859-1880.

[7] Las Hermanas de la Caridad, en La Revista Argentina, XIII, Buenos Aires, 1872, p. 240

[8] BERRO, Carlos A., La Hermana de la Caridad, en El Católico Argentino, 42, año II, Buenos Aires, 15 de mayo de 1875, pp. 666-668

[9] Cfr. PALACIOS, Horacio S., Op. Cit., p. 84

[10] Ibid., p. 154

[11] Ibid., p. 152

[12] Cfr. SARTHOU, B., Historia centenaria del Colegio San José, Buenos Aires, 1960, p. 65

[13] Ibid.

[14] Cfr. Historia del Colegio San José, en Revista F.V.D, año I, 12, Buenos Aires, febrero de 1922.

[15] Archivo Provincial de los Padres Bayonenses, en adelante A.P.P.B., Mensuales 1858-1875, Cabrier de Comptes mensuales.

[16] A.P.P.B., Fichero biográfico de los Bayonenses en Argentina.

[17] MIÉYAA, Pierre, Correspóndanse de saint Michel Garicoïts, Tomo I, Bayona, 1958, p. 293

[18] Cfr. Efemérides del mes de abril, en Revista F.V.D, año I, 12, febrero 1922.

[19] Cfr. A.P.P.B., Messes 1869-1883.

[20] Cfr. MIÉYAA, Pierre, Op. Cit., tomo II, p. 204. Existen diferencias de fechas con la ficha correspondiente al P. Irigaray en el Fichero biográfico de los bayoneses en la Argentina.

[21] Cfr. Efemérides del mes de abril, en Op. Cit.

[22] Cfr. SARTHOU, B., Op. Cit., p. 65

[23] Cfr. A.P.P.B., Messes 1869-1883

[24] Ibid., p. 66

[25] Cfr. Historia del Colegio San José, en Op. Cit.

[26] Cfr. FURLONG, Guillermo, Historia del Colegio del Salvador, Tomo II, primera parte, Buenos Aires, 1944, p. 45

[27] Cfr. Archivo de la Provincia Jesuítica de Argentina, en adelante A.P.J.A, Historia del Colegio del Salvador desde 1864 a 1910, p. 20

[28] Ibid.

[29] Cfr. A.P.J.A,  ZEITLMAYER, José, Historia Collegii Salvatoris S.I. in urbe Bonaërensi, 1864-1872,

[30] Cfr. Ibid.

[31] Cfr. FURLONG, Guillermo, Op. Cit., p. 46

[32] Cfr. Ibid.

[33] Cfr. A.P.J.A, Historia del Colegio del Salvador, desde 1864 a 1910, p.18

[34] Ibid. pp. 18-19

[35] Cfr. Ibid., pp. 19-20

[36] Ut Supra, pp. 151-152

[37] Carta del Padre Fahy, 14 de agosto de 1861, en USSHER, Santiago M., Las Hermanas de la Misericordia, Buenos Aires, 1955, p. 57

[38] Cfr. USSHER, Santiago M., Padre Fahy, (1805-1871), Buenos Aires, 1952, pp. 169 y ss

[39] Cfr. USSHER, Santiago M., Op. Cit., p. 108.

[40] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 22

[41] Cfr. ERNST, Hno. Rolando, Necrologio de la Vicaría San Miguel Arcángel, Rosario, 1984

[42] Cfr. URENDA, Fray Ernesto Ángel, Libro de Necrología de la Provincia de la Asunción de la Sma. Virgen María del Río de la Plata, 1987

[43] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 281

[44] Cfr. Ibid., p. 282

[45] LN, 4 de abril de 1871.

[46] Cfr. MARTYNIUK, Emiliana Alberta, Floreció en la Argentina, Buenos Aires, 2001, pp. 53-54

[47] Cfr. Origen y desenvolvimiento de la Sociedad de Beneficencia de la Capital, 1823-1912, Buenos Aires, 1913, p. 108

[48] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 96

[49] Cfr. Archivo Casa Provincial, Hijas de María Santísima del Huerto, Documentos Escritos.

[50] Cfr. MARTYNIUK, Emiliana Alberta, Op. Cit., p. 55

[51] SPANO, Carlos Guido, Op. Cit., p. 73-74

[52] Cfr. UDAONDO, Enrique, Reseña histórica del Monasterio de Santa Catalina de Sena de Buenos Aires, Buenos Aires, 1945, p. 87

[53] Cfr. LORIT, Sergio C., Camilla Rolón, l’Argentina approda a Roma, Roma, 1964, pp. 32-34

[54] Cfr. DOXENDABARAT, R., Pobre de San José, Paris, 1991, pp. 7 y 8

[55] Diario EL CATÓLICO ARGENTINO, 1 de mayo de 1875.

[56] Cfr. LORIT, Sergio C., Op. Cit., p. 35

[57] Ibid., p. 52

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